Hoy
me desperté cantando “Macarena”, de Los del Río. Mi vida es un desorden. Con
tanto feriado, los días se parecen demasiado unos a otros. Si a eso le sumo las
pocas horas que estoy durmiendo como consecuencia de la explotación a la que
está sometiéndonos el encargado de la estación de GNC y el éxtasis en el que me
dejó la gran victoria de Vicky el sábado por la noche, es lógico que me cueste
discernir cuáles de los acontecimientos que narraré a continuación tuvieron
lugar ayer, domingo, y cuáles sucedieron hoy, lunes.
En
el conventillo el ambiente es cada vez más hostil y el trato dista de ser
afable. No es para menos. La mayor parte de los inquilinos había apostado sus ahorros a favor de La Mole Moni y por culpa mía y de mi pupila habían perdido
lo poco o mucho que tenían. Si no fuera porque creen que mi cuerpo fue poseído
por un demonio cantor, ya me habrían dado una buena golpiza. Héctor “Bicicleta”
Perales se la pasa refunfuñando y cada vez que paso cerca de donde él está, me
señala con la cabeza y, por lo bajo, le dice algo a quien tenga cerca.
No
recuerdo si fue en la mañana de hoy o en la de ayer que arranqué a caminar
rumbo a la estación de GNC pensando que tendría que hablar con el taxista
abogado para que acelere los tiempos en el caso de mi desalojo, porque si no lo
hace, en unos días me veré obligado a dormir en la calle una vez más. No
recuerdo si fue hoy o ayer que el taxista abogado estacionó su taxi en la
estación de GNC y me pidió que le llenara el tanque. Vaya sorpresa me llevé al
verlo trabajando un feriado; vaya sorpresa se llevo al verme vestido con unas
calzas rojas muy ceñidas y una remera amarilla.
—¿Qué
hacés laburando hoy? —le pregunté en tono de reproche.
—No
sabía que nos habíamos casado y que tengo que darte explicaciones —me respondió
en tono de broma—. Aunque, con ese culito, te aseguro que lo consideraría.
Estoy laburando porque no puedo darme el lujo de tomarme tantos días libres.
Cuatro feriados, domingo… ¿Quién paga las cuentas a fin de mes? ¿Y vos qué
hacés acá? —me preguntó.
—Nada.
Agarré este currito, no porque necesite la plata, sino porque es el mejor lugar
para detectar furgonetitas Volkswagen a buen precio y en buen estado. Hablando
de eso —le dije—, hoy estuvo el dueño de la que vamos a comprar y ya la señé.
Tendrías que pagarme la quinta parte.
—No,
mirá —me dijo—, iba a esperar hasta el viernes para comunicarlo, pero te lo
digo ahora. Me bajo de la sociedad. No estoy con energías como para enfrentar
el desafío de un proyecto turístico.
¡La
puta que lo parió! ¿Se habrá bajado porque me vio con las calzas? No importa. Con
las propinas que estamos obteniendo durante esta seguidilla de feriados más los
dos mil trescientos pesos que gané apostando nada más que veinte pesos en la pelea
de Vicky, puedo pagar una cuarta parte en lugar de una quinta parte de la
furgonetita.
—¿Tenés
novedades respecto al desalojo? —le pregunté— ¿Cuándo voy a poder volver a mi
departamento?
—No,
mirá —me dijo—, iba a esperar hasta el viernes para comunicártelo, pero te lo
digo ahora. Me bajo del caso. Voy a pasarte el número de un colega. No estoy
con energías como para enfrentar el desafío de un juicio penal.
—¿Juicio
penal? —exclamé, algo alarmado—. Pero decime, me vas a derivar con un colega
taxista o con un colega abogado.
—Las
dos cosas —me respondió—: taxista y abogado.
Puso
el auto en marcha y se fue. Esto tiene que haber sucedido hoy, lunes, porque ocurrió
después de haber señado la furgonetita y ayer, domingo, el dueño de la
furgonetita no había pasado por la estación. El que sí pasó fue el mimo que
dice haber conocido a mi padre, pero el muy turro vino con la cara pintada, por
lo que se rehusaba a pronunciar palabra y trataba de responder a mis preguntas
valiéndose exclusivamente del lenguaje gestual. Me puse tan nervioso que le
saqué la pintura a sopapos y, como era habitual en él, huyó de la estación
corriendo despavorido a toda velocidad. ¿Qué esperaba? ¿Qué le diera las gracias? Si le había
preguntado si sabía dónde estaba mi viejo y me había respondido dibujando una
suerte de triángulo con el movimiento de sus manos.
—¿La
Torre Eiffel? —le pregunté tratando de adivinar— ¿Está viviendo en Paris?
—No,
es el Obelisco —dijo una de mis compañeras, que al notar lo nervioso que me
había puesto se había acercado para ayudarme—. Está acá en Buenos Aires.
—¿Qué
Obelisco ni que ocho cuartos? —dijo la otra—. Eso es una carpa. Tu viejo se
hizo hippie y está viviendo en El Bolsón.
Para
colmo, esa versión infame del Dígalo con Mímica nos valió la reprimenda del
encargado de la estación, quien, no conforme con hacernos trabajar en negro y
por más de medio día, nos quitó, a modo de represalia, la media hora de
almuerzo que solíamos tomarnos. Esto es demasiado. Algo tendremos que hacer.
Sí,
puede que sea el entrenador de una boxeadora invicta, puede que esté a punto de
convertirme en el dueño de la cuarta parte de una furgonetita Volkswagen, puede
que las propinas que estoy ganando me permitan tener un buen pasar hasta
mediados de año, pero mi vida no deja de ser un caos, un completo y absoluto
caos.
Te entiendo, Don Natalio, jamás pude descifrar la mímica de dígalo con mímica. Por eso, tal vez, no entiendo a los mimos.
ResponderEliminarYo tampoco, Fernando. Haberle dado cachetadas a un mimo es una prueba de ello.
EliminarSaludos!