Hoy
me desperté cantando “Héroe”, de Enrique Iglesias. Anoche Vicky, Samuel y yo
asistimos a una nueva sesión del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas
Pelotudos. Si no fuera porque quiero resolver el misterio del Lugar Especial,
ya habría abandonado el grupo hace mucho tiempo. Estoy harto de escuchar a
Julio lamentarse por su incapacidad para manipular los palitos chinos, harto de
que Pato culpe a los fabricantes de las bolsas de residuo por su incapacidad
para atarlas, harto de que Hernán nos lea en voz alta fragmentos del manual de
instrucciones del control remoto que perdió en el año 1998. Para colmo, desde
que perdimos a Luján, Samuel evita hablar conmigo. No sé si su indiferencia se
debe a que se siente culpable o a que me culpa a mí.
Antes
de dar por concluida la sesión, el moderador nos informó que este sábado
volveríamos al sitio cuyo nombre no debe ser pronunciado. Llegado el momento,
haré lo posible para que no me droguen y así podré descubrir cuál es la
relación entre lo que sucede ahí dentro, el rostro que invade mis sueños y el
adjetivo “amoroso”. En la puerta le hice un gesto a Samuel indicándole que
fuéramos hasta la furgonetita, que estaba estacionada a la vuelta, rodeando la
manzana uno por cada lado para que nadie sospechara que vivíamos juntos. Él me
respondió, también mediante gestos, que regresaría al monoambiente caminando. La
convivencia con el mimo había perfeccionado de manera notable nuestra comunicación
no verbal.
Antes de irme le pregunté a Vicky si su padre iría a
buscarla. Me dijo que no, por lo que le ofrecí llevarla. Aceptó y caminamos
hasta la furgonetita rodeando la manzana uno por cada lado. Estar con ella me
tranquiliza. Hablamos de todo un poco: de su entrenamiento, de la necesidad de
incorporar a un preparador físico a nuestro equipo, de la posibilidad de
organizar una nueva pelea, de nuestro proyecto turístico, de los sitios que
deberíamos visitar para atraer turistas, de su relación con su padre, de la mía
con mi madre, de mis ocho hermanos… Estacioné en la esquina de su casa, bajé de
la furgonetita y le abrí la puerta, porque a ella los guantes de cocina le
dificultaban la acción. Me dio un beso en la mejilla y, cuando estaba a punto
de irse, me hizo una pregunta que me descolocó:
—¿Tuviste novedades de Luján?
—¿Luján? ¿Qué Luján? —le pregunté.
—¡Luján! ¡Tu primo! ¿Me vas a decir que ya te
olvidaste? ¿Cómo le está yendo en su viaje con la murga itinerante?
No pude ni supe ni quise mentirle. Sin saber cuál iba
a ser su reacción, le confesé que Luján no se había ido de viaje con la murga,
que habíamos invadido el conventillo al rescate de mi escaladora y que Héctor “Bicicleta”
Perales lo había tomado como prisionero.
—Pero, ¿cómo lo dejaron ahí? —me preguntó.
—No sé, fue todo demasiado rápido, él nos pidió que
nos fuéramos y le hicimos caso… —le expliqué en tono suplicante.
—¡Tenemos que ir a buscarlo! ¡Ya mismo! —me dijo y
volvió a subir a la furgonetita.
Traté de disuadirla, pero fue imposible. Al menos pude
convencerla de que antes ideáramos un plan.
Bien por Vicki, tiene agallas!
ResponderEliminarEs cierto, Anó. Además, siempre quiere que todo se haga ya.
EliminarSaludos!
Don Natalio, si el plan de rescate del primo Luján, de Luján, del conventillo, resulta inevitable, mi idea es que hagan primero un poco de inteligencia, para determinar si Bicicleta tiene a Luján prisionero en el mismo conventillo, o si lo ha llevado a otra locación.
ResponderEliminarCreo que Vicky, haciéndose la distraída, podría averiguar eso haciéndose pasar por vendedora free lance de guantes de cocina para el ama de casa del convetillo del siglo xxi.
Muchas gracias, Fernando, por el consejo, pero sería peligroso mandarla a Vicky a cara descubierta. La conocen de su pelea con "La Mole Moni".
EliminarSaludos!
¡Es verdad! ¡Qué boludo fui! ... y encima digo que tenés que hacer inteligencia....
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