Hoy me desperté cantando
“El dinero no es todo”, de Los Auténticos Decadentes. Estoy de acuerdo con el
enunciado del título de la canción, el dinero no es todo en la vida… ¡pero cómo
ayuda! A mí, si lo tuviera, me ayudaría, por ejemplo, a pagar el cine y la cena
que tendría esa misma noche con Justicia Social. Estaba tan desesperado por
hacerme con algo de efectivo que, una vez concluido el entrenamiento de aquella
mañana con la Falsa Lucrecía, les ofrecí a los rusos del restorán-gimnasio en
el que estábamos preparando la pelea un descuento del cincuenta por ciento en
una excursión de mi emprendimiento turístico “El Pasea Porros”, siempre y
cuando tomaran el servicio en ese mismo instante, pagaran en efectivo y por
anticipado.
Para mi
sorpresa, aceptaron sin que hubiera necesidad de insistirles. Para tener una
ganancia que me permitiera afrontar los gastos previstos para esa noche, decidí
no participar a mis socios. Así fue que, cinco minutos después de recibir el
pago, arrancamos rumbo a la primera parada: el Obelisco.
El contingente
estaba conformado por siete rusos que tenían el tamaño de cuatro heladeras Siam
puestas dos sobre dos y juntas. Me llamó la atención que cada uno llevara un
bolso gigantesco colgando de uno de sus hombros. ¿Habrían interpretado mal la
naturaleza de la excursión? Por las dudas no iba a pedirles que se pusieran
ropa de cuero ni iba a mencionarles el asunto del sadomasoquismo.
Cuando doblé por
Avenida Corrientes rumbo al Obelisco uno de los rusos se acercó a mí y me dijo
que había equivocado el camino, que a partir de ese momento no doblaría, que no
me detendría en un semáforo aunque estuviera en rojo, sin haber recibido su
indicación. Sí, definitivamente, el miedo a que un ruso te mate es un gran
persuasor. Obedecí y terminé estacionando en un terreno baldío que estaba junto
a un gran galpón. El ruso me había hecho apagar el motor media cuadra antes de
llegar a destino y, antes de bajar de la furgonetita, me ordenó que, ni bien
oyera el primer estruendo, pusiera la furgonetita en marcha y diera la vuelta
para poder partir de manera directa. Me dijo, por las dudas, que si valoraba mi
vida, ni siquiera pensara en irme de ahí antes de que ellos hubieran vueltos. Los
siete rusos se perdieron al otro lado del tapial cargando sus bolsos. En
realidad, no se perdieron del todo, no hasta que ingresaron al galpón, porque
eran tan altos que la parte superior de sus cabezas sobresalía.
Tras oír un
sonido similar al de la ráfaga de una ametralladora, puse la furgonetita en
marcha y giré en U dentro del terreno baldío. La ráfaga se multiplicó en muchas
otras ráfagas. Luego se oyeron disparos cada vez más aislados. Finalmente, tras
un gran estruendo final, seis de los siete rusos regresaron a la furgonetita.
—¡Arranca! —me
dijo el ruso que actuaba como jefe.
—¡Pero volvieron
seis! ¡Falta uno todavía! —le advertí.
—Arranca te
digo. Igor no va a venir.
Huimos a toda
velocidad, los dejé en el gimnasio-restorán y regresé al monoambiente porque,
aunque estaba cansado y asustado, debía prepararme para mi primera salida con
Justicia Social, la hija del candidato.
Menos mal que pagaron por adelantado, porque si no a la vuelta, era un boleto menos.
ResponderEliminarEs cierto, Fernando. Tal vez haya que implementarlo como única modalidad de pago para el "Pasea Porros".
EliminarSaludos!