viernes, 26 de abril de 2013

Día 116 - El rescate de Luján


Hoy me desperté cantando “Un viejo blues”, de Norberto “Pappo” Napolitano. Anoche Vicky y yo paseamos por la ciudad durante varias horas, delineando un plan para rescatar a mi primo Luján del conventillo de Héctor “Bicicleta” Perales. A eso de las dos de la mañana la dejé en la esquina de su casa y me fui a dormir unas pocas horas, porque habíamos decidido arrancar muy temprano.
Cuando terminé de cantar lo desperté al mimo, en parte porque necesitaba usar el baño, que también era su dormitorio, pero principalmente porque él cumpliría un rol fundamental en nuestro plan de rescate. Tras escuchar con atención mis indicaciones, señaló a Samuel, que aún dormía en la parte de debajo de la cama marinera, e hizo una serie de gestos destinados a preguntarme si debíamos despertarlo. Le dije que no, que lo dejara dormir. Desde que habíamos perdido a Luján, las cosas no estaban muy bien entre Samuel y yo y preferí no incluirlo en nuestra misión.

Procurando no hacer ruido, salimos del monoambiente. Después de cerrar la puerta, bajamos en ascensor, subimos a la furgonetita y pasamos a buscar a Vicky.
—¿Por qué están tan callados? —nos preguntó a los pocos minutos de haber subido.
—Él porque es mimo —le respondí.
—Ya sé, pero me refiero a que él no gesticula y vos no decís palabra.
—Ah. Debe ser que estamos un poco nerviosos —le dije y miré al mimo, que asintió tímidamente.
Estacioné a la vuelta del conventillo y bajamos de la furgonetita.
—¿Recordás lo que tenés que hacer? —le pregunté al mimo.
Esta vez asintió con convicción.
—Bien. Andá nomás. En diez minutos vamos nosotros.
El plan era sencillo y consistía en que el mimo irrumpiera en el conventillo y distrajera a los inquilinos con un número artístico. Vicky y yo aprovecharíamos la distracción general para buscar a Luján y rescatarlo. Cuando diez minutos más tarde entramos al conventillo, el mimo estaba en la cocina y era rodeado por una multitud que observaba cómo hacía malabares con una gallina, un cuchillo, un candelabro y un alfajor mientras con su pera sostenía una silla sobre la cual estaban sentados, uno encima del otro, Héctor “Bicicleta” Perales y “La Mole Moni”. Era un espectáculo alucinante. Tanto, que en lugar de aprovechar el alboroto para ir a buscar a Luján me detuve boquiabierto ante la puerta de la cocina, porque no daba crédito a lo que mis ojos estaban viendo. Por fortuna Vicky estaba conmigo y me devolvió a la realidad dándome un coscorrón en la nuca con una de sus manos enguantadas. Habíamos decidido que, para protegernos mutuamente, no nos separaríamos. Sin necesidad de palabras que lo confirmaran, estuvimos de acuerdo en subir hasta el piso más alto y comenzar la búsqueda desde ahí. Revisamos de punta a punta el que había sido mi gimnasio-dormitorio, pero no lo encontramos. Tampoco lo habían metido dentro del ropero. En los demás ambientes corrimos la misma suerte, por lo que no tuvimos más remedio que bajar al primer piso.
Desde la planta baja nos alcanzó el estruendo de un aplauso cerrado. El número del mimo terminaría pronto; debíamos apresurarnos. Aprovechando que el ruido de los aplausos volvería inaudibles nuestros pasos, corrimos hasta la habitación de la que habían salido Bicicleta y La Mole el día que habían capturado a mi primo Luján. Junto a una cama matrimonial cuyo colchón estaba muy hundido en su mitad derecha, había una cama de una plaza en la que alguien dormía. Nos acercamos y, con sumo cuidado, corrí la sábana que cubría el rostro del vidente.
¡Era Luján! ¡Pobre infeliz! La escena me hacía suponer que Héctor “Bicicleta” Perales y “La Mole Moni” estaban obligándolo a comportarse como un hijo adoptivo. Lo desperté de un sacudón y le tapé la boca para que no gritara.
—¡Natalio, Vicky! —nos dijo tras apartar mi mano— ¿Qué hacen por acá?
—¡Vamos, Luján! Vinimos a buscarte. Te cuento en el camino —le dije, di media vuelta y abandoné el dormitorio.
Me disponía a bajar las escaleras cuando me di vuelta y noté que sólo estábamos Vicky y yo. Por alguna razón Luján no nos había seguido. Supuse que lo habrían atado a la cama y me recriminé el no haberlo previsto. Volví a entrar al dormitorio y le pregunté a Luján dónde estaban las amarras.
—¿Qué amarras? —me preguntó.
—Las que te atan a la cama y te impiden seguirnos —le dije.
—No estoy atado.
—¿Y entonces? ¿Qué te detiene? —le pregunté.
—Nada. Estoy muy bien acá. Héctor y Mónica me tratan como a un hijo, me valoran y no me obligan a cocinar. A veces los extraño a vos, a Samuel y al mimo, pero pueden venir a visitarme cuando quieran.
La verdad, parecía estar muy convencido de lo que decía. Yo a Luján lo quiero como se quiere a un hijo o a un hermano menor, y hay momentos en los que un tutor debe olvidar el egoísmo y priorizar la felicidad de su protegido. Pero este no era el caso. Salí y le dije a Vicky que creía que a Luján le habían lavado la cabeza, que deberíamos llevarlo a la fuerza. Ella lo tomó por los brazos y le tapó la boca; yo lo tomé por las piernas. Al principio trató de resistirse, sacudió el cuerpo y hasta quiso gritar, pero pronto se dio por vencido. Salimos del conventillo justo cuando el mimo pasaba una gorra entre quienes habían presenciado su número, caminamos hasta la furgonetita, lo esperamos y nos fuimos de ahí. Ya en el departamento, Luján y Samuel se fundieron en un abrazo sentido. El reencuentro les hizo bien a ambos.
Ahora Luján está preparando la cena. Samuel está sentado cerca de él. El mimo hace morisquetas para divertirlos. He notado que por momentos Luján se dispersa. La expresión en sus ojos me dice que durante esos lapsos extraña a sus padres adoptivos, pero no podía dejarlo en manos de dos extraños. El ánimo de Samuel ha mejorado, pero sigue rehusándose a hablarme. Luján tampoco me habla. Del mimo ni hace falta que lo diga. El silencio con el que me castigan por crímenes que desconozco me hace sentir tan solo que hasta pensé en llamar a mi vieja para al menos oír una voz si no afable, si no afectuosa, al menos familiar.

4 comentarios:

  1. El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la cual la víctima de un secuestro, o una persona retenida contra su voluntad, desarrolla una relación de complicidad, y de un fuerte vínculo afectivo,1 con quien la ha secuestrado (http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_Estocolmo)

    ¿Estaremos en presencia del síndrome del conventillo?

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    1. Iba a decir algo así como "esto es el colmo!", pero, incluso para mí, es un chiste demasiado obvio. Muchas gracias por la información, Fernando. Es de mucha utilidad.
      Saludos!

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  2. Tu haz hecho lo que creías debías hacer. El tiempo te dirá si tenías razón en rescatar a Lujan.

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    1. Muchas gracias, Lumy, La historia me juzgará... ni bien termine de ocuparse de gente más importante.
      Saludos!

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