Hoy
me desperté cantando “Celebra la vida”, de Axel. Sin importar lo que el dj en
mi cabeza haga para fastidiarme, no va a conseguirlo. Anoche todos los que
pagaron la entrada para acceder al gran evento presenciaron una pelea
inolvidable. El combate tuvo lugar en la terraza del conventillo, que había sido
acondicionada para la ocasión. En el centro, Héctor “Bicicleta” Perales había
hecho emplazar un cuadrilátero y lo había rodeado de sillas de plástico. Ante
un público multitudinario de veintiocho personas, Vicky hizo su entrada. Yo
ingresé detrás de ella, cuidándole la espalda, tal como corresponde a un buen
entrenador. Si bien llevo varios días en el conventillo, fuimos recibidos como
visitantes, porque nuestra rival era una de las inquilinas más queridas y
antiguas. La silbatina que nos regalaron fue ensordecedora y hasta nos
arrojaron algún vaso de plástico, un pan de manteca, tres o cuatro tomates, una
cebolla y un saché de leche a medio tomar. Al parecer, los muy turros habían
descubierto el escondite en el que yo guardaba mi comida.
Unos
minutos más tarde, tras una espera que aplacó un poco la hostilidad del
público, “La Mole Moni” hizo su entrada triunfal, precedida por tres hombres
que, provistos de guitarras, cantaban una canción en la que contaban la
historia de una mujer que, en la madrugada del veintiocho de febrero del año
dos mil cuatro, había vencido a tres bomberos en una pelea de borrachos en un
bar de Burzaco. No conocía la canción y rogaba que la mujer de la que hablaba
no fuera aquella a la que íbamos a enfrentar. Detrás de ella caminaba, muy
confiado y sonriente, Héctor “Bicicleta” Perales, su entrenador.
La
pelea había sido pautada a tres rounds de tres minutos cada uno. En caso de que
ninguna de las participantes noqueara a la otra, tres jueces presuntamente
neutrales determinarían cuál de ellas había ganado. Antes de subir al
cuadrilátero, Bicicleta los miró y les hizo un guiño que me dejó en claro que
si quería vencer, Vicky tendría que noquear a su rival. Lo del árbitro me
preocupó aún más, porque su fisonomía era muy similar a la de Bicicleta. Si no
era su hermano, sería su primo o un pariente lejano, pero sin duda su actuación
no iba a favorecernos.
En
ese ambiente hostil, sólo una cara me resultaba familiar. La de un hombre
vestido de traje y peinado a la gomina que subió al cuadrilátero para hacer la
presentación de la pelea. Era Samuel, nuestro compañero del Grupo de Ayuda para
Gente con Problemas Pelotudos, aquel que se rehúsa a pronunciar la “p”. Su
presencia llamó mi atención. Más tarde sabría que, entre muchas profesiones,
era locutor matriculado y que su Problema Pelotudo le había costado el trabajo.
Vicky, que tenía mucha afinidad con él (más de la que a mí me gustaría), había
conseguido que lo contrataran como presentador.
―¡En
esta esquina, acusando en la balanza ciento cuatro quilos y novecientos gramos,
con treinta y tres combates, todos ellos ganados… Ella es Laaaaa Moooooleeeee
Moooooniiiiiiiiii! ―dijo Samuel y la multitud rugió enfervorecida.
―¡En
esta esquina, acusando en la balanza sesenta y cuatro quilos y trescientos
gramos, en su combate debut… Ella es Viiiiickyyyyyy, la locaaaa de los guantes
de cocinaaaa!
Acto
seguido, el árbitro llamó a Vicky y a La Mole al centro del cuadrilátero para
dar las instrucciones previas. Los demás bajamos. Cuando terminó, una de mis
compañeras en la estación de GNC subió al ring vestida con su uniforme y dio
una vuelta completa exhibiendo el cartel que indicaba el comienzo inminente del
primer round. Había sido yo quien las había recomendado para ese trabajo.
Sonó
la campana y comenzó el primer round. Vicky se movía a gran velocidad, tratando
de cansar y marear a La Mole, que esperaba con suma concentración el momento oportuno
para lanzar un golpe fulminante y certero. Así fue como, a los dos minutos del
primer asalto, conectó un golpe en la zona del hígado que hizo que mi pupila se
retorciera y se dejara caer, de rodillas, sobre la lona. El árbitro contó hasta
ocho en menos de cuatro segundos, pero Vicky llegó a ponerse de pie antes de
que pudiera contar hasta diez. La campana la salvó de lo que se anunciaba como
un nocaut seguro.
