sábado, 30 de noviembre de 2013

Día 334 - El muy celoso

Hoy me desperté cantando “Jodido noviembre”, de Los Caballeros de la Quema. Y sí, fue jodido este noviembre que finalmente termina. Gracias a mi viejo, todavía es jodido, porque ayer, quizá sin proponérselo, instaló en mí la duda respecto a si confío o no confío en él. Sigo preguntándomelo y no encuentro una respuesta que me satisfaga, por lo que, al menos por ahora, no voy a delegarle el cuidado de mi dinero.
Por suerte, el otro problema que teníamos, el del comportamiento excéntrico de mi primo Luján, de Luján, se va normalizando poco a poco. Eso, aunque Samuel no esté de acuerdo, es lo que a mi juicio se desprende de su conducta de hoy. Qué él piense lo que quiera, pero para mí su mejoría es un hecho innegable.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Día 333 - Un cachorro de dóberman

Hoy me desperté cantando “Caerán los bancos”, de Niños Mutantes. Justo cuando me levanté, mi primo Luján, de Luján, salía del baño. Tenía el cuero cabelludo colorado por la afeitada que acababa de pegarse; estaba en cueros y miraba con una expresión que me recordó a la de Edward Nortón en American History X. Quizá me estaba dejando condicionar por las advertencias de Samuel, pero lo cierto era que su comportamiento comenzaba a preocuparme.
Sonó el timbre. Era mi viejo. Bajé a abrirle. No estaba solo. Había venido con su mujer de los viernes, la botswanesa Botswana Amarula, y las cuatro niñas que habían traído al mundo: Laa Laa, Dipsy Nabila, Abba Po y Tinky Winky. Para subir hasta el departamento sin exceder la capacidad del ascensor tuvimos que dividirnos en dos grupos. Primero subieron mi viejo y Botswana Amarula, y después subí yo con las cuatro criaturas.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Día 332 - Tortitas negras

Hoy me desperté cantando “Out of control”, de U2. Era temprano cuando me levanté y mi primo Luján, de Luján, recién estaba preparando el desayuno. Le dije que se ocupara del té, del mate, de los exprimidos de naranja y del café con leche, porque yo iría a comprar facturas.
En la panadería me paré delante del mostrador esperando a que me atendieran, pedí una docena de facturas y la encargada movió la cabeza señalándome el lugar en el que las exhibían.
―Sí, facturas ―le dije sin comprender demasiado a qué se debía el gesto.
―¿Ve que donde están las facturas hay unas paneritas y unas pinzas? ―me dijo.
―Sí ―le respondí.
―Bueno, tiene que servírselas usted.
―¿Desde cuándo? ―le pregunté indignado.
―¡Desde que el mundo es mundo, señor. No me hinche las bolas. Hágame el favor!

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Día 331 - En el estado de Wisconsin

Hoy me desperté cantando “Te sigo”, de Los Calzones Rotos. Era temprano, pero el desayuno estaba servido en la mesa, esperando por Samuel, que todavía dormía, y por mí. Mi primo Luján, de Luján, que debía ser quien lo había preparado, no estaba ahí. Un ruido proveniente del baño delató su presencia. Me acerqué hasta la puerta. El ruido era el de mi afeitadora eléctrica. Me pareció extraño, porque Luján era un imberbe. Ni me quise imaginar qué parte del cuerpo estaría afeitándose y había decidido tomar unos cuantos dólares de debajo del colchón y comprarle una afeitadora eléctrica para que hiciera con ella lo que quisiera, pero no sería necesario, porque cuando salió, unos minutos más tarde, comprobé que se había afeitado la cabeza. Su nuevo look le gustaba tanto que había vuelto a raparse.

martes, 26 de noviembre de 2013

Día 330 - Estoy en problemas

Hoy me desperté cantando “Suspicious minds”, versión en español de Yiyo y los Chicos 10. Por segundo día consecutivo, mi primo Luján, de Luján, nos preparó el desayuno. Su mejoría es constante, aunque su personalidad presenta ciertos rasgos que antes de las rastas y las extensiones no manifestaba. Es, si es que es posible, más disciplinado, estructurado, riguroso, y un poco más torpe en sus maneras y movimientos, porque saluda extendiendo su brazo derecho y dando un grito ininteligible. Quizá tendríamos que llevarlo al médico.
Pero no tenía tiempo para ocuparme de nadie. Tenía que regresar a la casa de Justicia Social porque durante el casamiento ella había estado hablando a solas con el jefe de la mafia. Quería saber acerca de qué habían hablado, porque había recibido un llamado de Luis Miguel en el que, como socio mayoritario, me dio la orden de averiguar todo lo que pudiera acerca de este personaje.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Día 329 - Su desprecio eterno

