Hoy me desperté
cantando “A hard day´s night”, de The Beatles. Anoche Samuel tuvo una noche
difícil. Supongo que la ansiedad por el reencuentro inminente con mi primo Luján,
de Luján, le habrá jugado una mala pasada, porque no hizo más que llorar,
golpearse la cabeza contra la pared, rechinar los dientes y despertar a los
gritos de una pesadilla recurrente en la que él era el sol sobre un campo repleto
de girasoles y Luján era el único girasol que no giraba para verlo.
―¿Se te ocurre
algún sentido? ―me preguntó esta mañana.
―Mirá ―le dije―,
para mí la mejor interpretación que se le puede dar a un sueño es volver a
dormirse y olvidarse. Además, ¿cómo sabés que ese girasol que no se daba vuelta
era Luján? Si era un girasol, ¿cómo lo identificaste con mi primo?
―No sé. Son esas
cosas de los sueños que, aunque no tengan sentido, uno sabe que son así… Ahora recuerdo
que en ese mismo sueño vos eras una cosechadora. ¡Vos querés hacerle daño a
Luján! ―me dijo y comenzó a gritar y a llorar nuevamente.
Para
tranquilizarlo, le dije que una cosechadora no le hace daño a nadie, que, por
el contrario, saca lo mejor de las cosas y extrae las partes inútiles, y antes
de que pudiera pensar en mis palabras lo invité a ir a pagar la fianza.
En el penal tuvimos
que soportar una espera de dos horas y una cola de más de doscientos metros
para lograr que nos atendieran, pero una vez que llegamos al mostrador el
asunto no se demoró demasiado. Entregamos los cinco mil pesos y nos invitaron a
ir a la parte trasera del penal.
―Pero, ¿no hay
que firmar ningún papel? ¿No van a darnos un recibo? ―pregunté.
―¡El que sigue! ―dijo
la mujer que acababa de atendernos.
Para no
incrementar el nerviosismo de Samuel, no dije nada, pero mientras esperábamos
en la parte trasera del penal comencé a temer que hubiéramos sido víctimas de
una estafa. Habíamos entregado todo nuestro dinero y, a cambio, no habíamos
recibido un mísero comprobante. De repente, un móvil del lugar se acercó por
dentro al alambre tras el cual esperábamos. Dos oficiales bajaron, uno a cada
lado de la parte delantera, uno de ellos abrió el baúl y ayudó a salir a un
tercer oficial que, por algún motivo, había sido llevado hasta ahí encerrado
ahí dentro. El tercer oficial se quitó la gorra, se secó el sudor con uno de
sus antebrazos y volvió a colocársela. ¡Era Luján! ¡El tercer oficial era
Luján! Entre los otros dos, lo ayudaron a trepar al alambre. Samuel y yo lo
atrapamos al toro lado.
―Por si acaso ―nos
dijo uno de los oficiales antes de que nos fuéramos―, que no se muestre mucho
durante unos días. Para evitar problemas, ¿estamos?
Algo en toda esa
situación me hizo sentir que estábamos haciendo algo ilícito. No sabía qué,
pero tuve la impresión de que Samuel y Luján compartían la sospecha, porque los
dos corrieron junto a mí a gran velocidad hasta la furgonetita. Una vez
subidos, la puse en marcha y emprendí, a toda velocidad, el regreso al
monoambiente.
Luján tenía el
rostro percudido por la acción reiterada del corcho quemado sobre su piel.
Samuel había tomado una toalla del piso de la furgonetita, la había humedecido
y lo estaba limpiando con suma ternura y delicadeza. Sentí, entonces, que había
llegado el momento de comunicarles mi decisión de abandonar el país y radicarme
en Rusia.
Se los dije así
como debe quitarse una curita, de un solo tirón y creo que no tomaron la
noticia de la mejor manera, porque siguieron en lo que estaban como si no me
hubieran oído, como si prefirieran que nunca se los hubiera dicho.
Don Natalio, la verdad es que no hubiera imaginado nunca que sacar a alguien bajo fianza fuera tan espectacular. ¡Tendrías que haberlo filmado!
ResponderEliminarLo pensé en un momento, pero mi celular no tiene cámara y, además, habría puesto mi vida en peligro.
EliminarSaludos!
Don Natalio, bajá de la palmera please!
ResponderEliminarAnó, insisto en que me confundís con otra persona. Creo que nunca trepé un árbol en mi vida.
EliminarSaludos!