domingo, 31 de marzo de 2013

Día 90 - Un beso y a la lona

Hoy me desperté cantando “Celebra la vida”, de Axel. Sin importar lo que el dj en mi cabeza haga para fastidiarme, no va a conseguirlo. Anoche todos los que pagaron la entrada para acceder al gran evento presenciaron una pelea inolvidable. El combate tuvo lugar en la terraza del conventillo, que había sido acondicionada para la ocasión. En el centro, Héctor “Bicicleta” Perales había hecho emplazar un cuadrilátero y lo había rodeado de sillas de plástico. Ante un público multitudinario de veintiocho personas, Vicky hizo su entrada. Yo ingresé detrás de ella, cuidándole la espalda, tal como corresponde a un buen entrenador. Si bien llevo varios días en el conventillo, fuimos recibidos como visitantes, porque nuestra rival era una de las inquilinas más queridas y antiguas. La silbatina que nos regalaron fue ensordecedora y hasta nos arrojaron algún vaso de plástico, un pan de manteca, tres o cuatro tomates, una cebolla y un saché de leche a medio tomar. Al parecer, los muy turros habían descubierto el escondite en el que yo guardaba mi comida.
Unos minutos más tarde, tras una espera que aplacó un poco la hostilidad del público, “La Mole Moni” hizo su entrada triunfal, precedida por tres hombres que, provistos de guitarras, cantaban una canción en la que contaban la historia de una mujer que, en la madrugada del veintiocho de febrero del año dos mil cuatro, había vencido a tres bomberos en una pelea de borrachos en un bar de Burzaco. No conocía la canción y rogaba que la mujer de la que hablaba no fuera aquella a la que íbamos a enfrentar. Detrás de ella caminaba, muy confiado y sonriente, Héctor “Bicicleta” Perales, su entrenador.
La pelea había sido pautada a tres rounds de tres minutos cada uno. En caso de que ninguna de las participantes noqueara a la otra, tres jueces presuntamente neutrales determinarían cuál de ellas había ganado. Antes de subir al cuadrilátero, Bicicleta los miró y les hizo un guiño que me dejó en claro que si quería vencer, Vicky tendría que noquear a su rival. Lo del árbitro me preocupó aún más, porque su fisonomía era muy similar a la de Bicicleta. Si no era su hermano, sería su primo o un pariente lejano, pero sin duda su actuación no iba a favorecernos.
En ese ambiente hostil, sólo una cara me resultaba familiar. La de un hombre vestido de traje y peinado a la gomina que subió al cuadrilátero para hacer la presentación de la pelea. Era Samuel, nuestro compañero del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos, aquel que se rehúsa a pronunciar la “p”. Su presencia llamó mi atención. Más tarde sabría que, entre muchas profesiones, era locutor matriculado y que su Problema Pelotudo le había costado el trabajo. Vicky, que tenía mucha afinidad con él (más de la que a mí me gustaría), había conseguido que lo contrataran como presentador.
―¡En esta esquina, acusando en la balanza ciento cuatro quilos y novecientos gramos, con treinta y tres combates, todos ellos ganados… Ella es Laaaaa Moooooleeeee Moooooniiiiiiiiii! ―dijo Samuel y la multitud rugió enfervorecida.
―¡En esta esquina, acusando en la balanza sesenta y cuatro quilos y trescientos gramos, en su combate debut… Ella es Viiiiickyyyyyy, la locaaaa de los guantes de cocinaaaa!
Acto seguido, el árbitro llamó a Vicky y a La Mole al centro del cuadrilátero para dar las instrucciones previas. Los demás bajamos. Cuando terminó, una de mis compañeras en la estación de GNC subió al ring vestida con su uniforme y dio una vuelta completa exhibiendo el cartel que indicaba el comienzo inminente del primer round. Había sido yo quien las había recomendado para ese trabajo.
Sonó la campana y comenzó el primer round. Vicky se movía a gran velocidad, tratando de cansar y marear a La Mole, que esperaba con suma concentración el momento oportuno para lanzar un golpe fulminante y certero. Así fue como, a los dos minutos del primer asalto, conectó un golpe en la zona del hígado que hizo que mi pupila se retorciera y se dejara caer, de rodillas, sobre la lona. El árbitro contó hasta ocho en menos de cuatro segundos, pero Vicky llegó a ponerse de pie antes de que pudiera contar hasta diez. La campana la salvó de lo que se anunciaba como un nocaut seguro.
En seguida, mi otra compañera de la GNC subió al ring levantando el cartel que anunciaba el comienzo inminente del segundo round. Mediante gestos, le pedí que se tomara su tiempo, para permitirle a Vicky que se recuperara un poco del violento golpe que había recibido. Algo limitada en sus desplazamientos, mi pupila lanzó una combinación de golpes que si bien alcanzaron el cuerpo de La Mole, no provocaron daño aparente. La respuesta de la bestia fue un puñetazo seco que cayó como un martillazo sobre la cabeza de Vicky y la hizo besar la lona por segunda vez. Impulsada por el orgullo, Vicky volvió a ponerse de pie y, apoyada contra las cuerdas, logró completar el segundo asalto. La campana volvió a rescatarla de un nocaut seguro.
Era mi turno de actuar. Me quité el buzo y el yoguin que tenía puestos y, vestido con mis calzas rojas y mi remera amarilla, di una vuelta sobre el cuadrilátero exhibiendo el cartel que anunciaba el comienzo del tercer y último round. Al ver mi culo de Jessica Cirio, el público masculino enloqueció y comenzó a vitorearme. Por la acción seductora de mi culo femenino y perfecto la cosa se había emparejado y la mitad de los presentes alentaba a mi pupila.
Sonó la campana. Antes de que se pusiera de pie, besé a Vicky en la boca y le pedí que recordara cómo había reaccionado la primera vez que la había besado sin su consentimiento. Con determinación, caminó hasta el centro del cuadrilátero y conectó un cross de derecha en la mandíbula de La Mole, quien vaciló, se tambaleó y se desplomó sobre la lona. El árbitro demoró unos segundos antes de comenzar la cuenta y contó lentamente, pero no hubo caso, La Mole no reaccionaba y dormía plácidamente el sueño de la inconsciencia. Vicky se quitó los guantes de cocina, levantó los brazos y, emocionada, se dejó caer sobre sus rodillas. Samuel, mis dos compañeras de trabajo y yo corrimos a abrazarla en el centro del cuadrilátero. Había ganado por nocaut a los tres segundos del tercer asalto.
Hoy tuve un largo día en la estación de GNC. Fue a visitarme el mimo que conoció a mi padre, el encargado de la estación hizo de las suyas, no tuve novedades del dueño de la furgonetita Volkswagen que planeo comprar, pero nada consiguió borrarme la sonrisa que todavía tengo dibujada en el rostro. Otro día les cuento. Hoy prefiero disfrutar de las mieles de nuestro primer triunfo.