Hoy me desperté cantando “Ojos de cielo”, de El Sueño de Morfeo. Poco a poco, mi primo Luján, de Luján, está volviendo a ser el de antes, al menos en lo que a su actitud servicial se refiere. Por primera vez en varios meses, preparó el desayuno para Samuel y yo. Habrá que creer, entonces, que tenía fundamentos la hipótesis de este otro y que las extensiones y las rastas estaban ejerciendo algún influjo sobre la conducta de Luján. Sí, desde que lo rapamos es otra persona. Antes dormía hasta las tres de la tarde, ahora se despierta con el amanecer, tiende su cama en menos de dos minutos, lava, cocina, limpia, se ejercita…
El casamiento de Igor me había dejado la sensación de que Justicia Social no la había pasado bien y sentí la necesidad de ir hasta su casa y disculparme personalmente por haberla llevado a una fiesta desprovista de lujos, de estilo decadente, carente de clase. Pero una simple disculpa no sería suficiente, tenía que encontrar la manera de compensarla.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Día 328 - Mi pequeño casamiento ruso

Hoy me desperté cantando “Luciendo mi saquito blusero”, de La Renga. Anoche la pasé a buscar a Justicia Social por la puerta de su casa y fuimos al casamiento de Igor. Para impresionarla, no fui en la furgonetita Volkswagen, sino que alquilé una limusina. Pensé que quizá no fuera muy expresiva, porque no hizo ni un solo comentario; tampoco esbozo ningún gesto de asombro, ni dejo escapar una sola exclamación. Supuse, además, que el poco tiempo de anticipación con el que la había invitado era la causa principal de que estuviera vestida de manera tan poco elegante, con un pantalón de uso diario y un suéter de lana marrón.
La celebración tendría lugar en el restorán-gimnasio de los ruso-ucranianos. Ahí nos dejó el chofer. Ahí bajamos. Contrario a lo que había imaginado, el lugar tenía el aspecto de todos los días. La única diferencia residía en que habían lavado los manteles para la ocasión. Los invitados no eran muchos. A excepción de una o dos caras extrañas, los invitados eran aquellos que día a día, ya fuera por fines laborales o sociales, visitaban el lugar.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Día 327 - Peinado a la gomina

Hoy me desperté cantando “El nudo”, de Callejeros. Acá estoy, dándome los últimos retoques para asistir al casamiento de Igor. Sé que dije que no iba a ir, pero una circunstancia me llevó a cambiar de opinión. Recibí un llamado de Luis Miguel en el cual me informó que él había sido el responsable de que me invitaran al casamiento ruso, que lo había hecho porque nos habían contratado para una investigación relacionada con el evento, que no podía adelantarme más que eso por teléfono porque existía el riesgo de que nos hubieran pinchado la línea, pero que me lo haría saber oportunamente. Me preguntó, también, si ya tenía con quién ir, que en caso de que no tuviera acompañante me pasaría un número a través del cual, si decía que llamaba de parte de él, conseguiría un pedazo de hembra por un precio sumamente razonable.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Día 326 - El síndrome de Estocolmo


Hoy me desperté cantando “Fiesta sin invitación”, de Los Enanitos Verdes. Luján amaneció un poco más tranquilo, o al menos eso aparentaba, y daba la impresión de que, finalmente, tras dos días de cautiverio, las condiciones para liberarlo estaban dadas. Sin embargo, cuando nos acercamos para desatarlo, murmuró entre dientes una nueva amenaza contra Samuel.
¡Pobre Sammy! Es tan fuerte el amor que siente por ese mocoso, que, aunque lo intentó, le fue imposible disimular el dolor que le producía la actitud de Luján.
―De todos modos ―dijo mientras aflojaba el nudo―, no nos queda otra que desatarlo…
―¡No, pará! ―le dije yo y volví a ajustar el nudo― Tengo una idea.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Día 325 - ¿Por qué no me mandás un mail?

