Hoy me desperté
cantando “I was born to love you”, de Freddie Mercury. El hangar había sido decorado para
la ocasión. Había una alfombra roja que corría desde el portón hasta el otro
extremo, en el cual habían emplazado una suerte de altar. A ambos lados de la
alfombra, había filas y más filas de bancos, sobre los que se habían sentado
todos y cada uno de los presentes. En las paredes, colgando a gran altura,
había guirnaldas de rosas rojas, y en los extremos de los bancos, arreglos
hechos con flores blancas. De pie tras el altar, el pastor brasilero de la
Iglesia Universal del Reino de Dios, aquel mismo que una vez había intentado exorcizarme,
aguardaba por la llegada de la novia. Lo mismo hacía Samuel, que estaba parado
del otro lado del altar, vestido con un traje elegantísimo.
Cuando comencé a
cantar, como si mi voz hubiera dado la señal del inicio de la ceremonia, “La
Mole Moni” abrió el portón sin la ayuda de nadie. Entonces, Héctor “Bicicleta”
Perales ingresó al hangar llevando a mi primo Luján, de Luján, tomado a su
brazo. No entendí lo que estaba sucediendo y supuse que, en lugar de llevar a
la futura esposa de Samuel, los nervios le habían jugado una mala pasada y, en pleno
alboroto, había tomado a Luján por equivocación.
Yo seguía
cantando. Quizá por distraerse en el sentimiento con el que lo estaba haciendo,
nadie parecía haberse percatado del error. Héctor “Bicicleta” Perales y mi
primo Luján, de Luján, recorrieron la alfombra roja de un lado al otro del
hangar. Luján llevaba un pequeño ramo de flores en su mano libre y lucía un
inmaculado traje blanco.
A dos pasos del
altar, Luján se liberó del brazo de Bicicleta y tomó con la suya la mano de
Samuel. El pastor pronunció un discurso sentido acerca del amor.
―Dios ―dijo con
su particular acento al estilo de Anamá Ferreira― no reconoce géneros. No,
hermanos, creanmé cuando les digo que Dios no fija su atención en el pequeño
cartel clavado en la puerta del baño al que nosotros ingresamos. Dios no huele
los perfumes para después decir: “éste es de mujer, éste es de varón”. Dios no
piensa que el color rosa es propio de lo femenino. Para Dios no es importante
la distinción tanto como sí lo es la unión. Dios no percibe el mundo de los
hombres en términos de coexistencia. Para Él la clave está en la convivencia,
en el compartir. Para Dios lo único que cuenta es el Amor.
Luego de decir
esto y de recibir el aplauso de todo el auditorio, el pastor hizo las preguntas
del caso:
―Samuel, ¿aceptas
a Luján como tu esposo? ¿Prometes serle fiel tanto en la prosperidad como en la
adversidad, tanto en la salud como en la enfermedad, amarlo y respetarlo todos
los días de tu vida?
―Sí, admito ―respondió
Samuel.
―Luján ―preguntó
el pastor―, ¿aceptas a Samuel como tu esposo? ¿Prometes serle fiel tanto en la
prosperidad como en la adversidad, tanto en la salud como en la enfermedad,
amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
―Sí, acepto ―respondió
Luján.
―Entonces,
teniendo a Dios como testigo, los declaro Marido y Marido. Pueden besarse
mutuamente.
Samuel y Luján
se dieron un beso apasionado. Entonces comprendí que no había mujeres de por
medio, que en realidad se estaban casando entre ellos. Siempre me parecieron
unidos, siempre tuve la sensación de que se querían mucho, pero jamás habría
imaginado que terminarían casados entre sí. Es una gran sorpresa. Una feliz
sorpresa.
Con todo
el asunto de la boda, el cumpleaños de Susana Elena había quedado relegado,
pero mi viejo aprovechó los festejos para entregarle el regalo en cuya entrega
toda la familia estaba involucrada pero que solo él había pagado. Era una
tablet. Además, por tratarse de un evento tan especial, también les entregó un
regalo a los recién casados: una semana en un all inclusive en Chacharramendi,
para que sea allí donde pasen la luna de miel.
¡Caramba! ¡Qué sorpresa al final! Tu viejo no dijo que entregaba el regalo de la luna de miel a nombre de todos....
ResponderEliminarEs que mi viejo en el fondo es un tipo bueno, Fernando. Pero en ese momento estábamos en la parte delantera del hangar.
EliminarSaludos!