En
seguida, mi otra compañera de la GNC subió al ring levantando el cartel que
anunciaba el comienzo inminente del segundo round. Mediante gestos, le pedí que
se tomara su tiempo, para permitirle a Vicky que se recuperara un poco del
violento golpe que había recibido. Algo limitada en sus desplazamientos, mi
pupila lanzó una combinación de golpes que si bien alcanzaron el cuerpo de La
Mole, no provocaron daño aparente. La respuesta de la bestia fue un puñetazo
seco que cayó como un martillazo sobre la cabeza de Vicky y la hizo besar la
lona por segunda vez. Impulsada por el orgullo, Vicky volvió a ponerse de pie
y, apoyada contra las cuerdas, logró completar el segundo asalto. La campana
volvió a rescatarla de un nocaut seguro.
Era
mi turno de actuar. Me quité el buzo y el yoguin que tenía puestos y, vestido
con mis calzas rojas y mi remera amarilla, di una vuelta sobre el cuadrilátero
exhibiendo el cartel que anunciaba el comienzo del tercer y último round. Al
ver mi culo de Jessica Cirio, el público masculino enloqueció y comenzó a vitorearme.
Por la acción seductora de mi culo femenino y perfecto la cosa se había
emparejado y la mitad de los presentes alentaba a mi pupila.
Sonó
la campana. Antes de que se pusiera de pie, besé a Vicky en la boca y le pedí
que recordara cómo había reaccionado la primera vez que la había besado sin su
consentimiento. Con determinación, caminó hasta el centro del cuadrilátero y
conectó un cross de derecha en la mandíbula de La Mole, quien vaciló, se
tambaleó y se desplomó sobre la lona. El árbitro demoró unos segundos antes de
comenzar la cuenta y contó lentamente, pero no hubo caso, La Mole no
reaccionaba y dormía plácidamente el sueño de la inconsciencia. Vicky se quitó
los guantes de cocina, levantó los brazos y, emocionada, se dejó caer sobre sus
rodillas. Samuel, mis dos compañeras de trabajo y yo corrimos a abrazarla en el
centro del cuadrilátero. Había ganado por nocaut a los tres segundos del tercer
asalto.
Hoy
tuve un largo día en la estación de GNC. Fue a visitarme el mimo que conoció a
mi padre, el encargado de la estación hizo de las suyas, no tuve novedades del
dueño de la furgonetita Volkswagen que planeo comprar, pero nada consiguió
borrarme la sonrisa que todavía tengo dibujada en el rostro. Otro día les
cuento. Hoy prefiero disfrutar de las mieles de nuestro primer triunfo.
Bueno, sobrevivió y ganó. Felicidades!jijiji
ResponderEliminarMuchas gracias, Fam. Estoy muy contento.
EliminarSaludos!
Don Natalio, ¡felicitaciones! Eso es un entrenador, un motivador nato que sabe sacar fuerzas de flaquezas.
ResponderEliminar¡Salud!
Muchas gracias, Fernando. El mérito es de mi pupila. Yo soy un simple entrenador.
EliminarSaludos!
Si el éxito es de tu pupila, eso nos dice, claramente, que tenés un gran ojo para el boxeo.
EliminarMi prima Iris me decía lo mismo, pero se fue a vivir al exterior. Mi terapeuta amigo me aconsejó que aceptara los elogios aunque no me creyera merecedor de los mismos, pero me siento en la obligación de recordar que la revelación del talento de Vicky me llegó en forma de trompada a la mandíbula. Era difícil no darse cuenta.
EliminarMuchas gracias, Fernando.
Saludos!
Natalio, sos mi inspiración! Salufos
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó. Salufos para vos también! Salufos para todo el mundo!!!
EliminarHe de felicitarte! La verdad es que está súper bien!
ResponderEliminarTu cuenta atrás para la desactivación va a funcionar!!
Un saludo
Muchas gracias, Estrellada, por los buenos augurios.
EliminarSaludos!