viernes, 12 de abril de 2013

Día 102 - Un baño de inmersión


Hoy me desperté en el departamento que me prestó Vicky cantando “Mientras haya luces de bar”, de Los Caballeros de la Quema. Después de una seguidilla de días en los que se sucedieron muchos cambios, tenía ganas de cerrar la semana disfrutando de la tranquilidad de mi hogar transitorio. Antes de desayunar, decidí que sería bueno agasajarme con un baño de inmersión. El baño de este monoambiente es casi tan grande como el resto del departamento y tiene una bañera sumamente lujosa. Mientras la llenaba de agua, pensé que, en infinidad de ocasiones, Vicky habría hecho lo mismo que yo estaba haciendo en ese momento y me emocionó un poco la idea de recostarme en el mismo lugar en el que ella habría recostado su cuerpo desnudo. Cuando ya me había quitado la ropa y la punta de la uña encarnada del dedo gordo de uno de mis pies estaba a punto de hacer contacto con el agua, sonó el timbre. Me puse una bata rosa que encontré ahí colgada y fui hasta la puerta.

—¿Quién es? —pregunté.
—¡El fumigador! —respondió una voz desde el otro lado.
Abrí la puerta y entró un tipo que, más que un fumigador, parecía el quinto cazafantasma.
—¿Dónde está la cocina? —me preguntó.
—Es un monoambiente —le dije, asombrado por su pregunta. Supongo que se cerebro se habría visto afectado por la exposición reiterada a los componentes tóxicos del producto que utilizaba para fumigar.
—¡Ah! Ya me parecía —dijo— ¿Y dónde está el baño?
—Detrás de la única puerta que hay en todo el departamento. ¡Es un monoambiente! —repetí alarmado.
—¡Ah! Ya me parecía —dijo, caminó hasta el baño y aplicó el producto en el lavamanos, en el desagüe y en la bañera.
—¿Qué haces? —le dije y lo corrí de un empujón— ¿No te das cuenta que está llena de agua?
—¡Ah! Ya me parecía —dijo, me saludó y se fue.
Por su culpa tuve que cambiar el agua. Por temor a que el producto fuera tóxico, antes de sacar el tapón me puse un guante.
Cuando ya me había quitado la bata y la punta de la uña encarnada del dedo gordo de uno de mis pies estaba a punto de hacer contacto con el agua, el timbre volvió a sonar. Volví a ponerme la bata, caminé hasta la puerta y pregunté:
—¿Quién es?
—¡El fumigador! —respondió una voz desde el otro lado.
—¿Me estás cargando? —le pregunté, asomando la cabeza— Ya fumigaste acá.
—¡Ah! Ya me parecía —dijo y se fue.
Regresé al baño, me quité la bata y, cuando la punta de la uña encarnada del dedo gordo de uno de mis pies estaba a punto de hacer contacto con el agua, volvió a sonar el timbre. Me puse la bata, fui hasta la puerta y, sin preguntar quién era, la abrí.
—Me faltó fumigar la cocina —dijo el fumigador.
Sin responderle, le cerré la puerta en la cara. Regresé al baño y, cuando la punta de la uña encarnada del dedo gordo de uno de mis pies estaba a punto de hacer contacto con el agua, desistí de la idea de bañarme. Temía que los restos del producto que el fumigador había aplicado causaran en mi cerebro los daños que, evidentemente, habían causado en el suyo.

9 comentarios:

  1. Jaja, excelente, me ha hecho sonreir y relajar. Gracias por este post!. Saludos...

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    1. Muchas gracias a vos, Alex, por la visita y el comentario.
      Saludos!

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  2. Muy divertido, un soplo de aire fresco ante semejante caos, saludos

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  3. ¡Tremendo! Una vez se me dio por fumigar yo mismo. Quedé bastante boleado durante un tiempo. Hay quienes sostienen que sigo boleado, pero ese ya es otro cantar.

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    1. Sí, Fernando. Hay que tener cuidado, porque, como sucede con los crayones en la infancia, hay productos que se venden como inocuos y son altamente nocivos.
      Saludos!

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  4. Respuestas
    1. Así es, Rompecabezas Y Matices. Cuando no toca, no toca.
      Saludos!

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    2. Claramente, ja ja ja ja ja. No puedo parar de reír, ay ay ay.

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