Hoy me desperté cantando
“Movidito, movidito”, de Sebastián. Y sí, tuve un día bastante movidito. Después
de diez horas de entrenamiento ininterrumpido con la falsa Lucrecia, fui en mi
furgonetita a la redacción del semanario barrial “La Tos de la Recoleta”, donde
me encontraría con Luis Miguel para entregarle el dinero del pago de la mujer
de Óscar Casabache. Así fue y así lo hice. Luis Miguel extrajo el fajo de
billetes del sobre, contó la suma, dijo que estaba bien, me dio ciento
veintinueve pesos con treinta y cinco centavos en concepto de viáticos y guardó
el resto en su caja fuerte.
―¿No nos estamos
olvidando de algo? ―le pregunté.
―¿Querés un
café? ―me dijo.
―No te hagás el
boludo, Miguel ―le dije―. Habíamos quedado en que, si resolvía este caso,
pasaría a ser socio minoritario, con el cuarenta y nueve por ciento, de tu
agencia de detectives privados.
―Sí, ¿y? ―me
preguntó.
―¿Cómo que “y”?
En primer lugar, tendríamos que firmar un contrato y en segundo lugar,
corresponde que me des el cuarenta y nueve por ciento del dinero que acabás de
guardar en la caja fuerte.
―¿Cómo te voy a
dar el dinero si todavía no firmamos ningún contrato? Estoy de acuerdo con lo
de la sociedad, te lo ganaste en buena ley, pero, como estamos tan cerca de fin
de año, pensé que lo mejor sería empezar en enero, después de las fiestas. ¿No
te parece?
No me parecía. Fue
mediante una dura y prolongada discusión, pero lo convencí. Más que Luis Miguel
y Pablito Ruiz, parecíamos los Pimpinela. Finalmente, accedió a firmar el
contrato. Para darle un marco de validez, llamamos a mi ex socio, el taxista
freudiano, que además de taxista era escribano. La negociación fue durísima. En
el contrato hizo constar que a mí me correspondería cubrir el cuarenta y nueve
por ciento del costo administrativo que acarreara la constitución de la
sociedad y, además, me quitó los ciento veintinueve pesos con treinta y cinco
centavos que me había dado en concepto de viáticos para cubrir el cuarenta y
nueve por ciento del arreglo de las cañerías del baño que, según dijo, habían
sufrido una avería luego de que yo hubiera resuelto el caso de Óscar Casabache.
No me importó
darle lo que me pedía, porque, de todos modos, todavía me quedaba dinero
suficiente como para sentirme rico. No es que sea millonario, ni mucho menos,
pero llevo varios meses pasando hambre y ahora resulta que, si quisiera, podría
darme el lujo de vivir a salchichas parrilleras desde ahora y hasta que termine
el año.
¡Muy bien, Don Natalio! Ahora sí que puedo decir que conozco a un verdadero detective privado.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando! Tendré en cuenta lo del detective privado que conocés, por si algún día necesito contratar uno.
EliminarSaludos!
Guachiturro, Luis Miguel, no da puntada sin hilo...
ResponderEliminarMejor así, Anó. ¿De qué serviría una puntada sin hilo?
ResponderEliminarSaludos!