Hoy me desperté cantando
“No woman, no cry”, de Bob Marley. Nada como dormir sobre un colchón debajo del
cual hay setenta mil dólares. Tuve sueños maravillosos durante toda la noche,
sueños en los que no hacía más que comprar objetos costosos y vivir una vida
repleta de lujos. El origen de ese dinero no representaba un dilema para mí. No
tenía remordimientos ni por haber tomado el dinero de los rusos ni por haber
apostado en contra de Vicky, porque no lo había hecho como consecuencia de un
capricho, sino en base a un estudio minucioso de las características de ambas
boxeadoras.
Ahora que era el
más tipo más rico que conocía, ya nada conseguiría fastidiarme. Nada no, porque
Samuel se acercó a mí y me ofreció un mate. Sabía que no me iba a salir barato,
pero lo acepté de todos modos. Estaba muy amargo.
―¿No le ponés azúcar?
―le pregunté.
―No ―me dijo.
Después, se tomó
un mate él, yo tomé otro, otro él, otro yo, otro él, otro yo, otro él, hasta
que, entre sorbo y sorbo, se atrevió a decirme eso que tan angustiado lo tenía.
―Me inquieta la
salud de Luján.
―¿Por qué? ¿Qué
tiene? ¿Se golpeó? ¿Le pasó algo? ―le pregunté.
―No, lo que me
inquieta es su salud mental. Actúa de manera cada vez más extraña. Duerme hasta
muy tarde, come y come sin detenerse, sonríe sin motivo, casi que no habla…
―¿Y eso qué tiene
de raro? Es una conducta típica de su edad ―le dije.
―Sí, de su edad
sí… No de él. Él no era así, él era distinto.
―¿Distinto cómo,
Samuel? Yo lo veo igual que siempre, nada más tiene rastas.
―¡Sí, eso es,
las rastas! ¡Los cambios comenzaron el día que se hizo las rastas!
―¿Vos qué estás
sugiriendo? ¿Qué las rastas están dominando su comportamiento? ¿Qué lo poseyó
el espíritu de un primo de Bob Marley?
―Y, la verdad es
que ya no sé qué creer. Algo de eso debe haber. Tené en cuenta que las rastas
no fueron hechas con sus cabellos. Usaron extensiones de otro ser humano. En
algún momento esos cabellos habrán comenzado a ejercer un influjo sobre su
mente.
―Decime una
cosa, Samuel, ¿vos estás tomando tereré con vodka?
―No.
―Entonces, si
realmente creés en lo que estás diciendo, le veo una sola salida a tu problema.
―¿Cuál? ―me
preguntó.
―Hay que raparle
la cabeza a mi primo Luján.
¿Será que tener dinero te da sensatez?
ResponderEliminarNo lo sé, Fernando. De lo que estoy seguro es de que la sensatez no suele darte dinero.
EliminarSaludos!
Ahora comprendo el porqué de la pseudo ingenuidad fastidiosa de Susana, habrá que raparla!
ResponderEliminarQué Susana?
EliminarSaludos!
Ahora entiendo la pseudo ingenuidad latosa de Susana, habrá que raparla nomás!
ResponderEliminarPor qué insistís, Anó? De qué Susana hablás?
EliminarSaludos!
Ahora entiendo la pseudo ingenuidad latosa de Susana, habrá que raparla nomás!
ResponderEliminarBueno, está bien. Si insistís, la rapamos. Pero decime de qué Susana hablás.
EliminarMuchas gracias.
Saludos!
Susana Gimenez!
ResponderEliminar¡Claro!, Como si no hubiera ochocientas treinta y dos mil novecientas cincuenta y nueve Susanas Giménez dando vueltas por ahí. ¿No querés que aprovechemos la movida y rapemos también a Juan Pérez?
EliminarSaludos!