Hoy
me desperté en la parte de atrás de mi furgonetita Volkswagen, cantando “La llave”, de Abel Pintos. Cuando terminé, no tenía fuerzas para levantarme. Me quedé
recostado y, tras caer en una ligera duermevela, volví a dormirme. Desperté por
segunda vez en el día, cantando “La yapa”, de Los Nocheros, todavía sin fuerzas
para levantarme. Mientras pensaba que tanto mis proyectos personales como
laborales no estaban resultando de acuerdo a mis expectativas, una mano
enguantada abrió la puerta trasera y una mujer, iluminada desde atrás por el
sol, subió y se sentó al costado de mi colchón. ¡Era Vicky!
—¿Qué
hacés acá? ¿Cómo me encontraste? —le pregunté.
—¡Natalio!
¿Me estás cargando? —me respondió entre risas— ¡Si estás estacionado a la
vuelta de mi casa!
—¡Ah!
Debe ser la tristeza que me trajo hasta acá.
—¿Por
qué? ¿Qué pasó? —me preguntó y posó una de sus manos enguantadas sobre mi
frente.
Su
gesto tuvo un efecto catártico sobre mi conciencia y, en orden cronológico,
tomando como comienzo el uno de enero del año mil novecientos ochenta y cuatro,
le conté todos y cada uno de los episodios traumáticos que protagonicé durante
los veintinueve años y noventa y siete días que llevo dando vueltas sobre la
calesita terráquea. Le hablé de mi padre, de mi madre, de mis ocho hermanos,
del perro que me acompañó en mi viaje en cigüeña, de las golpizas y los
rechazos que recibí durante mis años de escolar… No conforme con todo lo que ya
le había revelado, le dije la verdad acerca de mi desalojo, le confesé que
nunca había tenido un gimnasio, que la de su victoria sobre “La Mole Moni”
había sido mi pelea debut como entrenador, que el conventillo en el que
habíamos entrenado había sido mi hogar durante unos días, que ahora estaba
viviendo en la furgonetita, que mis socios, al igual que mi primo Luján, me
habían abandonado y que me había quedado sin techo, sin trabajo y sin dinero.
—Mirá,
Natalio —me dijo tras secarse una lágrima con uno de sus guantes de cocina y
soltar un suspiro sentido e interminable—, a mí no me importa si tenés o no
tenés experiencia. Siempre vas a ser mi entrenador.
—Muchas
gracias, Vicky.
—Con
tu problema de techo te puedo ayudar. Tengo un departamento en el que te podés
quedar por un tiempo. Yo vivo ahí, pero me mudé a la casa de mi papá porque no
puedo arreglármelas sola si tengo que tener los guantes de cocina puestos
durante todo el día.
—¿De
verdad? —le pregunté, al borde de la emoción—. Pero, ¿no te va a traer
problemas con tu viejo?
—No
te preocupes. Dame tiempo hasta mañana, así acomodo un poco e invento una
historia para que no tengas problemas —dijo, me dio un beso en la frente y bajó
de la furgonetita.
Cuando
se fue, ya estaba anocheciendo. No lo podía creer, habíamos hablado por más de
siete horas. Mañana me va a llevar a su departamento para que viva ahí. Sólo
quiero dormirme para que pase la noche, pero me asusta un poco la idea, porque
cada vez que cierro los ojos, se me aparece la imagen de esa cara que, si bien
me resulta familiar, no logro identificar, esa cara que no deja de invadir mis
pensamientos desde que estuve en el maldito Lugar Especial.
Bueno, hay que tener cuidado con Abel Pintos, porque el tipo parece que canta cualquier boludez, pero tiene un registro difícil. Y va de los agudos a los más agudos con una facilidad que no cualquiera.
ResponderEliminarY si después de todo eso tenés una charla con tu pupila de siete horas, ni te cuento.
Es cierto lo que decís, Fernando, pero no quiero cargar a Abel Pintos con la culpa de mi tristeza. La disolución de la sociedad me pegó fuerte, pero creo que el gesto de Vicky marcará el comienzo de mi recuperación.
EliminarSaludos!
Natalio, estoy convencido que a partir de hoy comienza tu recuperacion, imagino el alivio que te ha producido sincerarte con Vicky, ha sido una megasesion de terapia! Me alegro, te sigo acompañando desde aqui, me has ganado el corazon, sos una buena persona y los buenos siempre triunfan (salvo en la politica)
ResponderEliminarMuchas gracias, Simbad, por los elogios desmedidos.
EliminarSaludos!