domingo, 17 de noviembre de 2013

Día 321 - La última masa fina

Hoy me desperté cantando “Quieren bajarme”, de Damas Gratis. Los rusos me están buscando. Me buscan desde que anoche terminó el séptimo round de la pelea con Vicky todavía de pie. Siguiendo el consejo que alguien me dio hace mucho, mucho tiempo, me escondí en el último lugar en el que se les ocurriría buscarme: su propio restorán-gimnasio. Nadie sería tan estúpido como para esconderse acá. Bueno, les tengo una noticia a esos tomadores de vodka, yo sí soy tan estúpido.
La pelea entre Vicky y Lucrecia fue una carnicería. Desde que mi vieja y mi tía se pelearon por la última masa fina con dulce de leche aquella tarde de domingo del año ochenta y nueve, no veía a dos mujeres golpearse durante tanto tiempo y con tanta ferocidad. Los primeros tres asaltos mostraron a una Vicky dubitativa y algo paralizada por los nervios. Era evidente que Arnoldo Jorge Negri había hecho una mala lectura de la pelea y no había dado en la tecla con la estrategia, porque Lucrecia entraba y salía de la guardia de Vicky golpeándola a placer, tanto en el cuerpo como en el rostro. Por suerte, Vicky es una boxeadora inteligente y versátil, que no se ata a un plan si éste no da el resultado esperado. En el cuarto round hizo algunos ajustes y emparejó el desarrollo. Ganó, sin dejar lugar a dudas, el quinto y el sexto asalto, y llegó al inicio del crucial séptimo asalto un punto debajo de la falsa Lucrecia en las tarjetas.

Cuando sonó la campana, un lento escalofrío recorrió mi cuerpo. La ucraniana tenía la instrucción de noquearla en ese round e iba a salir a atacarla con todo su repertorio. En pocos segundos vulneró la guardia de Vicky, la arrinconó contra las cuerdas y conectó, una tras otra, varias combinaciones de golpes que habrían tumbado a cualquiera… a cualquiera que no tuviera el amor propio que tiene mi ex pupila. Con un brazo enlazado en la cuerda más alta y el otro tratando de proteger el rostro, Vicky resistía de pie. Habían transcurrido dos minutos de aquella vuelta cuando Igor se acercó a nuestra esquina y me preguntó si estaba todo bien.
―Sí, todo bien ―respondí sin mirarlo.
―¿Seguro? Queda menos de un minuto y tu muchacha no se quiere caer.
―Va a caer ―le dije, pero, para mis adentros, rogaba que resistiera.
Faltando doce segundos para la campana, Lucrecia conectó un gancho en la mandíbula de Vicky que la hizo tambalearse. Parecía que iba a caer de frente contra la lona, pero, con un último atisbo de lucidez, se colgó del cuello de la ucraniana y se mantuvo en pie hasta el final de la vuelta.
―El jefe quiere verte en el vestuario al final de la pelea ―dijo Igor y se marchó.
A mí no me importaba nada. El octavo y el noveno round fueron el escenario de la recuperación de Vicky. No ganó ninguna de las dos vueltas, y es probable que las haya perdido a ambas, pero recobró el vigor y la confianza en sus golpes. Al comienzo de la última vuelta, Lucrecia, que quería coronar con un nocaut lo que ya era una victoria segura en las tarjetas, la llevó por delante como una topadora. Vicky se resguardó en nuestro rincón y no pude resistir la tentación de acercar mi boca a su oído y decirle que, si quería ganar la pelea, debía noquear a la falsa Lucrecia, y si quería noquear a la falsa Lucrecia, debía, como “Locomotora” Castro, simular que estaba vencida y exhausta contra las cuerdas para agarrar desprevenida a la ucraniana y conectarle su poderoso cross.
Quedaban veinticuatro segundos de pelea cuando Vicky retrocedió y se dejó caer sobre las cuerdas. Lucrecia arremetió como un tiburón que había olido sangre, enceguecida por la posibilidad de despedazarla y con la guardia baja. Vicky, que la esperaba agazapada, entreabrió los ojos, la miró, la midió y conectó su cross demoledor. Las piernas de Lucrecia se despegaron de la lona, su cuerpo asumió, en el aire, una posición completamente horizontal, cayó con fuerza sobre la lona, el árbitro inició la cuenta: uno… dos… el público contaba a la par de él… tres… cuatro… cinco… la ucraniana apoyó una mano hecha puño sobre la lona… seis… siete… hincó una rodilla… ocho… nueve… dio un salto y se puso de pie. Vicky avanzó decidida a liquidarla, pero no había tiempo, la pelea había llegado a su fin.

Las tarjetas confirmaron lo que mis conocimientos pugilísticos habían anticipado: la falsa Lucrecia se impuso por decisión unánime; los tres jueces la dieron como ganadora.

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