lunes, 22 de abril de 2013

Día 112 - Qué amoroso caballero


Hoy me desperté cantando “Rumba Samba Mambo”, de Locomía. Mis convivientes abandonaron sus lechos con gran entusiasmo y me acompañaron en la medida en la que sus limitaciones lo permitían. Mi primo Luján, de Luján, era fiel a la versión original; Samuel reemplazaba con sinónimos todas las palabras que contuvieran la letra “p”, y el mimo, que dormía en la bañera, se limitaba a bailar y, al igual que nosotros, agitaba las manos como si tuviera un abanico en cada una. Creo que los cuatro sentimos algo de vergüenza cuando, antes de que hubiera concluido la canción, Vicky ingresó al monoambiente.
Con la excusa de continuar con el entrenamiento pugilístico, la había invitado a que viniera para ver si detectaba en su conducta secuelas de su visita al Lugar Especial.

Iba a felicitarla por lo linda que estaba y lo bien que había combinado el resto de sus ropas con los guantes de cocina, pero el turro de Samuel se me adelantó.
—Gracias, Sammy. ¡Qué amoroso! —dijo ella.
Luján preparó el almuerzo para los cinco y, antes de sentarme, pensé en la posibilidad de correrle la silla para que se sentara y quedar como un caballero, pero el turro del mimo se me adelantó.
—¡Pero qué amoroso caballero! —dijo Vicky.
Terminamos de almorzar y, tras una breve sobremesa, nos pusimos a entrenar. No podía quitarme de la cabeza la idea de que nuestra victoria sobre “La Mole Moni” se había debido, en gran medida, al azar y sabía que Vicky debía mejorar mucho, sobre todo en el aspecto físico, si pretendía ganarse un lugar en la historia grande del boxeo. La expuse a una exigencia muy alta por más de dos horas, tiempo durante el cual ensayó hasta el hartazgo diversas combinaciones de golpes, saltó la soga, hizo flexiones de brazos y abdominales. Había quedado exhausta. Tanto, que tuvo que respirar un buen rato para poder decirme que el departamento estaba sumamente mugriento y desordenado. Lo decía como si yo fuera el responsable de que esos tres mamarrachos estuvieran viviendo ahí. ¿Acaso había olvidado que había sido ella quien los había invitado? Con la intención de calmar los ánimos, pues esa mujer no dejaba de ser la dueña del techo que me guarecía, pensé en buscarle un vaso de agua, pero antes de que hubiera llegado a la cocina, mi primo Luján se anticipó e irrumpió entre nosotros cargando una botella de agua helada.
—¡Ay, gracias, Luján! ¡Sos un amoroso! —le agradeció Vicky.
¿Todos son amorosos para ella? ¿Será que cualquier colectivo la deja bien o en su visita reciente al Lugar Especial se encontrará la causa del uso reiterado del adjetivo en cuestión? Sinceramente, desconozco la respuesta. Además, tengo asuntos más importantes de los que ocuparme. Su pésimo estado físico, por citar un ejemplo, es algo que debemos mejorar de inmediato. El descanso de quince minutos que le había concedido se convirtió en el fin del entrenamiento. Estaba tan cansada que no pudo continuar.
Ahora que se fue, ahora que espero recostado en mi cama a que Luján nos llame para cenar, pienso que su preparación sería mucho más sencilla si contáramos con la escaladora. Creo que ha llegado la hora de hacer una visita al conventillo.

2 comentarios:

  1. Si señor, yo estaba preguntándome por la relación entre el lugar que no podemos mencionar, Vicky y el uso reiterado del adjetivo "amoroso".

    No llegué a ninguna conclusión válida.

    ¡Salud!

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  2. Muchas gracias, Fernando. Hay quienes sostienen que la intención es lo que vale. Yo, sinceramente, valoro más la obtención de resultados, pero tampoco puedo andar exigiéndote que soluciones mis problemas.
    Saludos!

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