Hoy me desperté cantando
“Que me quiten mi dinero”, de Andy & Lucas. Después de tanto tiempo más que
un puñado de monedas circunstanciales en el bolsillo, me sentía un potentado
con tanto dinero en el bolsillo. Para compartir mi felicidad, fui hasta la
panadería y compré media docena de medialunas, preparé el mate y los desperté a
Samuel y a mi primo Luján, de Luján, para que desayunáramos.
Desde que se
había hecho las rastas, a Luján no le gustaba levantarse temprano. Dormía todos
los días hasta después del mediodía. Por eso, supongo, fue que no le gustó demasiado
que lo hubiera despertado a las cinco y diez de la mañana. De mal humor y todo,
se levantó de la cama, engulló las dos medialunas que le correspondían, me
quitó la pava de la mano, se cebó un mate, lo tomó, se cebó otro, lo tomó y
volvió a acostarse. Su actitud me dejó pasmado. A Samuel, por cuestiones
fonéticas, lo dejó anonadado.
Entre mate y
mate, hablamos durante unos minutos. En realidad, habló él. Yo me limité a
escuchar cómo, de repente, habían comenzado a preocuparlo las mismas actitudes
de Luján que antes le producían risa y enamoramiento.
―Ahora no te
puedo ayudar ―le dije―, tengo que ir a dirigir un entrenamiento.
Cuando llegué, la
falsa Lucrecia ya estaba golpeando la bolsa. Su agitación y el sudor que corría
por su frente me decían que llevaba mucho tiempo haciéndolo. Sentí miedo por lo
que esa máquina ucraniana pudiera hacerle a Vicky en la pelea del sábado, pero
en seguida me esperanzó la idea de que, si seguía entrenando en exceso, iba a
llegar a la pelea en mala forma física. No sé si tenía fundamentos para pensar
eso o si se trataba de una simple ilusión, pero tenía la necesidad de aferrarme
a una posibilidad de victoria de Victoria, por mínima que fuera.
Ya me estaba
aburriendo de sólo verla golpear y moverse, moverse y golpear, cuando Igor se
acercó a mí para comunicarme que el jefe me mandaba a llamar. Por segunda vez
en aquella semana, salimos del gimnasio, atravesamos la cocina y me senté cara
a cara con el jefe.
―Natalio ―me
dijo sin demorar en saludos―, tenemos dudas acerca de tu compromiso con nuestra
causa.
Para protegerme,
traté de que mi rostro expresara indignación por la desconfianza, pero, a decir
verdad, ni siquiera sabía cuál era la “causa” a la que estaba haciendo
referencia.
―Por eso ―prosiguió―
hemos decidido que apostarás diez mil pesos argentinos en la pelea del sábado. Apostarás
por la victoria…
―¿Por Vicky? ¿De
verdad? ¿Quieren que apueste por Vicky? ―le pregunté.
―Por la victoria
de Natasha, por nocaut en el séptimo round.
¿Diez mil pesos? ¿Querían que apostara diez mil
pesos y en contra de Vicky? Diez mil pesos era, peso más, peso menos, todo lo
que yo tenía. Era evidente que esos tipos me habían mandado a seguir. Lo que
más dolor me provocaba era el hecho de que me hubieran traicionado, porque, si
me habían investigado, sabrían que yo era detective privado, y aun así habían
contratado a otro para que me siguiera. O quizá habían contratado a Luis Miguel
y el muy turro no me había informado acerca del trabajo para quedarse con mi
cuarenta y nueve por ciento. Fuera como fuera, una cosa era cierta: alguien me
había traicionado.
En un Principio, no importa quién te traicionó, lo que importa es que Vicky te traicionó antes que nadie, tiene que morder el polvo de la derrota!
ResponderEliminarPor qué esa obsesión, Anó, con que Vicky muerda el polvo?
EliminarSería un titular espantoso desde todo punto de vista: LA DERROTA DE VICTORIA
ResponderEliminarO podría ser: LA VICTORIA DE VICTORIA, o LA DERROTA DE VICTORIA, QUE QUEDÓ ASÍ DE ROTA.
EliminarSaludos!