Hoy
me desperté en la parte de atrás de mi furgonetita Volkswagen, cantando “I just called to say i love you”, de Stevie Wonder. Como aquel día en el que desperté
cantando una de Andrea Bocelli, no pude abrir los ojos hasta que no concluí la
canción. Vaya susto me llevé cuando los abrí. Sentada junto a mi colchón, Vicky
trataba de contener la risa tapándose la boca con una de sus manos enguantadas.
—Cantás
muy lindo, Don Natalio —me dijo y largó la carcajada.
—¿Qué…?
¿Cuándo…? ¿Cómo entraste? —le pregunté y, sin destaparme del todo, me senté.
—¡Por
la puerta, Don Natalio! —me dijo—. Roncás tan fuerte que ni me escuchaste.
—¡Ah,
qué amorosa! ¿Hace mucho que estás?
—Diez
minutos. Iba a despertarte, pero, además de roncar, te sacudías como si
estuvieras teniendo una pesadilla.
—Sí,
ya sé… La cara.
—¿Qué
cara? —me preguntó.
—Desde
que fuimos al Lugar Especial —al oírme, Vicky me lanzó una mirada fulminante—.
Perdón. Desde que fuimos al sitio cuyo nombre no debe ser pronunciado, me
invade recurrentemente, tanto cuando sueño como cuando estoy despierto, la
imagen de una cara que, aunque me resulta familiar, me es imposible
identificar. ¿A vos no te pasa?
—¿No
estás ansioso por saber cómo es el lugar en el que vas a vivir? ¡Vamos, dale!
Salgo así te cambiás y vamos a mi departamento.
Bueno,
era evidente que Vicky se rehusaba a hablar acerca del Lugar Especial. Me
cambié la ropa mugrienta que había usado para dormir por otra ropa que tenía
tirada por ahí y estaba tan mugrienta como esa, me senté en el asiento del
conductor y abrí para Vicky la puerta del acompañante.
Su
departamento se encontraba en el quinto piso de uno de esos edificios modernos.
Me llevó a la terraza para mostrarme la pileta, que tenía el tamaño de una
bañera, y bajamos al quinto piso.
—Entonces…
acá voy a vivir —dije cuando Vicky abrió la puerta de su departamento.
Era
un monoambiente lleno de luz y espacioso, cuyas paredes estaban pintadas de
color rosa.
—¿Qué
te parece? —me preguntó.
—Amoroso
—le dije.
Me
llamó la atención el hecho de haber utilizado, por segunda vez en el día, un
adjetivo que nunca en mi vida había pronunciado: “amoroso”. Vicky me reveló los
secretos del departamento. Me dijo, por ejemplo, que para que saliera agua
caliente de la ducha debía abrir el agua fría del bidet; que siempre tendiera
la cama, porque, como la cocina estaba cerca de la habitación, si cocinaba con
la cama destendida correría el riesgo de provocar un incendio. Al concluir las
instrucciones, me dio un beso en la mejilla, me dejó las llaves y se fue.
—Llamame
si necesitás algo —me dijo.
Lo primero que hice fue bañarme, después me bañé por
segunda vez, para compensar los días de suciedad que había pasado en la parte
trasera de mi furgonetita, y más tarde bajé al subsuelo, donde estaban los
lavarropas de uso comunitario. Lavé la ropa, la metí en un canasto, subí a la
terraza, la colgué, volví a bajar para dejar el canasto y subí hasta el quinto
piso para acomodar las pocas cosas que traje y ver si encontraba algo para
comer. Una lata de atún, una lata de choclos en grano y un paquete de mayonesa
que había vencido dos días atrás eran todo lo que había dejado Vicky antes de
mudarse. Mezclé las tres cosas y comí. Ahora sólo quiero acostarme a dormir.
Necesito pasar la noche en una cama decente.
¡Qué bueno es bañarse después de tanto tiempo! Solamente queda esperar que la mayonesa vencida, el atún y el choclo no sean algo similar o pero que la burundanga.
ResponderEliminarEsperemos que no, Fernando.
EliminarSaludos!
Estoy sin agua en el depto hace unos días... pero cuando vuelva voy a copiar tu idea, me voy a bañar varias veces al día, mientras tanto AGUANTO
ResponderEliminarEn realidad aguantan los demás,a mi no me molesta
ResponderEliminarNo sabía, Anó, que estabas sin agua. Espero que vuelva pronto. Cualquier cosa que necesites, avisame.
EliminarSaludos!