Hoy
me desperté en el departamento que me prestó Vicky cantando “Mientras haya luces de bar”, de Los Caballeros de la Quema. Después de una seguidilla de días
en los que se sucedieron muchos cambios, tenía ganas de cerrar la semana
disfrutando de la tranquilidad de mi hogar transitorio. Antes de desayunar,
decidí que sería bueno agasajarme con un baño de inmersión. El baño de este
monoambiente es casi tan grande como el resto del departamento y tiene una
bañera sumamente lujosa. Mientras la llenaba de agua, pensé que, en infinidad
de ocasiones, Vicky habría hecho lo mismo que yo estaba haciendo en ese momento
y me emocionó un poco la idea de recostarme en el mismo lugar en el que ella
habría recostado su cuerpo desnudo. Cuando ya me había quitado la ropa y la
punta de la uña encarnada del dedo gordo de uno de mis pies estaba a punto de
hacer contacto con el agua, sonó el timbre. Me puse una bata rosa que encontré
ahí colgada y fui hasta la puerta.
—¿Quién
es? —pregunté.
—¡El
fumigador! —respondió una voz desde el otro lado.
Abrí
la puerta y entró un tipo que, más que un fumigador, parecía el quinto
cazafantasma.
—¿Dónde
está la cocina? —me preguntó.
—Es
un monoambiente —le dije, asombrado por su pregunta. Supongo que se cerebro se
habría visto afectado por la exposición reiterada a los componentes tóxicos del
producto que utilizaba para fumigar.
—¡Ah!
Ya me parecía —dijo— ¿Y dónde está el baño?
—Detrás
de la única puerta que hay en todo el departamento. ¡Es un monoambiente! —repetí
alarmado.
—¡Ah!
Ya me parecía —dijo, caminó hasta el baño y aplicó el producto en el lavamanos,
en el desagüe y en la bañera.
—¿Qué
haces? —le dije y lo corrí de un empujón— ¿No te das cuenta que está llena de
agua?
—¡Ah!
Ya me parecía —dijo, me saludó y se fue.
Por
su culpa tuve que cambiar el agua. Por temor a que el producto fuera tóxico,
antes de sacar el tapón me puse un guante.
Cuando
ya me había quitado la bata y la punta de la uña encarnada del dedo gordo de
uno de mis pies estaba a punto de hacer contacto con el agua, el timbre volvió
a sonar. Volví a ponerme la bata, caminé hasta la puerta y pregunté:
—¿Quién
es?
—¡El
fumigador! —respondió una voz desde el otro lado.
—¿Me
estás cargando? —le pregunté, asomando la cabeza— Ya fumigaste acá.
—¡Ah!
Ya me parecía —dijo y se fue.
Regresé
al baño, me quité la bata y, cuando la punta de la uña encarnada del dedo gordo
de uno de mis pies estaba a punto de hacer contacto con el agua, volvió a sonar
el timbre. Me puse la bata, fui hasta la puerta y, sin preguntar quién era, la
abrí.
—Me
faltó fumigar la cocina —dijo el fumigador.
Sin
responderle, le cerré la puerta en la cara. Regresé al baño y, cuando la punta
de la uña encarnada del dedo gordo de uno de mis pies estaba a punto de hacer
contacto con el agua, desistí de la idea de bañarme. Temía que los restos del
producto que el fumigador había aplicado causaran en mi cerebro los daños que,
evidentemente, habían causado en el suyo.
Jaja, excelente, me ha hecho sonreir y relajar. Gracias por este post!. Saludos...
ResponderEliminarMuchas gracias a vos, Alex, por la visita y el comentario.
EliminarSaludos!
Muy divertido, un soplo de aire fresco ante semejante caos, saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó.
EliminarSaludos!
¡Tremendo! Una vez se me dio por fumigar yo mismo. Quedé bastante boleado durante un tiempo. Hay quienes sostienen que sigo boleado, pero ese ya es otro cantar.
ResponderEliminarSí, Fernando. Hay que tener cuidado, porque, como sucede con los crayones en la infancia, hay productos que se venden como inocuos y son altamente nocivos.
EliminarSaludos!
Definitivamente un largo banho no tocaba
ResponderEliminarAsí es, Rompecabezas Y Matices. Cuando no toca, no toca.
EliminarSaludos!
Claramente, ja ja ja ja ja. No puedo parar de reír, ay ay ay.
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