Hoy me desperté cantando
“Ala de colibrí”, de Silvio Rodriguez. Porque soy un tipo testarudo, me fui
hasta el hospital en el que habían disfrazado mi expulsión bajo el eufemismo de
“Alta Forzosa”, porque aunque me habían pedido que no regresara, quería ver si
encontraba a Justicia Social. Supuse que, si había estado ahí, hablando con un
médico durante el día anterior, probablemente tuviera a algún pariente
internado y regresaría a visitarlo en cualquier momento. Eso o algún vínculo
amoroso la unía a aquel doctor.
Fuera como
fuera, llegué al hospital e ingresé por la guardia. Tenía el cuerpo repleto de
pequeños vendajes que cubrían las cortaduras que me había producido el contacto
con los pedazos de vidrio del tapial de la casa de mi madre y de la mesa ratona
que rompí en su sala mientras intentaba rescatarla de un secuestro que nunca había
sido.
Subí por
escaleras hasta el tercer piso, que era el piso en el que yo había estado
internado y era también el piso en el que había visto a Justicia. Llegué muy
agitado y me acerqué al bidón de agua que, como en aquel, había en cada piso,
pero no pude servirme, porque en lugar de vasos había unas bolsitas de papel en
las que se suponía que uno debía verter el agua. Para mí fue imposible. Frustrado,
mordí mi labio inferior y giré la cabeza hacia la derecha. Así fue como vi,
sentada en una silla al fondo del pasillo, a Justicia, la hija del candidato. Para
no repetir el error del día anterior, tuve que reprimir el impulso de gritar su
nombre a la distancia, caminé lentamente hasta donde ella estaba y la saludé.
—¡Don Natalio! —me
dijo— ¡Qué sorpresa verte por acá! ¿Qué hacés por acá? ¡Estás todo cortado! ¿Te
estás atendiendo? ¿Por qué me dejaste plantada el día de las elecciones? Salí
del cuarto oscuro y ya no estabas. ¿Fue por esto? ¿Qué te pasó?
Eran muchas
preguntas, no podía responderlas a todas, por lo que decidí aprovechar la
ocasión respondiendo las que más se adecuaran a la mentira que me proponía
inventar para que no se enterara de que la había dejado plantada por la simple
razón de que no tenía dinero.
—Sí —le respondí—,
me estoy atendiendo acá. Ese día, mientras vos votabas, un señor ciego me pidió
que lo escoltara hasta la puerta de la escuela. Una vez en la puerta, me pidió
que lo acompañara hasta la plaza. Hicimos esas dos cuadras, se sentó en un
banco, me despedí de él y ya me proponía regresar a buscarte cuando caí en la
cuenta de que había quedado en medio de una estampida de colibríes salvajes. No
sé si fue el contacto de sus alas ligeras o el filo de sus picos punzantes, lo
cierto es que me cortajearon todo el cuerpo y que terminé internado en este
hospital. Afortunadamente, ya me dieron el alta y me estoy recuperando bien.
¿Querés que vayamos a tomar ese café que nos debemos?
Mi reclamo a
Luis Miguel había dado sus frutos, ya que había accedido a pagarme los viáticos
de las misiones pasadas. Tenía, en consecuencia, suficiente dinero para pagar
dos cortados y, si escogíamos un lugar con precios moderados, una o dos
medialunas. Sin embargo, su respuesta no fue la que esperaba.
—Ahora no puedo.
Tengo un compromiso que no puedo posponer —me dijo.
—Ah. No te hagas
problema. Otro día entonces…
—¿Qué te parece
si el jueves me llevás al cine y a cenar? —me preguntó.
Yo le dije que
sí, que no habría inconvenientes, que me diera su dirección, que la pasaría a
buscar, pero la verdad es que una salida como la que ella propuso se salía de
presupuesto. Salvo que le pidiera a mi primo Luján, de Luján, y a Samuel que liberaran
el departamento; que en lugar de ir al cine, viéramos una película pirata en
nuestro DVD, y que cenáramos pochoclos salados como plato principal, pochoclos
dulces como postre y, para tomar, mate, mate cocido, jugo, té o café.
Don Natalio, el pochoclo no va con la dieta que parece que estás haciendo. Es mejor una feta de jamón cocido.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando, pero, si voy a comer jamón, que sea jamón crudo. Además, si la idea es que reemplace los pochoclos, mejor todavía, porque el crudo va mejor con la manteca.
EliminarSaludos!