Hoy me desperté
cantando “Visita conyugal”, de Akim. Como en sus grandes noches de presentador
de boxeo, Samuel vestía un traje impecable y estaba peinado a la gomina. Finalmente
había llegado el tan ansiado jueves, día en el que mi primo Luján, de Luján,
tenía permitido recibir visitas.
Partimos rumbo
al penal en la furgonetita Volkswagen y Samuel hizo que me detuviera en el
camino, bajó y volvió a subir con un ramo de flores.
Ya en la cárcel,
nos sentamos frente a un vidrio a esperar por Luján, que aparecería unos
minutos después, esposado y escoltado por un guardia, con el pelo algo crecido
porque allí no le permitían manipular elementos eléctricos o cortantes, y la
cara ennegrecida por manchas que parecían de grasa, como si lo hubieran tenido
trabajando en el taller de la prisión, al igual que en esa película en la que Stallone y sus amigotes dedican sus horas de cautiverio a reparar un auto.
Ni bien se sentó
frente a nosotros, Samuel quiso entregarle el ramo de flores, pero, a excepción
de una pequeña rendija por la que sólo cabía el ruido de nuestras voces, el
vidrio era hermético y no había por dónde pasarlo. Tras pasear la mirada a lo ancho
de todo el panel, desistió de la idea de entregarle las flores.
―¿Y? ¿Trajeron
la plata para pagar la fianza? ―preguntó Luján y apoyó las palmas de sus manos
en el vidrio.
―No ―dijo Samuel―,
anque quedate tranquilo, que tenemos una idea.
―¿Qué idea? ―preguntó
Luján.
―Natalio se va a
inscribir en un concurso de Miss Cola Reef, va a ganar y, con el dinero del galardón,
te vamos a sacar de acá. ¡El culo te va a salvar! ―dijo Samuel.
Tras la última
frase, los ojos de mi primo se ensombrecieron hasta quedar a tono con su
rostro. Temí, y creo que Samuel sintió el mismo miedo, que a Luján lo hubieran
sodomizado.
―¿A qué se debe esa
cara? ―le preguntó Samuel― ¿Qué sucedió? ¿Te hicieron algo acá?
―Sí ―dijo Luján
y agachó la cabeza. Una lágrima se desprendió de su mejilla y se precipitó
sobre la madera del mostrador.
―Todos los días ―comenzó
a decir Luján luego de suspirar e inspirar una gran bocanada de aire―, cuando
termino de bañarme, un grupo de cuatro senegaleses con mucho poder acá adentro
me rodean. Los demás presos se van de las duchas y me dejan solo con los
cuatro. Ellos saben el motivo por el que estoy acá, saben que tuve a cuatro de
los suyos secuestrados y que les eché talco sobre la cabeza y que les pinté la
cara de blanco. Yo les pedí perdón, a ellos y a Dios, porque, sinceramente,
estoy arrepentido. Desconozco si Dios habrá aceptado mis disculpas; los
senegaleses no. Cada vez que nos quedamos solos en las duchas, dos me toman uno
por cada brazo, un tercero me sujeta las piernas y el cuarto, que se comporta
como el líder de la banda, enciende un encendedor, quema un corcho y me pinta
la cara de negro.
―Ah, ¿eso te
hacen? ―le pregunté.
―Sí, ¿te parece
poco? ―me preguntó clavando una mirada patética en mis ojos.
―No, poco no ―le
dije yo―, pero ¿te hicieron algo más?
―¡No!, pero no
aguanto más. Me hacen lo mismo todos los días, ni bien termino de bañarme… ¡Me
siento sucio, Natalio! ¡Ganen ese concurso! ¡Sáquenme de acá, por favor, se los
ruego!
Le prometí que
haríamos todo lo posible, que tratara de tener paciencia, me despedí y me alejé
para darles algo de intimidad. Ya apartado, desde detrás de la puerta, pude ver
cómo Samuel le pasaba, pétalo por pétalo, el ramo de flores a través de la
rendija.
Jamás hubiera pensado que los senegaleses fueran tan vengativos.
ResponderEliminarLos más bravos de África. Al menos eso es lo que dice Botswana Amarula.
EliminarSaludos!
Botswana Amarula! Que mujer sabia
ResponderEliminarUna mujer viajada, sin lugar a dudas.
EliminarSaludos!
Botswana Amarula! Que rica es la Amarula...
ResponderEliminar¿Sí, Anó? ¿Qué es lo que sabés? Porque si es muy rica tal vez convenga que se case con mi viejo. En una de esas, termino ligando algo.
EliminarSaludos!