Hoy
me desperté cantando “Rumba Samba Mambo”, de Locomía. Mis convivientes
abandonaron sus lechos con gran entusiasmo y me acompañaron en la medida en la
que sus limitaciones lo permitían. Mi primo Luján, de Luján, era fiel a la
versión original; Samuel reemplazaba con sinónimos todas las palabras que
contuvieran la letra “p”, y el mimo, que dormía en la bañera, se limitaba a
bailar y, al igual que nosotros, agitaba las manos como si tuviera un abanico
en cada una. Creo que los cuatro sentimos algo de vergüenza cuando, antes de
que hubiera concluido la canción, Vicky ingresó al monoambiente.
Con
la excusa de continuar con el entrenamiento pugilístico, la había invitado a
que viniera para ver si detectaba en su conducta secuelas de su visita al Lugar
Especial.
Iba
a felicitarla por lo linda que estaba y lo bien que había combinado el resto de
sus ropas con los guantes de cocina, pero el turro de Samuel se me adelantó.
—Gracias,
Sammy. ¡Qué amoroso! —dijo ella.
Luján
preparó el almuerzo para los cinco y, antes de sentarme, pensé en la
posibilidad de correrle la silla para que se sentara y quedar como un
caballero, pero el turro del mimo se me adelantó.
—¡Pero
qué amoroso caballero! —dijo Vicky.
Terminamos
de almorzar y, tras una breve sobremesa, nos pusimos a entrenar. No podía
quitarme de la cabeza la idea de que nuestra victoria sobre “La Mole Moni” se
había debido, en gran medida, al azar y sabía que Vicky debía mejorar mucho,
sobre todo en el aspecto físico, si pretendía ganarse un lugar en la historia
grande del boxeo. La expuse a una exigencia muy alta por más de dos horas,
tiempo durante el cual ensayó hasta el hartazgo diversas combinaciones de
golpes, saltó la soga, hizo flexiones de brazos y abdominales. Había quedado
exhausta. Tanto, que tuvo que respirar un buen rato para poder decirme que el
departamento estaba sumamente mugriento y desordenado. Lo decía como si yo
fuera el responsable de que esos tres mamarrachos estuvieran viviendo ahí.
¿Acaso había olvidado que había sido ella quien los había invitado? Con la
intención de calmar los ánimos, pues esa mujer no dejaba de ser la dueña del
techo que me guarecía, pensé en buscarle un vaso de agua, pero antes de que
hubiera llegado a la cocina, mi primo Luján se anticipó e irrumpió entre
nosotros cargando una botella de agua helada.
—¡Ay,
gracias, Luján! ¡Sos un amoroso! —le agradeció Vicky.
¿Todos
son amorosos para ella? ¿Será que cualquier colectivo la deja bien o en su
visita reciente al Lugar Especial se encontrará la causa del uso reiterado del
adjetivo en cuestión? Sinceramente, desconozco la respuesta. Además, tengo
asuntos más importantes de los que ocuparme. Su pésimo estado físico, por citar
un ejemplo, es algo que debemos mejorar de inmediato. El descanso de quince
minutos que le había concedido se convirtió en el fin del entrenamiento. Estaba
tan cansada que no pudo continuar.
Ahora
que se fue, ahora que espero recostado en mi cama a que Luján nos llame para
cenar, pienso que su preparación sería mucho más sencilla si contáramos con la
escaladora. Creo que ha llegado la hora de hacer una visita al conventillo.
Si señor, yo estaba preguntándome por la relación entre el lugar que no podemos mencionar, Vicky y el uso reiterado del adjetivo "amoroso".
ResponderEliminarNo llegué a ninguna conclusión válida.
¡Salud!
Muchas gracias, Fernando. Hay quienes sostienen que la intención es lo que vale. Yo, sinceramente, valoro más la obtención de resultados, pero tampoco puedo andar exigiéndote que soluciones mis problemas.
ResponderEliminarSaludos!