Hoy me desperté
cantando “Los piratas”, de Los Auténticos Decadentes, con la impresión de que
mi primo Luján, de Luján, y Samuel no habían pegado un ojo en toda la noche y
se la habían pasado cuchicheando, porque, aunque bastante más desalineados,
tenían puesta la misma ropa y estaban sentados sobre las mismas sillas que
cuando yo, vencido por el cansancio, me había acostado.
Como si la noche
entera no hubiera sido suficiente, en lugar de preguntarme por mis sentimientos
respecto a mi inminente partida rumbo a tierras rusas, dedicaron toda la mañana
a inventar excusas destinadas a que yo abandonara el departamento. ¿Qué cosa
tan importante que yo no pudiera oír tenían para decirse? No lo sé, pero decidí
hacer caso omiso a pedidos indirectos y permanecí ahí, dispuesto a pasar el día
con ellos.
Al mediodía sonó
mi teléfono. Era Luis Miguel, el socio mayoritario de mi agencia de detectives,
y me informaba que tenía que salir de inmediato, seguir todos y cada uno de los
movimientos del jefe de la mafia rusa y pasarle un reporte.
―¿Hoy? ¿Con el
calor que hace? ―le pregunté.
―Sí, tiene que
ser hoy ―me dijo― ¡Ahora mismo!
―¿Tenemos
uniforme de verano? ―le pregunté, pero cortó la comunicación sin dignarse a
darme una respuesta.
Salí a la calle
vistiendo mi sobretodo gris y un sombrero a tono. Para seguir al jefe de la
mafia rusa, primero tenía que encontrarlo. Visité, entonces, los lugares que él
frecuentaba. Fui primero al restorán-gimnasio ruso-ucraniano. Estaba cerrado. Me
acerqué a la ventana. Adentro no había nada ni nadie. O estaban de remodelación
o habían desmantelado el lugar de un día para el otro. No tenía tiempo para las
conjeturas, así que me fui a la siguiente parada: “El Sauna de Mabel”, lugar en
el que Alexandre Alexandrov (así dice llamarse el jefe de la mafia rusa) solía
reunirse con un importante dueño de supermercados chinos y con un italiano que
presumía de ser sobrino séptimo de Al Capone y al que sus vínculos con la Camorra
le habían permitido ganar la licitación para abrir un puesto de diarios en el
corazón de Puerto Madero.
A pesar de la
insistencia de Mabel, que me recibió en el spa, ingresé al sauna seco sin
quitarme el sobretodo, porque un buen detective mantiene la compostura
independientemente de las circunstancias climáticas. Ahí estaban los tres:
Alexandre Alexandrov, Nan Li Yun y Evaristo Capone, con el torso al
descubierto, envueltos en sus toallas de la cintura hacia abajo. Hablaban cada
uno en su idioma original, lo que me llevó a preguntarme si, en lugar de Mabel,
aquel no sería “El Sauna de Babel”. Al ruso y al chino no les entendía nada; al
tano, alguna que otra palabra suelta. Yo estaba sentado detrás de ellos, tres
escalones por encima y próximo a la puerta. Sabía que mi vestimenta llamaría su
atención más temprano que tarde y tenía la impresión de que, de ser escuchado
por las autoridades pertinentes, lo que estaban diciendo les valdría pasar un
buen tiempo en las sombras.
Haciendo un
esfuerzo sobrenatural, me propuse memorizar, sonido por sonido, los siguientes
cinco minutos de conversación. Es increíble el nivel de concentración que se
puede alcanzar cuando se está al borde de la deshidratación, vestido con un
sobretodo en un sauna seco, en un estado intermedio entre la inconsciencia y el
desmayo. Con las palabras de aquellos rebotando en mi cabeza, salí del sauna,
aparté a Mabel, que quería detenerme para que le pagara, de un violento
empujón, salí a la calle, subí a la furgonetita, regresé al monoambiente, tomé
un viejo grabador que tenía guardado y reproduje, procurando imitar el tono de
voz de los participantes, la conversación del sauna. Ahora sólo debo hacerle
escuchar la grabación a un intérprete ruso, a un intérprete chino y a un
intérprete italiano.
¡Don Natalio! ¡Qué facilidad para simplificar las cosas! No dejo de sorprenderme con tu método para reproducir conversaciones.
ResponderEliminarEs la ley del sobreviviente, Fernando. Hay que valerse de lo que se tiene a mano.
ResponderEliminarSaludos!