Hoy me desperté
cantando “Big gay heart”, de The Lemonheads. Anoche, mientras yo peleaba con mi
borrachera e intentaba resolver la regla de tres simple que me permitiría saber
qué número del taxímetro desactualizado que me habían dado los taxistas debía
tomar como señal para juntarnos en el portón y qué otro número predeciría, en
caso de no encontrar una solución pacífica al conflicto, la orden de derribar
el muro de yeso que los rusos habían levantado… mientras hacía mis cuentas,
pude oír el ruido del derrumbe.
Me había
demorado más de la cuenta, la misión diplomática de los taxistas no había
llegado a buen puerto y las fuerzas rebeldes habían acatado la directiva y
habían entrado en acción. Los veinticinco inquilinos del conventillo,
encabezados por Héctor “Bicicleta” Perales y su mujer, “La Mole Moni”, pasaron
por encima de cuanto ruso-ucraniano se interpuso en su camino y tiraron abajo
la pared. Entonces yo, que había quedado solo de este otro lado, tuve un
emotivo reencuentro con mis afectos. Después de tanto sufrimiento, el tiempo
del aislamiento había llegado a su fin.
Habían pasado
las doce y, por ende, había comenzado el cumpleaños número treinta y tres de mi
hermano Luis Antonio. Fue al primero al que abracé, fui el primero en
saludarlo.
―La edad de
Cristo ―le dije―, ¡feliz cumpleaños, Luis!
Los festejos por
el fin de la opresión se extendieron hasta muy avanzada la madrugada. Los
taxistas recibieron tratamiento de héroes. Los rusos, por el momento,
permanecen acá, pero, entre otros privilegios, perdieron el derecho a tener un
pabellón propio.
Esta mañana el ambiente
parecía haber recobrado la tranquilidad de antaño. Daba la impresión de que
muchos de los presentes habían acordado dejar el alcohol al menos por ese día,
porque estaban reunidos en distintos grupos pequeños, compartiendo el mate y
las medialunas de grasa que habían preparado en el Pabellón Argentino.
Al mediodía, el
taxista culinario, que había asumido la responsabilidad de preparar el
almuerzo, hizo que mis ex compañeras de la estación de GNC, vestidas en sus
uniformes de calzas adheridas a los glúteos y remeras ceñidas, repartieran los
choripanes que él había asado en el chulengo. Después de almorzar, mi viejo
hizo su llamamiento diario, le entregó a Luis Antonio su regalo, le advirtió
que, si bien debía recibirlo como un obsequio de parte de toda la familia, él
había sido quien lo había pagado, nos incitó a cantar el feliz cumpleaños,
esperó a que abriera el regalo ―una cruz de plata modelada por el mismísimo Juan Carlos Pallarols― y le cedió la palabra a Samuel, quien le había transmitido su deseo
de hacer un anuncio.
―Estimados ―dijo
Samuel―, hoy es un gran día de amor y felicidad. Hoy tengo una hermosa noticia
que darles. Hoy quiero comunicarles que mañana será un día de mayor felicidad,
debido a que ―en ese momento llamó a mi primo Luján, de Luján, mediante un
gesto de su mano― Luján y yo vamos a casarnos.
Así que mañana, además del cumpleaños número
veinticinco de mi hermanita Susana Elena, tendremos boda por partida doble. ¡Luján
y Samuel se casan! Son tan amigos que hasta decidieron casarse juntos, en el
mismo lugar, el mismo día. Lo que no sé todavía es quiénes serán las dos
afortunadas.
¡Qué alivio, Don Natalio! Por un momento tuve la fea impresión de que Samuel y Luján se casarían entre sí.... es decir, uno con el otro, como si fueran, bueno, no sé cómo decirlo. Igual, no hace falta.
ResponderEliminarPero, ¡qué locura, Fernando! ¿Qué te llevó a pensar en esa posibilidad?
EliminarSaludos!
No sé, no sé.... me debe haber afectado el calor permanente. Mil disculpas, Don Natalio
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