Hoy me desperté cantando “Me mata”, de Kapanga. Ayer se nos fue la mano con el cloroformo. Mi primo Luján, de Luján, durmió hasta esta mañana. Es más, creo que lo desperté yo, con mi canción de Arjona. Eso explicaría, en gran parte, su reacción, porque comenzó a insultar al aire y, cuando se cansó de hacerlo, dedicó el resto de sus energías a amenazarnos de muerte a Samuel y a mí.
―¡Hijos de puta! ¡Desátenme! ¿Me raparon? ¡Me raparon, hijos de mil puta! ¿Dónde están mis rastas? ¡Desátenme! ¡Los voy a matar!
Por suerte habíamos cometido un pequeño descuido: nos habíamos olvidado de desatarlo. Para que se tranquilizara, le propuse a Samuel que volviéramos a dormirlo con otra dosis de cloroformo, pero, como él era partidario de dejar que siguiera gritando hasta que terminara de desahogarse, me fui del monoambiente. Si hay algo que no tolero, es escuchar a un hombre mientras se queja por pavadas.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Día 324 - Una fogata de pelos

Hoy me desperté cantando “Sentate en el pelado”, de Amar y Yo. Terminé la canción bajó la ducha. Después me afeité, me cepillé los dientes y salí del baño. Samuel me recibió con uno de sus mates amargos.
―¿Tiene azúcar? ―le pregunté sabiendo cuál sería la respuesta.
―No ―dijo él.
―Entonces paso.
―¿Qué hacemos? ―me preguntó después de un largo silencio.
―¿Qué hacemos con qué?
―Con las rastas de Luján. ¿Le cortamos el cabello al ras o lo dejamos así?
―¿Vos realmente estás convencido de que esas extensiones tienen influencia sobre su personalidad? ―le pregunté.
―Sí ―respondió él.
―Bueno, entonces, por si acaso, para que te quedes tranquilo, avancemos con el plan de raparlo. Eso sí, algo vamos a tener que inventar, porque no se va a dejar así porque sí.
―Y vos ¿qué sugerís?
―Desde mi punto de vista ―le dije―, tenemos dos opciones: la primera sería dormirlo; la segunda, maniatarlo. ¿Cuál te parece mejor?
―La tercera.

martes, 19 de noviembre de 2013

Día 323 - Tereré con vodka

Hoy me desperté cantando “No woman, no cry”, de Bob Marley. Nada como dormir sobre un colchón debajo del cual hay setenta mil dólares. Tuve sueños maravillosos durante toda la noche, sueños en los que no hacía más que comprar objetos costosos y vivir una vida repleta de lujos. El origen de ese dinero no representaba un dilema para mí. No tenía remordimientos ni por haber tomado el dinero de los rusos ni por haber apostado en contra de Vicky, porque no lo había hecho como consecuencia de un capricho, sino en base a un estudio minucioso de las características de ambas boxeadoras.
Ahora que era el más tipo más rico que conocía, ya nada conseguiría fastidiarme. Nada no, porque Samuel se acercó a mí y me ofreció un mate. Sabía que no me iba a salir barato, pero lo acepté de todos modos. Estaba muy amargo.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Día 322 - En el horno

Hoy me desperté cantando “Good Riddance (Time of Your Life)”, de Green Day. Los rusos continuaban buscándome por la ciudad y yo seguía ahí, escondido en su restorán-gimnasio. Sabía que era peligroso, pero tras dos días de cautiverio mi estómago pedía alimento y decidí hacer una incursión a la cocina. No es mucho lo que sé acerca de la cocina rusa, por lo que me era difícil distinguir entre aquellos platos que debían servirse crudos y aquellos otros que requerían cocción. Dadas las circunstancias, decidí asumir el riesgo.
Me estaba dando un festín, raspando el fondo de una hoya en la que había un puré un tanto acuoso o una sopa fría y espesa, cuando oí que alguien entraba al restorán. Con desesperación, analicé el lugar buscando un sitio en el cual esconderme y, sin someter la decisión a un análisis profundo, me metí, tras una portezuela, en un hueco que había en la pared.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Día 321 - La última masa fina

