martes, 29 de octubre de 2013

Día 302 - Como si fuéramos extraños

Hoy me desperté cantando “Elvis”, de Kapanga. Mis movimientos pélvicos despertaron los chiflidos y gritos de vitoreo por parte de Samuel y Luján, mi primo rastafari de Luján. El comienzo del día, festivo por demás, invitaba a ilusionarse con la idea de una jornada sin contratiempos, pero a los pocos minutos el chillido del timbre resquebrajó la esperanza de un día de tranquilidad.
—Lucrrrecia, señorrr —dijo la voz al otro lado del portero eléctrico—. Rrrecuerrrde que hoy tenemos que irrr a firrrmarrr el prrreacuerrrdo parrra la pelea de noviembrrre contrrra su ex prrrometida.
—No era mi prometida, Lucrecia. Era mi novia nada más. ¿Era hoy la firma? —le pregunté.
—Sí, señorrr —respondió ella.
—Bueno, esperame unos minutos que ya bajo.

Fuimos en la furgonetita hasta un gimnasio de Pompeya. Ahí, en una piecita ubicada al fondo, el promotor que nos había convocado para la pelea tenía una pequeña oficina. Cuando llegamos, Vicky y Arnoldo Jorge Negri ya estaban ahí, ella sentada en una silla y él parado detrás. No sé si nos movimos por imitación o si fue la inseguridad lo que nos llevó a adoptar la misma posición que ellos. Pasamos varios minutos en silencio, ellos intercambiando algún gesto entre ellos, nosotros haciendo lo mismo entre nosotros, hasta que el promotor ingresó a la piecita cargando una pila de papeles en las que había tres copias del preacuerdo. Luego de estrechar las manos de los cuatro, le dio una copia a Arnoldo, otra a mí y conservó la tercera. Tenía cerca de cien páginas, por lo que, en lugar de leerlo, nos hizo un resumen de la información importante.
La pelea sería el evento principal de una velada boxística que tendría lugar en la federación de box el sábado dieciséis de noviembre. Sería a diez rounds, con regla de tres caídas. La recaudación en concepto de entradas, derechos televisivos (en caso de que los hubiere) y ventas de cantina se dividiría en dos partes iguales, una para la organización, la otra a dividir, setenta por ciento para el equipo de la ganadora, treinta por ciento para la perdedora.

Vicky, Arnoldo y Lucrecia estuvieron de acuerdo y, aunque quería suspender la pelea por todos los medios, no tuve más remedio que expresar mi conformidad. Firmamos las tres copias del preacuerdo, nos dimos la mano y nos fuimos, cada uno por su lado, como si fuéramos extraños.

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