Hoy me desperté cantando
“Te sigo”, de Los Calzones Rotos. Era temprano, pero el desayuno estaba servido
en la mesa, esperando por Samuel, que todavía dormía, y por mí. Mi primo Luján,
de Luján, que debía ser quien lo había preparado, no estaba ahí. Un ruido
proveniente del baño delató su presencia. Me acerqué hasta la puerta. El ruido
era el de mi afeitadora eléctrica. Me pareció extraño, porque Luján era un
imberbe. Ni me quise imaginar qué parte del cuerpo estaría afeitándose y había
decidido tomar unos cuantos dólares de debajo del colchón y comprarle una
afeitadora eléctrica para que hiciera con ella lo que quisiera, pero no sería
necesario, porque cuando salió, unos minutos más tarde, comprobé que se había
afeitado la cabeza. Su nuevo look le gustaba tanto que había vuelto a raparse.
En medio del
desayuno recibí un llamado de Luis Miguel. Me informó que debía seguir al jefe
de la mafia rusa, que no le perdiera pisada en todo el día, que registrara
todos y cada uno de sus movimientos, pero, a pesar de mi insistencia, se negó a
revelar el motivo de la investigación.
Iba a salir en
la furgonetita, pero me disuadieron el hecho de que el jefe conocía mi vehículo
y eso que me había dicho Justicia Social acerca de que el jefe estaba
sospechando que yo había utilizado su dinero sin su consentimiento para apostar
en beneficio mío en la pelea entre Vicky y la falsa Lucrecia. El peligro al que
me exponía si me descubría espiándolo excedía el mero enojo de quien se
descubre perseguido. Tenía que manejarme con suma cautela.
Fue por eso que
tomé un billete de cien dólares de mi fortuna personal, bajé a la calle, paré
al primer taxi libre que pasó por mi calle y le di el dinero a cambio de contar
con sus servicios para lo que restaba del día. El taxista accedió sin dudarlo.
La verdad es que
la poca información que me había facilitado Luis Miguel y la conducta del jefe
hicieron que el caso aquel me pareciera ridículo. Nos pasamos el día
siguiéndolo en el que habrá sido su día de los mandados, porque no hizo más que
ir de negocio en negocio. Debe haber visitado una treintena de locales y de
todos, sin importar el rubro del comercio, salía con un pequeño sobre color
madera en la mano.
Para pasar el
rato, me entretuve conversando con el taxista, quien me pidió que no le contara
a nadie lo que iba a confesarme. Al parecer, de acuerdo a sus dichos, había
sido un agente encubierto en la guerra de Vietnam y había sido declarado héroe
de guerra por interceptar una carga de arroz destinada a alimentar a las tropas
vietnamitas. Le pedí que, si la llevaba consigo, por favor me mostrara la
medalla, pero me dijo que la había donado a un museo conmemorativo emplazado en
el estado de Wisconsin. Le pregunté por su acento, que no conservaba ni el más
mínimo rasgo norteamericano.
―Entrenamiento
militar ―me dijo―. Lo aprendí en la colimba.
―Pero ¿en qué
quedamos? ―le pregunté― ¿Sos yanqui o argentino?
―Ninguna de las
dos cosas ―me dijo―. En realidad, mi viejo es yanqui, mi vieja es argentina,
pero yo nací en la República de Guinea Ecuatorial.
―¿Cómo te
llamás? ―le pregunté antes de bajarme a unas cuadras del restorán-gimnasio de
los rusos.
―Jorge ―me dijo―.
Jorge López. ¿Vivís acá?
―No, a unas
cuantas cuadras.
―¿No querés que
te lleve? ―me preguntó.
―No, te
agradezco, pero estoy un poco mareado y necesito caminar.
No entendí muy bien lo que está pasando. Tal vez fruto de mi desconcentración por prestarle atención a la tormenta de ayer.
ResponderEliminarEntonces la tormenta debe haberme afectado a mí también, porque yo tampoco entiendo demasiado de lo que está pasando.
EliminarSaludos!
Natalio, te estás perdiendo de algo?
ResponderEliminarNo sé. ¿La vida? ¿La oportunidad de disfrutar, viajar y divertirme?¿Pasar tiempo con mis amigos y mi familia?
EliminarSaludos!