Hoy me desperté cantando “Quieren bajarme”, de Damas Gratis. Los rusos me están buscando. Me buscan desde que anoche terminó el séptimo round de la pelea con Vicky todavía de pie. Siguiendo el consejo que alguien me dio hace mucho, mucho tiempo, me escondí en el último lugar en el que se les ocurriría buscarme: su propio restorán-gimnasio. Nadie sería tan estúpido como para esconderse acá. Bueno, les tengo una noticia a esos tomadores de vodka, yo sí soy tan estúpido.
La pelea entre Vicky y Lucrecia fue una carnicería. Desde que mi vieja y mi tía se pelearon por la última masa fina con dulce de leche aquella tarde de domingo del año ochenta y nueve, no veía a dos mujeres golpearse durante tanto tiempo y con tanta ferocidad. Los primeros tres asaltos mostraron a una Vicky dubitativa y algo paralizada por los nervios. Era evidente que Arnoldo Jorge Negri había hecho una mala lectura de la pelea y no había dado en la tecla con la estrategia, porque Lucrecia entraba y salía de la guardia de Vicky golpeándola a placer, tanto en el cuerpo como en el rostro. Por suerte, Vicky es una boxeadora inteligente y versátil, que no se ata a un plan si éste no da el resultado esperado. En el cuarto round hizo algunos ajustes y emparejó el desarrollo. Ganó, sin dejar lugar a dudas, el quinto y el sexto asalto, y llegó al inicio del crucial séptimo asalto un punto debajo de la falsa Lucrecia en las tarjetas.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Día 320 - Unas horas en el purgatorio

Hoy me desperté cantando “Cumbia batucada”, de Los Delfines. ¡Qué día! En este momento, Igor le está vendando las manos a la falsa Lucrecia. Faltan cuarenta minutos para el comienzo de la pelea. Yo estoy de pie y, con la espalda y la suela de un zapato apoyados en la pared, los veo hacer… Que los veo hacer es un decir, porque, a decir verdad, mientras mis ojos apuntan en dirección a ellos, mi mente se entretiene imaginando a Vicky (de quien sólo me separa la pared detrás de mi espalda) sentada en un cuartito como este, ansiosa y concentrada mientras Arnoldo Jorge Negri le coloca las vendas.
Siento deseos de salir, entrar a su vestuario, darle un fuerte abrazo, algunas instrucciones y desearle suerte, cuando en realidad tendría que salir, entrar a su vestuario y encontrar el medio de persuasión para que acceda a dejarse caer en algún momento del séptimo asalto. Podría haberla invitado, también, a fugarse conmigo. Podríamos habernos valido del dinero de los rusos, subirnos a un avión y empezar una carrera lejos, muy lejos, bajo nombres ficticios respaldados por pasaportes falsos…

viernes, 15 de noviembre de 2013

Día 319 - Esa tramoya por demás deshonrosa

Hoy me desperté cantando “Yo no me sentaría en tu mesa”, de Los Fabulosos Cadillacs. Estaba nervioso, porque había llegado el día del pesaje de la pelea entre Vicky y la falsa Lucrecia. La ceremonia tendría lugar en la federación de boxeo y contaría con la asistencia de la prensa especializada y de algunas glorias del boxeo doméstico. Estaba a punto de cumplir uno de los grandes sueños de mi vida: el de hacerme sitio en la elite del pugilismo nacional, pero diversos factores me impedían disfrutar el momento.
En primer lugar, había llegado al punto deseado, sí, pero por el camino incorrecto. Sentía que debía estar en la esquina de Vicky y no en la de la falsa Lucrecia; en segundo lugar, estaba todo ese asunto de las apuestas y los ruso-ucranianos presionándome para que persuadiera a Vicky de caer noqueada en el séptimo asalto y obligándome a invertir diez mil pesos de mi fortuna personal ―que ascendía a poco más de diez mil pesos― en esa tramoya por demás deshonrosa.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Día 318 - Media docena de medialunas

Hoy me desperté cantando “Que me quiten mi dinero”, de Andy & Lucas. Después de tanto tiempo más que un puñado de monedas circunstanciales en el bolsillo, me sentía un potentado con tanto dinero en el bolsillo. Para compartir mi felicidad, fui hasta la panadería y compré media docena de medialunas, preparé el mate y los desperté a Samuel y a mi primo Luján, de Luján, para que desayunáramos.
Desde que se había hecho las rastas, a Luján no le gustaba levantarse temprano. Dormía todos los días hasta después del mediodía. Por eso, supongo, fue que no le gustó demasiado que lo hubiera despertado a las cinco y diez de la mañana. De mal humor y todo, se levantó de la cama, engulló las dos medialunas que le correspondían, me quitó la pava de la mano, se cebó un mate, lo tomó, se cebó otro, lo tomó y volvió a acostarse. Su actitud me dejó pasmado. A Samuel, por cuestiones fonéticas, lo dejó anonadado.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Día 317 - Una dura y prolongada discusión

