Hoy me desperté cantando
“Me mata”, de Kapanga. Ayer se nos fue la mano con el cloroformo. Mi primo
Luján, de Luján, durmió hasta esta mañana. Es más, creo que lo desperté yo, con
mi canción de Arjona. Eso explicaría, en gran parte, su reacción, porque
comenzó a insultar al aire y, cuando se cansó de hacerlo, dedicó el resto de
sus energías a amenazarnos de muerte a Samuel y a mí.
―¡Hijos de puta!
¡Desátenme! ¿Me raparon? ¡Me raparon, hijos de mil puta! ¿Dónde están mis
rastas? ¡Desátenme! ¡Los voy a matar!
Por suerte
habíamos cometido un pequeño descuido: nos habíamos olvidado de desatarlo. Para
que se tranquilizara, le propuse a Samuel que volviéramos a dormirlo con otra
dosis de cloroformo, pero, como él era partidario de dejar que siguiera
gritando hasta que terminara de desahogarse, me fui del monoambiente. Si hay
algo que no tolero, es escuchar a un hombre mientras se queja por pavadas.
Desde que había
terminado su pelea con la falsa Lucrecia, me había quedado con ganas de
visitarla a Vicky y decidí que aprovecharía esa salida obligada para pasar por
su casa.
Así lo hice. Fui
en la furgonetita, estacioné frente a la puerta, bajé, toqué timbre, me atendió
el padre. Supongo que me habrá tomado cariño, porque me sigue tratando con el
mismo afecto con el que solía tratarme cuando éramos novios.
―¿Qué hacés vos
acá? ―me preguntó.
―Nada ―le dije
yo―, vine a verla a Vicky. ¿Puedo pasar?
―No. Esperá acá
que ahora la llamo.
A los pocos
segundos apareció Vicky. Todavía tenía la cara magullada, llena de moretones;
usaba lentes de sol, supongo que para disimular sus ojos en compota, y con su
mano derecha sostenía un pedazo de carne contra su frente.
―¿No tenías
hielo? ―le pregunté.
Ella sonrió y me
dio la impresión de que le faltaban dos dientes.
―Mirá, Vicky ―le
dije―, no quiero robarte mucho tiempo. Sé que tal vez las cosas entre nosotros
no funcionaron como vos esperabas, pero, de todos modos, creo que compartimos
una linda historia y que no tiene sentido que nos tratemos con indiferencia,
como si fuéramos dos desconocidos. Ante todo, quiero felicitarte por la pelea
que hiciste la otra noche. Te luciste y realmente pienso que, con la estrategia
adecuada, el resultado habría sido otro.
Vicky volvió a
sonreír. Sí, efectivamente, le faltaban dos dientes.
―Mirá ―continué
diciendo―, yo sé que en algún momento sentí que fuiste el amor de mi vida. Sí,
realmente te amé, y ahora siento que te quiero y te respeto como boxeadora y
como mujer.
Vicky, la
desdentada, volvió a sonreír.
―¿Qué pasa? ¿Por
qué no me decís nada? ―le pregunté.
―¿Qué? ―gritó
ella― ¡No te escucho nada! ¡Estoy sorda y aturdida por los golpes! ¡El médico
dijo que en unos días se me pasa! ¿Por qué no me mandás un mail?
Están todos locos? Jajaja
ResponderEliminarY, no sabría qué decirte Anó. Los golpes en la cabeza pueden afectar el juicio.
EliminarSaludos!
El otro día viajaba en el tren y me dió la impresión que dos chicas que viajaban sentadas una al lado de la otra, se comunicaban por mail con sus celulares.
ResponderEliminarPeor es la gente que va hablando sola. Uno ya no puede saber si se trata de un loco de los de antes o de un aficionado al "manos libres".
EliminarSaludos!