Hoy me desperté cantando
“Transparente”, de Las Pelotas. Mi primo Luján, de Luján, sigue sin aparecer y,
en consecuencia, yo sigo sin contar con el apoyo de Samuel para tomar la que
quizá sea la decisión más trascendental de mi vida. ¿Me voy a vivir en el frío
de Rusia con la falsa Lucrecia o me quedo en Argentina, donde recibo el cálido
abrigo de mis afectos? Antes de definir mi destino, debía, necesariamente,
hablar con mi padre. Con ese objetivo, manejé mi furgonetita Volkswagen hasta
la puerta de su casa, sabiendo que lo encontraría con una de sus mujeres, pero
sin saber exactamente con cuál de ellas sería, porque no estaba al tanto del
día de la semana que tenía asignado cada una.
Toqué timbre, me
abrió la puerta el mimo. Entré detrás de él y me condujo hasta la cocina. Allí
estaban mi viejo y mi vieja tomando mates. ¡La puta madre! No lo digo por mi
madre, sino como un insulto lanzado al aire, porque de las seis esposas de mi
padre, ella era la última a la que hubiera deseado encontrar ahí. Ahora, si
pretendía recibir el consejo de mi padre respecto a la posibilidad de irme a
vivir a otro continente, debería, necesariamente, poner a mi madre al corriente
del asunto. No importaba. Estaba desesperado y, de todas formas, decidí
contarles.
―Mamá, papá ―les
dije―, necesito el consejo de ambos.
―¿Es muy
urgente? ―me preguntó mi vieja.
―Y, sí, yo creo
que sí, pero ¿por qué me lo preguntás? ¿Se están yendo a algún lado?
―Mirá, Natalio,
dejame que te explique ―intervino mi viejo―. Nos vemos un día a la semana y
bueno, vos sabés que pasamos muchos años sin vernos las caras ni tocarnos un
pelo… ¿me explico?
―No, no sé. ¿Qué
me estás queriendo decir? ―le pregunté.
―Y, bueno,
queeee… Vos sabés que tu madre es una mujer fogosa. Eh… Yo no me quedo atrás y
no vamos a vernos hasta el próximo miércoles. ¿Me explico?
―¡No! ¡No
entiendo! ¿Por qué no me hablan claro? ¿Qué tienen que hacer que no pueden
escucharme durante diez minutos para darme un consejo?
―Tenemos que ir
a dormir la siesta, pero sin dormir. ¿Me explico? ―me preguntó mi viejo.
―No, y este
jueguito ya me está aburriendo ―le respondí.
―Natalio, ¿vos
sabés cómo se hacen los bebés?
―¿Voy a tener un
hermanito?
―¡No! Salvo que
la menopausia se haya vuelto reversible, no creo que exista esa posibilidad.
Pero, por lo menos, me parece que entendiste lo que tenemos que hacer.
―¿Cuántos años
tienen? ¿No pueden escucharme durante diez minutos y esperar a que me vaya
antes de ponerse a hacer sus porquerías?
―Lamentablemente,
no. No podemos ―dijo mi viejo.
―¿Y por qué no? ―le
pregunté.
―Porque justo
antes de que tocaras el timbre me tomé la pastillita azul y no quiero estar en
tu presencia cuando empiece a hacer efecto. ¿Me explico?
No hizo falta
que le respondiera. Después de decir eso, mis viejos se encerraron en la habitación.
Yo me quedé un rato sentado con el mimo en los almohadones de la sala,
esperándolos mientras le contaba mi situación al mimo, lo que no sirvió de
mucho, porque, aunque se esforzó por aconsejarme, no comprendo su lenguaje de
señas. Tras cuatro horas de interminable espera, decidí marcharme, regresar a
mi hogar. Imagino que mis viejos se habrán quedado dormidos. Esa pastilla azul
debe ser un somnífero potente.
¡Qué barbaridad, Don Natalio! ¿Será clonazepam lo que toma tu viejo? ¿Le habrá dado una a tu mamá tambén? ¡Qué zozobra!
ResponderEliminarSí, Fernando, ya sé que eso sobra, pero lamentablemente mis viejos son adultos y no puedo interferir en sus decisiones.
EliminarSaludos!
Qué viejos de «merde», Don Natalio, totalmente desconsiderados.
ResponderEliminar¿De Merde? ¡No! Mi vieja es de Boulogne y mi viejo es de Burzaco.
EliminarSaludos!