Hoy me desperté cantando “Movidito, movidito”, de Sebastián. Y sí, tuve un día bastante movidito. Después de diez horas de entrenamiento ininterrumpido con la falsa Lucrecia, fui en mi furgonetita a la redacción del semanario barrial “La Tos de la Recoleta”, donde me encontraría con Luis Miguel para entregarle el dinero del pago de la mujer de Óscar Casabache. Así fue y así lo hice. Luis Miguel extrajo el fajo de billetes del sobre, contó la suma, dijo que estaba bien, me dio ciento veintinueve pesos con treinta y cinco centavos en concepto de viáticos y guardó el resto en su caja fuerte.
―¿No nos estamos olvidando de algo? ―le pregunté.
―¿Querés un café? ―me dijo.

martes, 12 de noviembre de 2013

Día 316 - No importa el problemo

Hoy me desperté cantando “Pupilas lejanas”, de Los Pericos. En honor a la verdad debo admitir que sólo una de mis pupilas permanece lejos de mí y es, justamente, la que yo más quiero. La otra, la falsa Lucrecia, está siempre cerca, entrenando como una máquina que no conoce de descansos ni necesita de mis instrucciones para funcionar. ¿Qué hago, entonces, si no me necesita, si no cumplo ninguna función, si no aporto nada, todavía afiliado a su equipo de trabajo? Eso pensé esta mañana y por eso tomé la decisión de comunicarle mi renuncia, pero justo cuando iba a pedirle que hiciera una pausa en su entrenamiento para darle la noticia, Igor se acercó para decirme, en un ruso ininteligible que ella tradujo mientras continuaba tirando golpes, que el jefe me mandaba a llamar.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Día 315 - El artefacto giratorio

Hoy me desperté cantando “Adela en el carrousel”, de Charly García. A falta de cincuenta días para el día previo a mi cumpleaños número treinta no me atrevería a afirmar que he conseguido desactivar la crisis, pero sí puedo decir que tal vez, finalmente, haya dado un primer paso certero en el camino de su desactivación. Hoy desperté, por primera vez, siendo socio minoritario de una agencia de detectives privados. ¿Cómo lo conseguí? Cumpliendo con el requisito que para ello habíamos convenido con Luis Miguel: encontrar a Óscar Casabache y regresarlo a su hogar antes de la medianoche del día de ayer.
Ni bien Luis Miguel me comunicó que había desaparecido, supe, por obra y gracia de eso que algunos identifican como intuición y otros reconocen como un pálpito, que lo encontraría en la calesita de la Plaza Almagro. Sin embargo, no todo fue tan sencillo como mi relato invita a presuponer.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Día 314 - El socio minoritario

Hoy me desperté cantando “No me puedo escapar de ti”, versión de Luis Miguel y Rocío Banquells. Por primera vez desde que la falsa Lucrecia y yo estamos en el restorán-gimnasio ruso-ucraniano afronté el entrenamiento con tranquilidad. Supongo que el cambió se debió al hecho de haberme enterado de que Igor no había muerto y de que, aparentemente, los amigos de mi pupila no eran miembros de la mafia rusa, sino unos gigantones que se desempeñaban como pequeños empresarios gastronómicos.
Una vez finalizado el entrenamiento, me duché y subí a la furgonetita con la intención de regresar al monoambiente, pero el ruido del motor en marcha despertó en mí la idea de llamar a Justicia Social e invitarla a dar una vuelta. “¿Por qué no?”, pensé y saqué mi celular de la guantera para llamarla. Sin embargo, no había puesto el dedo sobre el primer número cuando mi teléfono sonó.
Era Luis Miguel. ¿Por qué llamaba? Por un asunto laboral seguramente, porque se refirió a mí por mi nombre de encubierto.
―Pablito ―me dijo―, surgió un asunto de urgencia.
―¿De qué se trata esta vez? ―le pregunté.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Día 313 - El fantasma de Igor

