Hoy me desperté en la parte de atrás de mi furgonetita Volkswagen, cantando la “Canción del auto nuevo”, de Pipo Pescador. Al parecer, al dj en mi cabeza le produjo algo de envidia el que yo hubiera concretado una cuarta parte de mi sueño y trató de consolarse haciéndome cantar que mi auto es feo. Pobre iluso si cree que con tan poco va a conseguir perturbar mi alegría.
Anoche asistí a una nueva sesión del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos. Fui manejando mi furgonetita y, a pesar del humo negro que larga el caño de escape, a pesar del ruidito tan extraño como persistente que hace el motor, fue una experiencia sumamente placentera. Por precaución, estacioné a la vuelta y llegué caminando. No creí conveniente que el moderador supiera que tengo un vehículo. Llegué y ahí estaban todos, ocupando sus respectivas sillas, dispuestos en ronda sobre el escenario.
—Supe —me dijo el moderador antes de saludarme— que ciertos inconvenientes laborales te impidieron llegar al Lugar Especial la semana pasada.
—Tenía entendido que no estaba permitido hablar del Lugar Especial cuando no se estaba ahí —le respondí.
—Supe —volvió a decir— que ciertos inconvenientes laborales te impidieron llegar al sitio que está prohibido mencionar.
—Así fue —admití—. Pero, si me dan otra oportunidad, no se repetirá. Renuncié a ese trabajo porque no quiero que nada se interponga entre el sitio cuyo nombre no debe ser pronunciado y yo.
Debo reconocer que no deja de asombrarme la capacidad de mentir que desarrollé en los últimos meses. ¿Será un rasgo de madurez? En años anteriores no habría podido faltar a la verdad, tan descaradamente y ante seis personas, sin tartamudear o sonrojarme. Tras pensar unos segundos, el moderador me comunicó que el sábado a la noche volverían a visitar el sitio que jamás debe ser mencionado; que quedaba informalmente invitado, porque una invitación formal habría significado que admitíamos la existencia de un sitio del que nunca habíamos hablado.
Al concluir la sesión me acerqué a Vicky. Su rostro aún reflejaba las marcas de los golpes recibidos durante la pelea. Le pregunté cómo había hecho para justificar los moretones ante su padre.
—A mi manera —me respondió—. No serás tan ingenuo como para creer que sos el único que sabe mentir.
Evidentemente, había notado que estaba mintiendo cuando dije que había renunciado a mi trabajo. Espero que haya sido la única. Algo nervioso, le pregunté si su padre iría a buscarla.
—No —me dijo—. Tenía pensado volverme en taxi.
—Si querés, te llevo.
—¿Andás en auto? ¡Genial!
Cuando estábamos por llegar a la puerta, dio media vuelta y gritó:
—¡Sammy!
Samuel, el hombre de pocas “p”, se acercó a nosotros caminando como un perro en celo.
—Vamos, que Don Natalio nos lleva —le dijo y, tras girar hacia mí, agregó—. Íbamos a compartir el taxi con Sammy. No te molesta llevarlo, ¿no?
Le respondí que no, que cómo iba a molestarme llevar a un compañero tan bueno como Samuel… Debo reconocer que no deja de asombrarme la capacidad de mentir que desarrollé en los últimos meses.
Juntos fuimos hasta donde había dejado la furgonetita. Para distanciarlos, caminé entre medio de los dos. No sé con exactitud cuál es la naturaleza del vínculo que existe entre ellos, pero me preocupa. A veces parecen sólo amigos, a veces actúan como si los uniera un amor que ocultan a los demás. Subimos a la furgonetita y tuve la impresión de que Vicky se tapaba la nariz con uno de sus guantes de cocina. Si sigo durmiendo acá, sería conveniente que consiga uno de esos desodorantes que tienen forma de arbolito y se cuelgan del espejo retrovisor.
—¿Adónde vas? —le pregunté a Samuel.
—A Esmeralda y Marcelo T. de Alvear —me dijo—. Te conviene dejarla antes a Vicky.
—No —le dije—, porque yo tengo que ir a visitar a unos de mis socios cerca de donde vive ella.
El muy turro no quería que me quedara a solas con ella. Yo sentía la necesidad de impresionarla y, desde que me había enterado de que él era un locutor matriculado, me sentía inferior. Creo que la combinación de esos dos factores hizo que eso de andar mintiendo se me fuera de control. Les dije que me faltaban dos materias para recibirme de ingeniero nuclear, que había sido becado por la NASA para un curso intensivo de seis meses, pero que me habían retirado la visa cuando, para mi cumpleaños, un amigo tuvo la desafortunada idea de regalarme un cd de Fidel Nadal.
Cuando llegamos a la esquina que me había indicado, Samuel nos saludó, bajó de la furgonetita y comenzó a caminar.
—¿Por qué sigue caminando? —le pregunté a Vicky—. Si lo dejé justo donde me había pedido.
—Por el temita de no pronunciar las “p” —me dijo ella—. En realidad vive en Paraguay y Suipacha y este es el punto libre de “p” más cercano.
Debo controlar mis celos. Samuel es el único Pelotudo que sabe que Vicky está boxeando y que yo soy su promotor-entrenador. Aunque me disguste la idea, somos cómplices los tres.
Genial, muy buena tu historia. No conocía ese grupo de apoyo ¿has podido resolver algunos de tus desvelos?
ResponderEliminarMuchas gracias, María Eugenia. La idea en la que se basa el grupo es la de enfrentar y resolver problemas pelotudos para identificar mecanismos que permitan resolver problemas más significativos. Me ilusionó en un comienzo, pero cada vez es más fuerte la sospecha de que detrás de esta suerte de terapia alternativa, se esconde algo turbio.
EliminarSaludos!
Don Natalio, cada vez coincido más contigo en que el líder del GAGPP es un sectario encubierto. Y sospecho, además, que cree que intentás llevarte a sus acólitos a una contra secta que, aunque coincidente en la sigla GAGPP, difiere en su descripción, ya que el cree que vos lideras una secta bajo la máscara del Grupo de Autoyada para Gomías Pasea Porros
ResponderEliminar¡Salud!
PD: Cuidado con los taxistas socios
Muchas gracias, Fernando, por las advertencias. Con tantos frentes abiertos, hay cosas que se me pasan y es bueno que alguien me alerte acerca de ciertos peligros.
EliminarSaludos!