Hoy me desperté
cantando “La última curda”, de Anibal Trolio y Cátulo Castillo. El día del
cumpleaños número cincuenta y ocho de mi vieja había llegado. En el centro del
hangar, mi viejo había hecho colgar un pasacalle en el que se podía leer la
siguiente leyenda: “FELÍ CUMPLIAÑO, MARIA ANTONIETA PEREZ ESTRAFAGARTA. FUISTES,
SO Y SERÁ LA MUJER DE MI VIUDA”. Me acerqué a mi viejo y, después de
felicitarlo por el gesto, hice mención a los errores de ortografía y escritura
que habían cometido al escribir el mensaje.
―Ni me hablés de
eso. ¡Tengo una calentura! ―me dijo.
―Pero, ¿qué
pasó? ―le pregunté.
―Nada, le pedí
al mimo que se encargara de conseguir a quien lo escribiera. Como sólo habla
mediante el lenguaje de señas, le transfirió el encargo a Samuel, que se niega
a pronunciar la letra “p”. Imaginate lo difícil que habrá sido para él
ingeniárselas para pedir que le hicieran un pasacalle. Para colmo, el encargo
se lo hizo a Chun Li, mi mujer japonesa, que tiene un gran talento caligráfico
pero que no entiende una mierda de castellano. El resultado fue un teléfono
descompuesto que derivó en eso que ves ahí colgado.
―Pero, ¿por qué
no le diste al mimo un papel con el mensaje que querías poner? ―le pregunté.
―No sé, Natalio.
La verdad que no me sirve de mucho que me des la cura de una enfermedad cuando
el paciente ya está muerto ―dijo y se alejó de mí.