Hoy
me desperté cantando “Nuestro amo juega al esclavo”, de Patricio Rey y sus
Redonditos de Ricota. Siguiendo la indicación del médico, que me había
recomendado reposo por veinticuatro horas, me quedé recostado y esperé hasta
que mis convivientes despertaran para pedirles que me acercaran el desayuno a
la cama. Fue Samuel quien cargó hasta mi cama la bandeja con el té y el pan
casero que había preparado Luján. Cuando terminé, les pedí que vinieran a
retirarme la bandeja. Nuevamente, fue Samuel quien acudió para asistirme.
—Muchas
gracias, Samuel. Sos amoroso —le dije—. Ya que estás acá, ¿no me ayudás a
llegar hasta el baño?
—Sí,
cómo no —me dijo el muy amoroso.