Hoy me desperté
cantando “Culpable”, de Vicentico. Nuevamente, mis cinco madrastras se pararon
en torno a mí junto a sus once hijos. También se acercaron mis hermanos y sus
familias. Era el cumpleaños número treinta y cuatro de Teresa Olga, la mayor de
mis hermanas mujeres, por lo que, mientras cantaba, caminé hacia ella para, a
modo de homenaje, dedicarle el espectáculo. Creo que la resaca que tenía como
consecuencia de la borrachera de ayer hizo que interpretara el tema con mayor
sentimiento. El aplauso cerrado de mis parientes de sangre, políticos, lejanos
o fraccionarios reforzó esa impresión. Después, le di un abrazo a Teresa Olga,
le cantamos el feliz cumpleaños y nos sentamos en el Pabellón Canadiense, donde
Celine Dilon nos recibió con un desayuno típico de aquellas tierras.
Unos minutos
antes del mediodía sentimos que golpeaban la puerta del hangar. Extrañamente,
el ruido del eco sonaba con mayor fuerza que el golpe original. Me dolía la
cabeza y, por miedo a que volvieran a golpear, fui corriendo a ver quién era.
Samuel, mi primo
Luján, de Luján, el mimo y mi hermano Marito Claudio tuvieron que ayudarme a
desplazar el gran portón. Del otro lado, Vicky, su padre, Arnoldo Jorge Negri y
otros miembros de los distintos y ya disueltos Grupos de Ayuda para Gente con
Problemas Pelotudos aguardaban a ser atendidos. Los saludé uno por uno a medida
que iban ingresando. Allí estaban Julio, Hernán y Pato (o Gallareta), que
habían sido mis compañeros de Grupo. Pato había venido con su esposo, sus
hijos, sus padres, sus suegros, sus hermanos, las parejas de sus hermanos, los
hermanos de su marido, las parejas de los hermanos de su marido y los hijos de
todos ellos. Además, habían venido, con sus respectivas mujeres, Pascual,
Baldomero y Nando, los Pelotudos a los que habíamos rescatado luego de
desmantelar la red de lavados de cerebro comandada por Daniel Amoroso. Todos
parecían felices; todos parecían haber superado sus Problemas Pelotudos, o al
menos parecía que habían aprendido a convivir con ellos.
Almorzamos en el
Pabellón Alemán, en una mesa larga para setenta y nueve personas. Yo me comí un
buen pedazo de Gebratene Fleisch y me tomé un litro de cerveza artesanal que mi
madrastra Celine había preparado. Mi viejo, que estaba sentado en una de las cabeceras,
aprovechó el descanso entre la comida y el postre para ponerse de pie, golpear
un vaso con una cuchara y anunciar que había comprado un regalo para Teresa
Olga, que al igual que al que le había entregado el día anterior a Marito, lo
había pagado él, pero se lo entregaría en nombre de toda la familia. Algunos soltaron
una carcajada pensando que mi viejo estaba haciendo un chiste, pero estoy
convencido de que el muy miserable lo dice muy en serio. Y, para colmo, la
sospecha de que usa mi dinero para comprar los regalos cobra cada vez más
fuerza. El regalo era una gargantilla de esmeralda que despertó el suspiro de
todas las mujeres presentes.
Aprovechando el
valor que me infundía el litro de cerveza alemana que me había tomado;
aprovechando también que Arnoldo Jorge Negri y el padre de Vicky habían
aceptado el desafío de Pascual y Baldomero, que los habían retado a jugar un
partido al mejor de tres sets en la cancha de tenis que mis hermanos habían
improvisado pintando las líneas con tiza y cruzando una manguera sostenida por
dos sillas… Aprovechando todo esto, me acerqué a Vicky, que estaba sentada en
un rincón del Pabellón Botswanés, jugando con las cuatro hijitas de Botswana
Amarula, y me senté a su lado dispuesto a contarle de mi viaje a Rusia. Antes,
por cortesía, le pregunté cómo venía con sus entrenamientos.
―Voy a dejar el
boxeo ―me dijo―. La derrota con Lucrecia me hizo darme cuenta que ya estoy
grande para esto. Además, Arnoldo quiere tener hijos y no se puede boxear y ser
madre al mismo tiempo.
―Pero vos, ¿qué
querés vos? Eso es lo importante ―le dije.
―No importa lo
que yo quiera. Yo quiero lo que quiera mi papá y lo que quiera Arnoldo. Quiero
que ellos estén bien ―me dijo, tratando de componer una sonrisa que no dejaba
de ser amarga.
No le pude
contar lo de mi viaje a Rusia. No pude, en parte, porque tenía la sospecha de
que no estaba atravesando un buen momento, pero, sobre todas las cosas, porque
me sentía culpable por haberla abandonado en sus entrenamientos, por haber dejado
que el inútil de Arnoldo Jorge Negri la entrenara. Sería una lástima que se
retirara del boxeo. Solamente necesita un buen entrenador, porque ella tiene
todo lo que hay que tener para convertirse en campeona del mundo.
Es una lástima que no hayan ido a la fiesta el grupo de taxistas/filofosos/abogados/contadores/pensadores, porque les podrías haber pedido opinión. Aunque lo más seguro es que la hubieran dado sin que se las pidas.
ResponderEliminarEs cierto, Fernando. Fueron invitados. Imagino que en algún momento van a aparecer.
EliminarSaludos!