10 comentarios:

  1. Bueno, sobrevivió y ganó. Felicidades!jijiji

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  2. Don Natalio, ¡felicitaciones! Eso es un entrenador, un motivador nato que sabe sacar fuerzas de flaquezas.
    ¡Salud!

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    1. Muchas gracias, Fernando. El mérito es de mi pupila. Yo soy un simple entrenador.
      Saludos!

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    2. Si el éxito es de tu pupila, eso nos dice, claramente, que tenés un gran ojo para el boxeo.

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    3. Mi prima Iris me decía lo mismo, pero se fue a vivir al exterior. Mi terapeuta amigo me aconsejó que aceptara los elogios aunque no me creyera merecedor de los mismos, pero me siento en la obligación de recordar que la revelación del talento de Vicky me llegó en forma de trompada a la mandíbula. Era difícil no darse cuenta.
      Muchas gracias, Fernando.
      Saludos!

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  3. Natalio, sos mi inspiración! Salufos

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    1. Muchas gracias, Anó. Salufos para vos también! Salufos para todo el mundo!!!

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  4. He de felicitarte! La verdad es que está súper bien!
    Tu cuenta atrás para la desactivación va a funcionar!!
    Un saludo

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    1. Muchas gracias, Estrellada, por los buenos augurios.
      Saludos!

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