viernes, 22 de noviembre de 2013

Día 326 - El síndrome de Estocolmo


Hoy me desperté cantando “Fiesta sin invitación”, de Los Enanitos Verdes. Luján amaneció un poco más tranquilo, o al menos eso aparentaba, y daba la impresión de que, finalmente, tras dos días de cautiverio, las condiciones para liberarlo estaban dadas. Sin embargo, cuando nos acercamos para desatarlo, murmuró entre dientes una nueva amenaza contra Samuel.
¡Pobre Sammy! Es tan fuerte el amor que siente por ese mocoso, que, aunque lo intentó, le fue imposible disimular el dolor que le producía la actitud de Luján.
―De todos modos ―dijo mientras aflojaba el nudo―, no nos queda otra que desatarlo…
―¡No, pará! ―le dije yo y volví a ajustar el nudo― Tengo una idea.

Mi idea consistía en dejar a Luján atado el tiempo que fuera necesario para que desarrollara el síndrome de Estocolmo. Era la mejor manera de asegurarnos de que recuperara el amor por el hombre sin “p”.
―¿Y yo qué tendría que hacer? ―me preguntó Samuel.
―Nada. Por momentos, tratalo mal; por momentos, tratalo bien. Confundilo. No le des oportunidad de acostumbrarse a nada. Es la única forma de recuperarlo.
Estaba dándole instrucciones más detalladas cuando sonó el timbre.
―¿Quién es? ―pregunté.
―Soy yo, señorrr, Lucrrrecia ―respondió la voz al otro lado del portero eléctrico.
¿Lucrecia? ¿Qué hacía la falsa Lucrecia en mi casa?
―Ahí bajo ―le dije.
―No hace falta. Me abrrrierrron. Voy subiendo ―me dijo.
¡Lucrecia venía en camino! ¿Qué íbamos a hacer? Gobernado por la desesperación, le pedí a Samuel que amordazara a Luján y lo metiera en el baño; que, por las dudas, se quedara ahí con él.
Al igual que el de Vicky, el rostro de Lucrecia exhibía las marcas que le habían producido los golpes de la pelea. Había venido a verme para traerme un sobre en cuyo dorso podía leerse “Natalio Gris y Sra.”
―¿Y esto? ―le pregunté.
―La invitación parrra el casamiento de Igorrr, que es mañana porrr la noche ―me dijo.
―Pero, ¿vos te volviste loca? Si voy me van a matar. Tu jefe me pidió que desapareciera.
―Bah. Patrrrañas. Exagerrran, perrro son buenos muchachos ―me dijo―. ¿Vas a venirrr?
Antes de que pudiera decirle que no, que ni aunque estuviera loco iría a compartir una fiesta con los mafiosos rusos, comenzaron a oírse una serie de ruidos indescriptibles que, provenientes del baño, llamaron la atención de Lucrecia.
―¿Qué pasa ahí? ―me preguntó y se acercó unos pasos a la puerta.
―Nada, nada ―le dije―. El amigo con el que vivo se estaba sintiendo mal. Bajo a abrirte, ¿querés?

Luego de sacarme de encima a la falsa Lucrecia, corrí hasta el baño para ver qué era lo que estaba sucediendo. Resultó ser que Samuel había decidido darle un baño a Luján sin quitarlo de la silla a la que estaba atado. Por eso los ruidos y el charco de agua que se filtraba por debajo de la puerta.

4 comentarios:

  1. Urgetne deberías comprar el manual del secuestrador bonaerense, Don Natalio

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