Hoy me desperté cantando “Sólo le pido a Dios”, de León Gieco. La letra me sensibilizó y llegué al restorán-gimnasio de los mafiosos rusos decidido a comunicarle a la falsa Lucrecia que aquel sería nuestro último día de entrenamiento.
―¿Se trrrata de una estrrrategia parrra que llegue descansada a la pelea? ―me preguntó.
―No ―le dije yo―. Se trata de una cuestión de principios. No puedo seguir trabajando con una persona que tiene lazos estrechos con la mafia rusa.
―¿Mafia rrrusa? ¿Porrr qué dice eso?
―¿Por qué lo digo? ¡Lucrecia, acá murió una persona y nadie parece querer enterarse!
―¿Quién murió? ―me preguntó alarmada.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Día 312 - Justicia y sus hermanas

Hoy me desperté cantando “Curitas”, de Charly García. Ayer a la tardecita, luego de la “excursión” con los mafiosos rusos, volví al monoambiente para prepararme para mi primera cita con Justicia Social. Me había perturbado el hecho de haber dejado a Igor, uno de los rusos, tirado en el galpón luego de haber oído la balacera, pero no había nada que pudiera hacer para remediarlo. Además, solamente me había limitado a seguir las instrucciones del jefe de la mafia. No tenía nada que reprocharme.
El dinero que me habían pagado por mis servicios de chofer me permitiría llevar a la hija del candidato al cine, comprar pochoclos y gaseosas, y llevarla luego a un buen restorán. Pensé, creo que con buen criterio, que no podía presentarme en un lugar de nivel con el cuerpo cubierto de vendas, por lo le pedí ayuda a mi primo Luján, de Luján, para quitarme las vendas, y a Samuel, que no cargaba con la mugre propia de las rastas, para desinfectar las heridas. Después, salí a la calle en cuero para que la piel se refrescara con el contacto del aire y compré en el chino una caja que contenía diez paquetes de diez curitas cada uno. Después me senté en un banco de la plaza y, una por una, cubrí mis lastimaduras con aquellas curitas. Me bañé y, para estar a tono, me puse un traje color natural. Volví a salir, subí a mi furgonetita y la pasé a buscar a Justicia por su departamento.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Día 311 - Igor no va a venir

Hoy me desperté cantando “El dinero no es todo”, de Los Auténticos Decadentes. Estoy de acuerdo con el enunciado del título de la canción, el dinero no es todo en la vida… ¡pero cómo ayuda! A mí, si lo tuviera, me ayudaría, por ejemplo, a pagar el cine y la cena que tendría esa misma noche con Justicia Social. Estaba tan desesperado por hacerme con algo de efectivo que, una vez concluido el entrenamiento de aquella mañana con la Falsa Lucrecía, les ofrecí a los rusos del restorán-gimnasio en el que estábamos preparando la pelea un descuento del cincuenta por ciento en una excursión de mi emprendimiento turístico “El Pasea Porros”, siempre y cuando tomaran el servicio en ese mismo instante, pagaran en efectivo y por anticipado.
Para mi sorpresa, aceptaron sin que hubiera necesidad de insistirles. Para tener una ganancia que me permitiera afrontar los gastos previstos para esa noche, decidí no participar a mis socios. Así fue que, cinco minutos después de recibir el pago, arrancamos rumbo a la primera parada: el Obelisco.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Día 310 - Un bigote grueso y cano

Hoy me desperté cantando “Mafia rusa en la costa del sol”, de Airbag. No de Airbag el trío musical argentino de los muchachitos de los peinados fastuosos, sino de Airbag el trío malagueño de los tíos con aspecto de nerds u oficinistas con más de veinte años de antigüedad. Samuel y mi primo Luján, rastafari de la localidad de Luján, me miraban debatiéndose entre el desconcierto y el hartazgo. Parecía que estaban esperando a que terminara la canción para soltar un sinnúmero de reproches. No tuve la oportunidad de comprobarlo, porque el sonido del timbre los distrajo y me permitió evadirme.
—¿Quién es? —pregunté.
—¿Natalio? ¿Es usted? Soy yo, Lucrrrecia —respondió la voz al otro lado del portero eléctrico.

