Hoy
me desperté cantando “Un viejo blues”, de Norberto “Pappo” Napolitano. Anoche
Vicky y yo paseamos por la ciudad durante varias horas, delineando un plan para
rescatar a mi primo Luján del conventillo de Héctor “Bicicleta” Perales. A eso
de las dos de la mañana la dejé en la esquina de su casa y me fui a dormir unas
pocas horas, porque habíamos decidido arrancar muy temprano.
Cuando
terminé de cantar lo desperté al mimo, en parte porque necesitaba usar el baño,
que también era su dormitorio, pero principalmente porque él cumpliría un rol
fundamental en nuestro plan de rescate. Tras escuchar con atención mis
indicaciones, señaló a Samuel, que aún dormía en la parte de debajo de la cama
marinera, e hizo una serie de gestos destinados a preguntarme si debíamos
despertarlo. Le dije que no, que lo dejara dormir. Desde que habíamos perdido a
Luján, las cosas no estaban muy bien entre Samuel y yo y preferí no incluirlo
en nuestra misión.
Procurando
no hacer ruido, salimos del monoambiente. Después de cerrar la puerta, bajamos en
ascensor, subimos a la furgonetita y pasamos a buscar a Vicky.
—¿Por
qué están tan callados? —nos preguntó a los pocos minutos de haber subido.
—Él
porque es mimo —le respondí.
—Ya
sé, pero me refiero a que él no gesticula y vos no decís palabra.
—Ah.
Debe ser que estamos un poco nerviosos —le dije y miré al mimo, que asintió
tímidamente.
Estacioné
a la vuelta del conventillo y bajamos de la furgonetita.
—¿Recordás
lo que tenés que hacer? —le pregunté al mimo.
Esta
vez asintió con convicción.
—Bien.
Andá nomás. En diez minutos vamos nosotros.
El
plan era sencillo y consistía en que el mimo irrumpiera en el conventillo y
distrajera a los inquilinos con un número artístico. Vicky y yo aprovecharíamos
la distracción general para buscar a Luján y rescatarlo. Cuando diez minutos
más tarde entramos al conventillo, el mimo estaba en la cocina y era rodeado
por una multitud que observaba cómo hacía malabares con una gallina, un
cuchillo, un candelabro y un alfajor mientras con su pera sostenía una silla
sobre la cual estaban sentados, uno encima del otro, Héctor “Bicicleta” Perales
y “La Mole Moni”. Era un espectáculo alucinante. Tanto, que en lugar de
aprovechar el alboroto para ir a buscar a Luján me detuve boquiabierto ante la
puerta de la cocina, porque no daba crédito a lo que mis ojos estaban viendo.
Por fortuna Vicky estaba conmigo y me devolvió a la realidad dándome un
coscorrón en la nuca con una de sus manos enguantadas. Habíamos decidido que,
para protegernos mutuamente, no nos separaríamos. Sin necesidad de palabras que
lo confirmaran, estuvimos de acuerdo en subir hasta el piso más alto y comenzar
la búsqueda desde ahí. Revisamos de punta a punta el que había sido mi
gimnasio-dormitorio, pero no lo encontramos. Tampoco lo habían metido dentro
del ropero. En los demás ambientes corrimos la misma suerte, por lo que no
tuvimos más remedio que bajar al primer piso.
Desde
la planta baja nos alcanzó el estruendo de un aplauso cerrado. El número del
mimo terminaría pronto; debíamos apresurarnos. Aprovechando que el ruido de los
aplausos volvería inaudibles nuestros pasos, corrimos hasta la habitación de la
que habían salido Bicicleta y La Mole el día que habían capturado a mi primo
Luján. Junto a una cama matrimonial cuyo colchón estaba muy hundido en su mitad
derecha, había una cama de una plaza en la que alguien dormía. Nos acercamos y,
con sumo cuidado, corrí la sábana que cubría el rostro del vidente.
¡Era
Luján! ¡Pobre infeliz! La escena me hacía suponer que Héctor “Bicicleta”
Perales y “La Mole Moni” estaban obligándolo a comportarse como un hijo
adoptivo. Lo desperté de un sacudón y le tapé la boca para que no gritara.
—¡Natalio,
Vicky! —nos dijo tras apartar mi mano— ¿Qué hacen por acá?
—¡Vamos,
Luján! Vinimos a buscarte. Te cuento en el camino —le dije, di media vuelta y
abandoné el dormitorio.
Me
disponía a bajar las escaleras cuando me di vuelta y noté que sólo estábamos
Vicky y yo. Por alguna razón Luján no nos había seguido. Supuse que lo habrían
atado a la cama y me recriminé el no haberlo previsto. Volví a entrar al
dormitorio y le pregunté a Luján dónde estaban las amarras.
—¿Qué
amarras? —me preguntó.
—Las
que te atan a la cama y te impiden seguirnos —le dije.
—No
estoy atado.
—¿Y
entonces? ¿Qué te detiene? —le pregunté.
—Nada.
Estoy muy bien acá. Héctor y Mónica me tratan como a un hijo, me valoran y no
me obligan a cocinar. A veces los extraño a vos, a Samuel y al mimo, pero
pueden venir a visitarme cuando quieran.
La
verdad, parecía estar muy convencido de lo que decía. Yo a Luján lo quiero como
se quiere a un hijo o a un hermano menor, y hay momentos en los que un tutor
debe olvidar el egoísmo y priorizar la felicidad de su protegido. Pero este no
era el caso. Salí y le dije a Vicky que creía que a Luján le habían lavado la
cabeza, que deberíamos llevarlo a la fuerza. Ella lo tomó por los brazos y le
tapó la boca; yo lo tomé por las piernas. Al principio trató de resistirse,
sacudió el cuerpo y hasta quiso gritar, pero pronto se dio por vencido. Salimos
del conventillo justo cuando el mimo pasaba una gorra entre quienes habían
presenciado su número, caminamos hasta la furgonetita, lo esperamos y nos
fuimos de ahí. Ya en el departamento, Luján y Samuel se fundieron en un abrazo
sentido. El reencuentro les hizo bien a ambos.
Ahora
Luján está preparando la cena. Samuel está sentado cerca de él. El mimo hace
morisquetas para divertirlos. He notado que por momentos Luján se dispersa. La
expresión en sus ojos me dice que durante esos lapsos extraña a sus padres
adoptivos, pero no podía dejarlo en manos de dos extraños. El ánimo de Samuel
ha mejorado, pero sigue rehusándose a hablarme. Luján tampoco me habla. Del
mimo ni hace falta que lo diga. El silencio con el que me castigan por crímenes
que desconozco me hace sentir tan solo que hasta pensé en llamar a mi vieja
para al menos oír una voz si no afable, si no afectuosa, al menos familiar.
El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la cual la víctima de un secuestro, o una persona retenida contra su voluntad, desarrolla una relación de complicidad, y de un fuerte vínculo afectivo,1 con quien la ha secuestrado (http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_Estocolmo)
ResponderEliminar¿Estaremos en presencia del síndrome del conventillo?
Iba a decir algo así como "esto es el colmo!", pero, incluso para mí, es un chiste demasiado obvio. Muchas gracias por la información, Fernando. Es de mucha utilidad.
EliminarSaludos!
Tu haz hecho lo que creías debías hacer. El tiempo te dirá si tenías razón en rescatar a Lujan.
ResponderEliminarMuchas gracias, Lumy, La historia me juzgará... ni bien termine de ocuparse de gente más importante.
EliminarSaludos!