Hoy me desperté cantando
“Fiesta sin invitación”, de Los Enanitos Verdes. Luján amaneció un poco más
tranquilo, o al menos eso aparentaba, y daba la impresión de que, finalmente,
tras dos días de cautiverio, las condiciones para liberarlo estaban dadas. Sin embargo,
cuando nos acercamos para desatarlo, murmuró entre dientes una nueva amenaza
contra Samuel.
¡Pobre Sammy! Es
tan fuerte el amor que siente por ese mocoso, que, aunque lo intentó, le fue
imposible disimular el dolor que le producía la actitud de Luján.
―De todos modos ―dijo
mientras aflojaba el nudo―, no nos queda otra que desatarlo…
―¡No, pará! ―le
dije yo y volví a ajustar el nudo― Tengo una idea.
Mi idea
consistía en dejar a Luján atado el tiempo que fuera necesario para que desarrollara
el síndrome de Estocolmo. Era la mejor manera de asegurarnos de que recuperara
el amor por el hombre sin “p”.
―¿Y yo qué tendría
que hacer? ―me preguntó Samuel.
―Nada. Por
momentos, tratalo mal; por momentos, tratalo bien. Confundilo. No le des
oportunidad de acostumbrarse a nada. Es la única forma de recuperarlo.
Estaba dándole
instrucciones más detalladas cuando sonó el timbre.
―¿Quién es? ―pregunté.
―Soy yo,
señorrr, Lucrrrecia ―respondió la voz al otro lado del portero eléctrico.
¿Lucrecia? ¿Qué
hacía la falsa Lucrecia en mi casa?
―Ahí bajo ―le
dije.
―No hace falta.
Me abrrrierrron. Voy subiendo ―me dijo.
¡Lucrecia venía
en camino! ¿Qué íbamos a hacer? Gobernado por la desesperación, le pedí a
Samuel que amordazara a Luján y lo metiera en el baño; que, por las dudas, se
quedara ahí con él.
Al igual que el
de Vicky, el rostro de Lucrecia exhibía las marcas que le habían producido los
golpes de la pelea. Había venido a verme para traerme un sobre en cuyo dorso
podía leerse “Natalio Gris y Sra.”
―¿Y esto? ―le
pregunté.
―La invitación
parrra el casamiento de Igorrr, que es mañana porrr la noche ―me dijo.
―Pero, ¿vos te
volviste loca? Si voy me van a matar. Tu jefe me pidió que desapareciera.
―Bah.
Patrrrañas. Exagerrran, perrro son buenos muchachos ―me dijo―. ¿Vas a venirrr?
Antes de que
pudiera decirle que no, que ni aunque estuviera loco iría a compartir una fiesta
con los mafiosos rusos, comenzaron a oírse una serie de ruidos indescriptibles
que, provenientes del baño, llamaron la atención de Lucrecia.
―¿Qué pasa ahí? ―me
preguntó y se acercó unos pasos a la puerta.
―Nada, nada ―le
dije―. El amigo con el que vivo se estaba sintiendo mal. Bajo a abrirte, ¿querés?
Luego de sacarme
de encima a la falsa Lucrecia, corrí hasta el baño para ver qué era lo que
estaba sucediendo. Resultó ser que Samuel había decidido darle un baño a Luján
sin quitarlo de la silla a la que estaba atado. Por eso los ruidos y el charco
de agua que se filtraba por debajo de la puerta.
Urgetne deberías comprar el manual del secuestrador bonaerense, Don Natalio
ResponderEliminarDe qué editorial es, Fernando? Me interesa.
EliminarSaludos!
Yo creo que debería ser de Kapelusz
EliminarPerfecto, muchas gracias, lo busco.
EliminarSaludos!