martes, 5 de noviembre de 2013

Día 309 - Una estampida de colibríes salvajes

Hoy me desperté cantando “Ala de colibrí”, de Silvio Rodriguez. Porque soy un tipo testarudo, me fui hasta el hospital en el que habían disfrazado mi expulsión bajo el eufemismo de “Alta Forzosa”, porque aunque me habían pedido que no regresara, quería ver si encontraba a Justicia Social. Supuse que, si había estado ahí, hablando con un médico durante el día anterior, probablemente tuviera a algún pariente internado y regresaría a visitarlo en cualquier momento. Eso o algún vínculo amoroso la unía a aquel doctor.
Fuera como fuera, llegué al hospital e ingresé por la guardia. Tenía el cuerpo repleto de pequeños vendajes que cubrían las cortaduras que me había producido el contacto con los pedazos de vidrio del tapial de la casa de mi madre y de la mesa ratona que rompí en su sala mientras intentaba rescatarla de un secuestro que nunca había sido.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Día 308 - Pensamientos sindicales

Hoy me desperté en mi habitación de hospital cantando “Carcelero suéltame”, de Pepe Suero. Concluida la canción, comí lo que encontré en la bandeja: una sustancia sosa y descolorida como la de todas las comidas que me daban. Supe que se trataba del desayuno por la fisonomía de los utensilios y porque la enfermera que la había traído era la del turno mañana. La cama de al lado era ocupada por un nuevo compañero de habitación que dormía plácidamente. Si bien era temprano para saberlo, mi instinto detectivesco me decía que se trataba de un solitario que, al igual que yo, no recibiría visitas. Tan solitario se me antojaba, que decidí dejarlo solo y salí, con mi suero a cuestas, a recorrer los pasillos del hospital con la intención de vigilar de cerca al médico cuya alimentación era la clave del caso que me había encomendado Luis Miguel.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Día 307 - El derecho a ser infiel

Hoy me desperté cantando “I heard love is blind”, de Amy Winehouse. A eso de las nueve de la mañana, después de que una enfermera hubiera renovado mi suero, alguien me habló desde la otra cama. Supuse que habría sido el viejo que la había ocupado al menos hasta la hora en la que me había dormido durante la noche anterior, pero no, el que me hablaba era Luis Miguel, que por lo visto, vestido y todo, se había metido bajo las sábanas.
—Pablito, ¿cómo estás? —me preguntó.
Venía a verme por un trabajo de investigación. Lo supe porque, en lugar de llamarme por mi nombre, había pronunciado mi nombre de encubierto.
—Bien, bien —le respondí—. Pero, ¿qué hacés acá? ¿Qué hiciste con el viejo que estaba en esa cama?

sábado, 2 de noviembre de 2013

Día 306 - Tu padre, sus seis mujeres y sus once hijos menores

Hoy me desperté en mi habitación de hospital cantando “(En) El séptimo día”, de Soda Stereo. Abrí los ojos y, distribuidos en torno a mi cama, algunos de pie, otros sentados, estaban mi vieja, mi viejo, mi primo Luján, rastafari de Luján, y Samuel. Por un momento me sentí un tipo muy popular (o uno que estaba a punto de morir), porque, además de ellos, había siete u ocho personas en las que no detectaba ni un solo rasgo familiar. ¿Serían compañeros de la escuela primaria que venían a darme el último adiós? Pronto entendí que no, que no era el único enfermo en aquella habitación y que aquellas personas estaban visitando al viejo con el que compartía el cuarto.
Una vez que conseguí sacudirme la confusión propia de la modorra, miré a mi madre a los ojos y le dije:
—¡Mami, te liberaron!

viernes, 1 de noviembre de 2013

Día 305 - La moda de los Hot Jean

Hoy me desperté en una habitación desconocida cantando “Silencio hospital”, de Los Fabulosos Cadillacs. ¿Cómo llegué hasta acá? Anoche, ni bien el cielo perdió todo rasgo lumínico, me puse mi sobretodo y partí rumbo a la casa de mi madre. Para no alertar a sus secuestradores, estacioné a dos cuadras de distancia, en el costado opuesto de su manzana. Dada la naturaleza de mi misión, no existía la opción de ingresar por la puerta de frente. De todos modos, esa imposibilidad no representaba un problema, al menos para mí, porque, de mis épocas de infante, conocía las conexiones que vinculaban a todos y cada uno de los patios del barrio. Lo que no sabía, debo reconocerlo, es que el vecino entre cuyo terreno y el patio de mi madre había nada más que un tapial había comprado un rottweiler.