Hoy me desperté cantando
“No me puedo escapar de ti”, versión de Luis Miguel y Rocío Banquells. Por primera
vez desde que la falsa Lucrecia y yo estamos en el restorán-gimnasio ruso-ucraniano
afronté el entrenamiento con tranquilidad. Supongo que el cambió se debió al
hecho de haberme enterado de que Igor no había muerto y de que, aparentemente,
los amigos de mi pupila no eran miembros de la mafia rusa, sino unos gigantones
que se desempeñaban como pequeños empresarios gastronómicos.
Una vez
finalizado el entrenamiento, me duché y subí a la furgonetita con la intención
de regresar al monoambiente, pero el ruido del motor en marcha despertó en mí
la idea de llamar a Justicia Social e invitarla a dar una vuelta. “¿Por qué no?”,
pensé y saqué mi celular de la guantera para llamarla. Sin embargo, no había
puesto el dedo sobre el primer número cuando mi teléfono sonó.
Era Luis Miguel.
¿Por qué llamaba? Por un asunto laboral seguramente, porque se refirió a mí por
mi nombre de encubierto.
―Pablito ―me
dijo―, surgió un asunto de urgencia.
―¿De qué se
trata esta vez? ―le pregunté.
―Óscar
Casabache. ¿Te acordás de él?
―Sí, el tipo de
las propinas. ¿Qué pasa con él?
En realidad
Casabache no era el tipo de las propinas, sino que era el tipo que se gastaba
el dinero de las propinas en la calesita de la Plaza Almagro.
―Nada.
Desapareció de la casa ―dijo Luis Miguel― y la mujer está desesperada.
―Y claro, me
imagino, que desaparezca tu marido no debe ser algo menor.
―Sí, pero no
está preocupada por él. Está preocupada porque no sabe cuánta plata se llevó y
hace tres días que no puede controlar sus gastos. Va a ser difícil encontrarlo
y no nos va a pagar si no lo hacemos. Pero si por esas casualidades de la vida
llegamos a encontrarlo, nos va a pagar en grande. Cuanto antes lo encontremos,
mayor será la paga.
―Estoy seguro de
que sé dónde encontrarlo ―le dije.
―Perfecto.
Decime dónde y voy a buscarlo.
―Antes
arreglemos números.
―Bueno, bueno,
veo que estás aprendiendo ―me dijo―. Primero decime cómo sabés dónde está.
―Un pálpito ―le
dije secamente.
―Perfecto.
¿Cuánto querés? Además de los viáticos, por supuesto.
―Quiero ser
socio. Cincuenta y cincuenta.
―Cuarenta y
nueve por ciento es lo máximo que puedo ofrecerte. Siempre y cuando me traigas
a Oscar Casabache antes de la medianoche.
―Cuarenta y
nueve coma cinco ―le dije.
―No me
presiones, Pablito, es cuarenta y nueve o nada. Vos elegís.
―Está bien,
acepto, pero con una condición.
―¿Cuál? ―me
preguntó.
―Si lo encuentro
a Casabache antes de la medianoche no vas a volver a llamarme Pablito Ruíz. A
partir de mañana voy a volver a ser Don Natalio Gris, el único, el
inconfundible.
―Elemental,
Pablito, como vos quieras ―me dijo antes de cortar la comunicación.
Espero que cumpla su palabra.
ResponderEliminarSí, Fernando. Luis Miguel sería incapaz de engañarme.
EliminarSaludos!
Flor de aprovechador!
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó. Yo también siento que estoy aprovechando mis oportunidades.
EliminarSaludos!