Hoy me desperté
cantando “Solace”, de The Gathering. Ni bien terminé de cantar, lo llamé a Luis
Miguel para pedirle que nos reuniéramos después del mediodía. Por temor a que
las líneas hubieran sido pinchadas, habíamos adoptado la política de no entrar
en detalles respecto a nuestros casos cuando conversábamos por teléfono, por lo
que sólo me limité a decirle que un intérprete ruso, un intérprete chino y un
intérprete italiano deberían participar de la reunión.
―¿Para qué
necesitamos eso? ―me preguntó― Solamente te pedí un reporte.
―Vos
conseguilos. Tengo algo mejor ―le dije y puse fin a la comunicación.
Cuarenta minutos
después de las doce, estacioné mi furgonetita Volkswagen frente a la redacción
del semanario barrial “La Tos de la Recoleta” y, tras ingresar, me dirigí a la
oficina de Luis Miguel. Junto a él, que estaba sentado en su sitio habitual,
había tres hombres de rasgos muy disímiles. Comprendí que se trataba de los
tres traductores.
―¡Dale! ¡Apurate!
¡Vení! ¡Sentate! ―me dijo cuando me vio llegar― ¡Dale que estos tipos cobran
por hora!
Me acerqué, tomé
asiento, expuse de modo sucinto la manera en la que el material que debían
traducir había sido registrado y les pedí que, una vez que comenzara a
reproducir la grabación, cada uno hablara cada vez que oyera su idioma de
competencia; que lo hicieran como si fueran ellos quienes estuvieran
manteniendo la conversación que había dado origen a la cinta que teníamos como
evidencia. Antes de apretar el botón “play” miré hacia arriba y le pedí al Dios
del cielo raso que hiciera que la grabación fuera buena, que mi voz hubiera
repetido, palabra por palabra, lo que habían dicho el jefe de la mafia rusa, el
chino de los supermercados y el sobrino séptimo de Al Capone, y que no se
compusiera, en cambio, de una serie de sonidos ininteligibles.
La máquina
comenzó a funcionar y el chino, que fue el primero en intervenir, tradujo lo
siguiente:
―En lugar de
acusarnos de apagar las heladeras durante la noche, tendrían que agradecernos
por prenderlas durante el día.
―Sí, y por
darnos el vuelto en caramelos ―tradujo, supongo que en un tono irónico, el
intérprete italiano.
―Y por cobrarnos
el frío de las bebidas ―agregó el traductor ruso.
Noté que esa
conversación banal comenzaba a alterar los nervios de Luis Miguel y adelanté la
cinta unos minutos. Una vez más, mi voz grabada reproducía lo que había dicho
el dueño de los supermercados chinos y el intérprete chino traducía:
―¿Qué clase de
boludo entra a un sauna con un sobretodo?
―Uno
insignificante ―tradujo el ruso.
―¿Lo conocés? ―preguntó
el italiano.
―Sí, lo conozco ―respondió
el ruso―. Dentro de unos días viajará a mi país y cuando eso suceda lo vamos a…
El intérprete ruso
se calló de manera abrupta. Desesperado, lo tomé por las solapas y le pregunté:
―¿Qué? ¿Qué?
¿Qué me van a hacer cuando llegue a Rusia?
―No sé ―me dijo―.
Eso es todo. Ahí concluye la grabación.
Luis Miguel me
lanzó una mirada que evidenciaba un profundo descontento. Tenía motivos para no
estar feliz, porque, además de llevarle una grabación intrascendente en lugar
del reporte que me había pedido, acababa de enterarse, de boca de un traductor
ruso, que abandonaría el país dentro de unos pocos días. Imagino los miedos que
le habrá despertado la idea de quedarse huérfano de socio. A pesar del dolor
que me causaba verlo así, no tenía tiempo para conmiseraciones. Tenía que averiguar
cuál era la sorpresa que me aguardaba en Rusia.
Don Natalio, los rusos parecen bastante fríos, calculo yo que por el clima, pero seguramente la sorpresa que te espera es una gran fiesta de bienvenida, con mucho vodka, cosacos bailando en pedo y rusas alocadas que harán las delicias luego de que termine la joda.
ResponderEliminar¡Sí, Fernando! ¡Esa es la actitud! ¡Tengo que pensar en positivo!
Eliminar¡Muchas gracias!
Saludos!
Yo que vos no iría!
ResponderEliminarMuchas gracias por el consejo, Anó, pero es algo que ya tengo decidido; una oportunidad que no puedo dejar pasar.
EliminarSaludos!