miércoles, 25 de diciembre de 2013

Día 359 - Las Fiestas Anuales de la Familia Gris: Mi Borrachera Triste

Hoy me desperté cantando “Santa Claus is coming to town”, versión de Frank Sinatra. Sobraban los motivos para festejar, porque era Navidad y el mimo, disfrazado de Papá Noel, había dejado regalos para todos los presentes. En alguno de sus bolsillos llevaba un grabador que, de tanto en tanto, reproducía la tradicional frase “Jo, jo, jo, feliz Navidad”. Además, mi viejo estaba cumpliendo sesenta años y el día anterior había prometido tirar el hangar por la ventana. Bien tempranito a la mañana, antes de que abriéramos nuestros obsequios, nos reunió a todos en el Pabellón Japonés para comunicarnos, entre otras cosas, que él había sido quien había comprado los obsequios de Navidad y que, para agasajarnos el día de su cumpleaños, almorzaríamos un rico asado criollo en el Pabellón Argentino.

Sí, los motivos de celebración sobraban, pero yo no estaba con ánimos suficientes como para sumarme al jolgorio, en primer lugar porque Papá Noel me había dejado un sobre dentro del cual había un billete de cinco dólares. Esto me sugería que, además de quedarse con mi dinero, mi viejo ni siquiera se había tomado el trabajo de elegirme un regalo, como sí había hecho con todos los demás. Hasta Igor había recibido el suyo. En segundo lugar, había terminado el día de la Nochebuena compartiendo un abrazo con la mujer a la que alguna vez amé. Esta mañana, convencido de que ese abrazo había significado algo más que un gesto de amistad, fui a invitarla a que dejara a Arnoldo y se viniera a vivir conmigo a Rusia. La respuesta de Vicky fue negativa. Me dijo que lamentaba el haberme confundido, que era cierto que se había sentido triste cuando supo de mi partida, pero que ella era feliz en Argentina, con su viejo y con Arnoldo, y que en el fondo la alegraba la noticia de mi viaje, porque quería que yo también fuera feliz.
El desaire, el alcohol que había bebido y el alcohol que seguiría bebiendo hicieron que cayera en una borrachera triste. No podía contener las lágrimas. No podía dejar de llorar. Uno por uno, me acerqué a todos mis hermanos y, entre lágrimas, recordé con cada uno los momentos compartidos de la infancia. Después me acerqué a mis medios hermanos y, con Samuel, mi primo Luján, de Luján, y el mimo oficiando de traductores dependiendo del idioma original de los interlocutores de turno, les dije a todos ellos que, aunque me fuera lejos, de algún modo nos las arreglaríamos para recuperar el tiempo perdido.
Cerca del mediodía, llamaron a comer. El olorcito a asado había conquistado los seis pabellones. Comenzamos a sentarnos a la mesa, cuando, desde afuera, alguien golpeó para que lo atendieran. Nando, Pascual, Baldomero y dos de los rusos acudieron tras la indicación de mi viejo y, mancomunando sus esfuerzos, abrieron el portón.

Héctor “Bicicleta” Perales y su mujer, “La Mole Moni”, ingresaron al hangar sucedidos por otros veintitrés inquilinos del conventillo. O se conocían de la época en la que mi viejo vivía en el país o, por incidencia del mimo, se habían hecho amigos desde su vuelta, porque mi viejo y Bicicleta se dieron uno de esos abrazos que sólo son capaces de darse los amigos entrañables. El gesto me emocionó y, tal vez condicionado por mi borrachera triste, me acerqué a ellos, me sumé al abrazo y me largué a llorar. No pude quedarme a compartir el asado con ellos. Me ganaba la angustia y sentí la necesidad de salir, de sentarme en el pasto, a la sombra, a mirar los despegues y los aterrizajes y pensar en las despedidas, en la nostalgia de la gente que vuelve, en la melancolía de los que se van.

4 comentarios:

  1. Al principio me alegré al ver que había presentes para todos los presentes. Pero luego, me fui llenando de lágrimas junto con las tuyas, Don Natalio. Espero que puedas remontarla.

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    1. Esperemos, Fernando. Muchas gracias por empatizar conmigo.
      Saludos!

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  2. Natalio no estés triste! Sos un hombre bueno, aunque bastante raro, tkm+

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  3. Muchas gracias, Anó, pero a veces la tristeza es inevitable.
    Saludos!

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