lunes, 1 de abril de 2013

Día 91 - Un completo y absoluto caos

Hoy me desperté cantando “Macarena”, de Los del Río. Mi vida es un desorden. Con tanto feriado, los días se parecen demasiado unos a otros. Si a eso le sumo las pocas horas que estoy durmiendo como consecuencia de la explotación a la que está sometiéndonos el encargado de la estación de GNC y el éxtasis en el que me dejó la gran victoria de Vicky el sábado por la noche, es lógico que me cueste discernir cuáles de los acontecimientos que narraré a continuación tuvieron lugar ayer, domingo, y cuáles sucedieron hoy, lunes.
En el conventillo el ambiente es cada vez más hostil y el trato dista de ser afable. No es para menos. La mayor parte de los inquilinos había apostado sus ahorros a favor de La Mole Moni y por culpa mía y de mi pupila habían perdido lo poco o mucho que tenían. Si no fuera porque creen que mi cuerpo fue poseído por un demonio cantor, ya me habrían dado una buena golpiza. Héctor “Bicicleta” Perales se la pasa refunfuñando y cada vez que paso cerca de donde él está, me señala con la cabeza y, por lo bajo, le dice algo a quien tenga cerca.

No recuerdo si fue en la mañana de hoy o en la de ayer que arranqué a caminar rumbo a la estación de GNC pensando que tendría que hablar con el taxista abogado para que acelere los tiempos en el caso de mi desalojo, porque si no lo hace, en unos días me veré obligado a dormir en la calle una vez más. No recuerdo si fue hoy o ayer que el taxista abogado estacionó su taxi en la estación de GNC y me pidió que le llenara el tanque. Vaya sorpresa me llevé al verlo trabajando un feriado; vaya sorpresa se llevo al verme vestido con unas calzas rojas muy ceñidas y una remera amarilla.
—¿Qué hacés laburando hoy? —le pregunté en tono de reproche.
—No sabía que nos habíamos casado y que tengo que darte explicaciones —me respondió en tono de broma—. Aunque, con ese culito, te aseguro que lo consideraría. Estoy laburando porque no puedo darme el lujo de tomarme tantos días libres. Cuatro feriados, domingo… ¿Quién paga las cuentas a fin de mes? ¿Y vos qué hacés acá? —me preguntó.
—Nada. Agarré este currito, no porque necesite la plata, sino porque es el mejor lugar para detectar furgonetitas Volkswagen a buen precio y en buen estado. Hablando de eso —le dije—, hoy estuvo el dueño de la que vamos a comprar y ya la señé. Tendrías que pagarme la quinta parte.
—No, mirá —me dijo—, iba a esperar hasta el viernes para comunicarlo, pero te lo digo ahora. Me bajo de la sociedad. No estoy con energías como para enfrentar el desafío de un proyecto turístico.
¡La puta que lo parió! ¿Se habrá bajado porque me vio con las calzas? No importa. Con las propinas que estamos obteniendo durante esta seguidilla de feriados más los dos mil trescientos pesos que gané apostando nada más que veinte pesos en la pelea de Vicky, puedo pagar una cuarta parte en lugar de una quinta parte de la furgonetita.
—¿Tenés novedades respecto al desalojo? —le pregunté— ¿Cuándo voy a poder volver a mi departamento?
—No, mirá —me dijo—, iba a esperar hasta el viernes para comunicártelo, pero te lo digo ahora. Me bajo del caso. Voy a pasarte el número de un colega. No estoy con energías como para enfrentar el desafío de un juicio penal.
—¿Juicio penal? —exclamé, algo alarmado—. Pero decime, me vas a derivar con un colega taxista o con un colega abogado.
—Las dos cosas —me respondió—: taxista y abogado.
Puso el auto en marcha y se fue. Esto tiene que haber sucedido hoy, lunes, porque ocurrió después de haber señado la furgonetita y ayer, domingo, el dueño de la furgonetita no había pasado por la estación. El que sí pasó fue el mimo que dice haber conocido a mi padre, pero el muy turro vino con la cara pintada, por lo que se rehusaba a pronunciar palabra y trataba de responder a mis preguntas valiéndose exclusivamente del lenguaje gestual. Me puse tan nervioso que le saqué la pintura a sopapos y, como era habitual en él, huyó de la estación corriendo despavorido a toda velocidad. ¿Qué esperaba? ¿Qué le diera las gracias? Si le había preguntado si sabía dónde estaba mi viejo y me había respondido dibujando una suerte de triángulo con el movimiento de sus manos.
—¿La Torre Eiffel? —le pregunté tratando de adivinar— ¿Está viviendo en Paris?
—No, es el Obelisco —dijo una de mis compañeras, que al notar lo nervioso que me había puesto se había acercado para ayudarme—. Está acá en Buenos Aires.
—¿Qué Obelisco ni que ocho cuartos? —dijo la otra—. Eso es una carpa. Tu viejo se hizo hippie y está viviendo en El Bolsón.
Para colmo, esa versión infame del Dígalo con Mímica nos valió la reprimenda del encargado de la estación, quien, no conforme con hacernos trabajar en negro y por más de medio día, nos quitó, a modo de represalia, la media hora de almuerzo que solíamos tomarnos. Esto es demasiado. Algo tendremos que hacer.
Sí, puede que sea el entrenador de una boxeadora invicta, puede que esté a punto de convertirme en el dueño de la cuarta parte de una furgonetita Volkswagen, puede que las propinas que estoy ganando me permitan tener un buen pasar hasta mediados de año, pero mi vida no deja de ser un caos, un completo y absoluto caos.

2 comentarios:

  1. Te entiendo, Don Natalio, jamás pude descifrar la mímica de dígalo con mímica. Por eso, tal vez, no entiendo a los mimos.

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    1. Yo tampoco, Fernando. Haberle dado cachetadas a un mimo es una prueba de ello.
      Saludos!

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