martes, 17 de diciembre de 2013

Día 351 - El Sauna de Mabel

Hoy me desperté cantando “Los piratas”, de Los Auténticos Decadentes, con la impresión de que mi primo Luján, de Luján, y Samuel no habían pegado un ojo en toda la noche y se la habían pasado cuchicheando, porque, aunque bastante más desalineados, tenían puesta la misma ropa y estaban sentados sobre las mismas sillas que cuando yo, vencido por el cansancio, me había acostado.
Como si la noche entera no hubiera sido suficiente, en lugar de preguntarme por mis sentimientos respecto a mi inminente partida rumbo a tierras rusas, dedicaron toda la mañana a inventar excusas destinadas a que yo abandonara el departamento. ¿Qué cosa tan importante que yo no pudiera oír tenían para decirse? No lo sé, pero decidí hacer caso omiso a pedidos indirectos y permanecí ahí, dispuesto a pasar el día con ellos.

Al mediodía sonó mi teléfono. Era Luis Miguel, el socio mayoritario de mi agencia de detectives, y me informaba que tenía que salir de inmediato, seguir todos y cada uno de los movimientos del jefe de la mafia rusa y pasarle un reporte.
―¿Hoy? ¿Con el calor que hace? ―le pregunté.
―Sí, tiene que ser hoy ―me dijo― ¡Ahora mismo!
―¿Tenemos uniforme de verano? ―le pregunté, pero cortó la comunicación sin dignarse a darme una respuesta.
Salí a la calle vistiendo mi sobretodo gris y un sombrero a tono. Para seguir al jefe de la mafia rusa, primero tenía que encontrarlo. Visité, entonces, los lugares que él frecuentaba. Fui primero al restorán-gimnasio ruso-ucraniano. Estaba cerrado. Me acerqué a la ventana. Adentro no había nada ni nadie. O estaban de remodelación o habían desmantelado el lugar de un día para el otro. No tenía tiempo para las conjeturas, así que me fui a la siguiente parada: “El Sauna de Mabel”, lugar en el que Alexandre Alexandrov (así dice llamarse el jefe de la mafia rusa) solía reunirse con un importante dueño de supermercados chinos y con un italiano que presumía de ser sobrino séptimo de Al Capone y al que sus vínculos con la Camorra le habían permitido ganar la licitación para abrir un puesto de diarios en el corazón de Puerto Madero.
A pesar de la insistencia de Mabel, que me recibió en el spa, ingresé al sauna seco sin quitarme el sobretodo, porque un buen detective mantiene la compostura independientemente de las circunstancias climáticas. Ahí estaban los tres: Alexandre Alexandrov, Nan Li Yun y Evaristo Capone, con el torso al descubierto, envueltos en sus toallas de la cintura hacia abajo. Hablaban cada uno en su idioma original, lo que me llevó a preguntarme si, en lugar de Mabel, aquel no sería “El Sauna de Babel”. Al ruso y al chino no les entendía nada; al tano, alguna que otra palabra suelta. Yo estaba sentado detrás de ellos, tres escalones por encima y próximo a la puerta. Sabía que mi vestimenta llamaría su atención más temprano que tarde y tenía la impresión de que, de ser escuchado por las autoridades pertinentes, lo que estaban diciendo les valdría pasar un buen tiempo en las sombras.

Haciendo un esfuerzo sobrenatural, me propuse memorizar, sonido por sonido, los siguientes cinco minutos de conversación. Es increíble el nivel de concentración que se puede alcanzar cuando se está al borde de la deshidratación, vestido con un sobretodo en un sauna seco, en un estado intermedio entre la inconsciencia y el desmayo. Con las palabras de aquellos rebotando en mi cabeza, salí del sauna, aparté a Mabel, que quería detenerme para que le pagara, de un violento empujón, salí a la calle, subí a la furgonetita, regresé al monoambiente, tomé un viejo grabador que tenía guardado y reproduje, procurando imitar el tono de voz de los participantes, la conversación del sauna. Ahora sólo debo hacerle escuchar la grabación a un intérprete ruso, a un intérprete chino y a un intérprete italiano.

2 comentarios:

  1. ¡Don Natalio! ¡Qué facilidad para simplificar las cosas! No dejo de sorprenderme con tu método para reproducir conversaciones.

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  2. Es la ley del sobreviviente, Fernando. Hay que valerse de lo que se tiene a mano.
    Saludos!

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