Hoy me desperté cantando
“Caerán los bancos”, de Niños Mutantes. Justo cuando me levanté, mi primo
Luján, de Luján, salía del baño. Tenía el cuero cabelludo colorado por la
afeitada que acababa de pegarse; estaba en cueros y miraba con una expresión que
me recordó a la de Edward Nortón en American History X. Quizá me estaba dejando
condicionar por las advertencias de Samuel, pero lo cierto era que su
comportamiento comenzaba a preocuparme.
Sonó el timbre. Era
mi viejo. Bajé a abrirle. No estaba solo. Había venido con su mujer de los
viernes, la botswanesa Botswana Amarula, y las cuatro niñas que habían traído
al mundo: Laa Laa, Dipsy Nabila, Abba Po y Tinky Winky. Para subir hasta el
departamento sin exceder la capacidad del ascensor tuvimos que dividirnos en
dos grupos. Primero subieron mi viejo y Botswana Amarula, y después subí yo con
las cuatro criaturas.
Entramos y Luján
dio un salto que lo eyectó de la silla en la que estaba sentado. Tenía los ojos
en encendidos y abiertos en igual medida. Parecía que iban a desbordar sus
cuencas. Mi viejo se acercó para darle un apretón de manos pero él tosió
forzadamente y trató de explicarle mediante gestos, mientras tosía, que estaba
enfermo y no quería entrar en contacto para no contagiarlo. Entonces lo saludó
con su flamante torpeza, extendiendo el brazo derecho hacia adelante y dando un
grito seco e ininteligible, similar al ladrido de un cachorro de dóberman. Después
cubrió su torso con una remera, se puso unos auriculares, caminó hasta el fondo
del monoambiente y se sentó sobre mi cama.
―¿Qué te trae
por acá? ―le pregunté a mi viejo.
―Vinimos a la
plaza para que las nenas den unas vueltas en la calesita y, ya que estábamos
por acá, pensé en pasar a saludarte.
En ese momento,
Botswana se acercó a él y le dijo algo hablando en una lengua para mí
incomprensible.
―¿Dónde está el
baño para que Botsi pueda llevar a las nenas? ―me preguntó mi viejo.
Le señalé la
puerta con el dedo. Botswana se metió ahí con las cuatro nenas y Luján salió
disparado para la cocina. Yo tenía los dólares debajo del colchón y aproveché
que mi cama había quedado libre para asegurarme de que ningún billete se hubiera
caído como consecuencia de los zangoloteos de Luján.
―¿Qué tenés ahí?
―me preguntó, sorprendido, mi viejo.
―Unos ahorritos ―le
dije yo.
―¡Pero, Natalio!
¡Estamos en el siglo veintiuno! ¿Cómo vas a tener tus ahorros abajo del
colchón?
―No confío en
los bancos ―le dije.
―¿Confiás en mí?
―me preguntó.
No supe qué
responder.
―Bueno, pensalo
tranquilo. Si confiás en mí, avísame, que yo puedo guardarte el dinero en un
lugar seguro.
Botswana y las
nenas salieron del baño y se despidieron de mí con un beso. Mi viejo hizo lo
propio. Luján esperó a que se hubieran ido para salir del claustro en el que
había convertido la cocina y, protegido por guantes de latex y un barbijo,
cargando una botella de lavandina, se internó en el baño durante más de dos
horas.
Don Natalio, ¿no pensó tu viejo en usar los nombres de las nenas para un programa infantil? Están re lindos.
ResponderEliminarLe pregunto, Fernando. No parece una mala idea. Podrían llamarse los Tele Tribus.
EliminarSaludos!
Don Natalio, busca una caja de seguridad en un banco, ni se te ocurra confiarle el dinero al sátrapa de tu viejo.
ResponderEliminarDesconocía el significado de "sátrapa", Anó. Lo busqué en el diccionario y encontré lo siguiente: "gobernador de una provincia de la antigua Persia". No sé si mi papá es uno de esos. Le voy a preguntar. Si fuera así, es un título lo suficientemente importante como para confiarle mi dinero.
EliminarSaludos!