Hoy me desperté
cantando “La noche te trae sorpresas”, de Ricardo Arjona. Durante unos minutos,
contemplé seriamente la posibilidad de meterme un taladro en la sien y, a
riesgo de ponerle fin a la mía, terminar de una vez con la vida del turro del
dj en mi cabeza, que sabe que este diciembre es un mes crucial, sabe que mis nervios
aumentan a medida que el fin de año se aproxima y, aun así, me hace despertar
cantando temas de Ricardo Arjona en días consecutivos.
Si yo estaba
nervioso, ni siquiera quería imaginarme cómo lo encontraría a Samuel luego de
que mi padre se hubiera negado a devolverme parte del dinero que, por derecho,
me correspondía y de la consecuente imposibilidad de pagar la fianza de mi
primo Luján, de Luján. Mi instinto detectivesco me decía que estaría muy
triste, desanimado, deshecho… Fue todo lo contrario. Nunca lo había visto tan
enérgico y activo. No había terminado de cantar y él ya estaba diciéndome que
algo tendríamos que hacer con el fin de juntar el dinero, que no iba a admitir
que nos quedáramos de brazos cruzados, que Luján estaba sufriendo, que éramos dos
insensibles, que si era necesario iría a hablar con el comisario y se ofrecería
a cubrir el lugar de Luján con la condición de que lo liberaran.
―¿Qué seccional
tiene el caso? ¿Qué seccional tiene el caso? ―gritaba como un loco.
―Tranquilo ―le dije yo―.
¿Cuán difícil puede ser para nosotros, dos tipos preparados, juntar cinco mil
pesos? ¿Cuánto nos puede llevar?
―No sé. ¿Qué se te
ocurre? ―me preguntó.
―¡Juntar las cinco lucas
y pagar la fianza! ―dije con entusiasmo.
―¡Ya sé, boludo! La
cuestión es cómo vamos a hacer.
―¡Ah!, ni idea ―le
dije―. Luján es el que suele tener buenas ideas.
―Yo tengo una idea ―me
dijo y, tomándome por el hombro, hizo que me diera vuelta―. A ver, bajate los
lienzos.
Un día atrás había
vivido una confusa experiencia con mi viejo y, como consecuencia de un mal
entendido, habíamos terminado los dos desnudos y abrazados sobre su cama.
Ahora, en este caso, no percibía ninguna posibilidad de doble interpretación.
Samuel había hecho que me diera vuelta y me estaba pidiendo que me bajara los
pantalones.
―Me parece que no es
momento ―le dije―, y tampoco es la manera de pedirle a un amigo un favor de
esta naturaleza. Aunque a veces me invadan las dudas, me considero
heterosexual, y si algún día decidiera probar (no digo que esté pensando en
hacerlo), empezaría como activo y no como pasivo.
―¡No, Natalio!
¡Entendiste cualquier cosa! Además, ningún homosexual hecho y derecho se
interesaría en tu cola, que tiene la forma de la de una mina.
―Y ¿entonces?
―Entonces bajate los
lienzos así veo tu culo. Confiá en mí.
Tras dudarlo, decidí
confiar y le hice caso.
―Buena forma ―dijo y
posó una de sus manos sobre una de mis nalgas―… Buena consistencia, buena
reacción al cacheteo, buena vibración…
―¿Aunque sea podrías
decirme por qué carajo me estás manoseando el culo? ―le pregunté.
―Se acerca el verano, Natalio, y se vienen los
concursos Miss Cola Reef. Una buena chance de ganar dinero fácil. Volvé a
vestirte nomás. Cuidemos esas nalgas, que son las que van a sacar a Luján de la
cárcel.
Esto yo ya lo ví, esto ya lo escuché....
ResponderEliminar¿De verdad, Fernando? ¿Habré contado dos veces el mismo día? Espero que no. No quiero volverme tan loco.
EliminarSaludos!
Jajaja! Me gustó lo del cacheteó...
ResponderEliminarEstá bien, Anó. No te juzgo. Cada uno encuentra placer como puede, le gusta y le conviene.
EliminarSaludos!