sábado, 9 de noviembre de 2013

Día 313 - El fantasma de Igor

Hoy me desperté cantando “Sólo le pido a Dios”, de León Gieco. La letra me sensibilizó y llegué al restorán-gimnasio de los mafiosos rusos decidido a comunicarle a la falsa Lucrecia que aquel sería nuestro último día de entrenamiento.
―¿Se trrrata de una estrrrategia parrra que llegue descansada a la pelea? ―me preguntó.
―No ―le dije yo―. Se trata de una cuestión de principios. No puedo seguir trabajando con una persona que tiene lazos estrechos con la mafia rusa.
―¿Mafia rrrusa? ¿Porrr qué dice eso?
―¿Por qué lo digo? ¡Lucrecia, acá murió una persona y nadie parece querer enterarse!
―¿Quién murió? ―me preguntó alarmada.

Justo cuando iba a decirle que no se hiciera la tonta, que bien sabía que Igor había caído en el último operativo, cuando el mismísimo Igor ingresó al gimnasio proveniente de la cocina. La lividez de su rostro me impresionó al punto de paralizarme. Aquel no era Igor, sino el fantasma de Igor. El miedo me impidió alertar a Lucrecia. Con la intención de vengarse, el fantasma se acercaba a ella desde atrás. Cuando estuvo a medio paso de distancia, posó la mano sobre el hombro de mi pupila. Pensé o que sus dedos espectrales atravesarían la carne de la falsa Lucrecia o que, de producirse, el contacto más leve la fulminaría. Pero no fue así.
―Natasha ―dijo él ni bien ella se dio vuelta.
―Igor ―dijo ella.
Sus mejillas entraron en contacto. Entonces pude comprobar, por los sedimentos que el beso ruso había depositado en el rostro de mi pupila, que la palidez del rostro de Igor correspondía a una fina capa de harina que, porque habría estado amasando, cubría la piel de su cara. La alegría de verlo con vida me llevó a correr en dirección a él. Tan alto era Igor, que tuve que dar un salto para poder abrazarlo por encima de la línea de la cintura.
―¡Igorcito, estás vivo, es un milagro! ―dije al borde de las lágrimas.
Igor me palmeó la cabeza y parte de la harina que cubría su mano pasó a cubrir mi cabello.
―¿Qué fue todo eso? ―me preguntó Lucrecia una vez que Igor siguió su camino.
Le conté lo que había sucedido el último jueves: la excursión, los siete rusos, el galpón, el tiroteo, el regreso sin Igor. La falsa Lucrecia soltó una risa estruendosa y auténtica. Supuse que la habría desbordado la misma alegría que había sentido yo al enterarme que su amigo estaba vivo, pero no. Luego de diez minutos de risas ininterrumpidas, me explicó que Igor se casaría dentro de quince días y que lo que yo había presenciado era parte del ritual ruso para despedir la soltería de un hombre, que lo que había oído no habían sido tiros, sino la explosión de fuegos artificiales, porque los rusos acostumbraban atar al futuro marido a un poste, vendarle los ojos y asustarlo arrojándole petardos para que explotaran cerca de él.
Sí, definitivamente, el pueblo ruso era un pueblo inmaduro, pero, por lo menos, los amigos de la falsa Lucrecia no pertenecían a un grupo mafioso.

4 comentarios:

  1. Bueno, supongo que podrías haberte levanto cantando el Fantasma de Canterville, también.

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    1. No sé, Fernando. Son cosas que decide el dj en mi cabeza.
      Saludos!

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  2. Natalio, tendrías que buscar a alguien que ajuste tus percepciones.

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