Hoy me desperté cantando
“Jodido noviembre”, de Los Caballeros de la Quema. Y sí, fue jodido este
noviembre que finalmente termina. Gracias a mi viejo, todavía es jodido, porque
ayer, quizá sin proponérselo, instaló en mí la duda respecto a si confío o no
confío en él. Sigo preguntándomelo y no encuentro una respuesta que me satisfaga,
por lo que, al menos por ahora, no voy a delegarle el cuidado de mi dinero.
Por suerte, el
otro problema que teníamos, el del comportamiento excéntrico de mi primo Luján,
de Luján, se va normalizando poco a poco. Eso, aunque Samuel no esté de
acuerdo, es lo que a mi juicio se desprende de su conducta de hoy. Qué él
piense lo que quiera, pero para mí su mejoría es un hecho innegable.
Esta mañana,
luego de afeitarse la cabeza, Luján salió del baño y nos preparó el desayuno,
pero no se quedó a compartirlo con nosotros porque, aparentemente, tenía cosas
que hacer o sitios que visitar.
―¿Adónde vas? ―le
preguntó Samuel cuando lo vio abrir la puerta.
―Ahora vuelvo ―le
respondió Luján.
Tal como le
dijo, Luján regresaría, pero no tan pronto como su respuesta había permitido
presuponer. Volvió después del mediodía, cargando unas cuantas bolsas. La
preocupación en el rostro de Samuel era evidente y en seguida se acercó a
preguntarle:
―¿Qué traés en
esas bolsas?
―Unas cosas que
compré ―le respondió mi primo, dejó sus compras sobre la mesa y se metió en el
baño.
La mirada de
Samuel y la mía se cruzaron durante unos segundos y nuestros pensamientos
convergieron en una misma idea: la de correr hasta la mesa y revisar el
contenido de las bolsas. Mi primo había comprado un juego de sábanas blancas,
talco, azúcar impalpable, maquillaje y pintura blanca para la piel.
―¿Qué hacen? ―gritó
Luján.
Nos habíamos distraído
husmeando sus cosas y no lo vimos venir.
―Te equivocaste
de sábanas ―le dijo Samuel―. Trajiste de cama grande y acá solamente tenemos
camas individuales.
―No son para la cama ―dijo Luján, buscó el
costurero, se sentó a la mesa y se puso a trabajar sobre las sábanas,
recortando y cosiendo, cosiendo y recortando. Luego de trabajar durante menos
de una hora, se probó la túnica y la capucha que había fabricado. Ese disfraz
de fantasma era la prueba inequívoca de que estaba recuperando su vida social.
Samuel se tomó la cabeza y la sacudió en signo negativo, como si nada de lo que
estaba viendo le gustara. El muy celoso no podía tolerar que Luján asistiera a
una fiesta a la que él no había sido invitado.
Natalio estoy de acuerdo con Samuel, sido que Luján ande con ánimos de fiesta de disfraces.
ResponderEliminarYo también sido, Anó. Yo también sido...
EliminarSaludos!
Este chico Luján está pasando por una tremenda crisis de personalidad, Don Natalio. Yo le sugeriría que se ponga un blog para desactivarla.
ResponderEliminarY sí, un tipo que compra sábanas grandes para impresionar al resto tiene un innegable problema de personalidad.
EliminarSaludos!