Hoy me desperté cantando
“Hoy te necesito”, de Manuel Wirzt. Firmado el preacuerdo, la pelea entre Vicky
y la falsa Lucrecia era una realidad y yo, que no quería que se llevara a cabo,
tenía además la sensación de estar del lado equivocado. Vicky y yo ya no
teníamos ningún tipo de relación, pero por el recuerdo de lo nuestro, por la
relación intensa que habíamos compartido, tenía más afinidad con ella que con
la falsa Lucrecia. Por otro lado, tenía fundamentos para temer por su
integridad física. A diferencia de mi ex amada, mi pupila era una boxeadora
profesional y contaba con una vasta trayectoria, una agilidad incontrastable y
una intensidad muy difícil de tolerar para sus rivales de turno.
La situación me
había desbordado. Necesitaba recibir el consejo de mi padre. Con desesperación,
corrí hasta la furgonetita y manejé hasta su casa. La puerta no tenía llave, pero
golpeé de todos modos, porque la última vez que había entrado me había llevado
una sorpresa no muy agradable. A los pocos minutos alguien abrió desde adentro.
Era el mimo y, mediante un gesto de su mano derecha, me invitaba a pasar. En la
sala me pidió que esperara unos minutos, que mi padre ya vendría, o al menos
eso fue lo que interpreté a partir de sus gestos.
Para pasar el
tiempo, me senté en uno de los almohadones que había en el piso. Poco a poco
mis oídos fueron habituándose a los sonidos del ambiente y pude discernir al
ruido del motor de la heladera, la vibración de la luz que tenía encima de mí,
el ladrido de un perro en un patio lejano, la voz de mi padre conversando en
inglés con dos mujeres.
Que mi viejo
supiera hablar en otros idiomas tenía sentido, porque había vivido en distintos
países durante varios años, pero que estuviera en su casa de Buenos Aires hablando
con dos mujeres en una lengua que no era la suya no me cerraba por ningún lado.
Creí que las voces provenían de la cocina, me acerqué lentamente, entreabrí la
puerta y espié. Efectivamente, mi viejo estaba de pie y pronunciaba un discurso
efusivo para dos mujeres cuyos rostros me resultaban familiares. Las había
visto en las fotos que mi viejo guardaba en un cajón. Si no me equivocaba, eran
Nicole Ridcliff y Celine Dilon, sus esposas neozelandesa y canadiense. ¿Qué les
estaba diciendo? No lo sé, porque nunca aprendí idiomas, pero daba la impresión
de que quería persuadirlas de algo. ¿De qué? No sé, pero ambas lo miraban con
ojos enamorados.
Si esas mujeres
eran quienes yo creía que eran, entonces todas las mujeres de mi viejo estaban
viviendo en la ciudad. ¿Las había hecho venir él? ¿Lo habían perseguido hasta
Buenos Aires? ¿Qué estaba planeando? No lo sabía, pero, a pesar de mi reciente
experiencia como asistente de detective, no tenía fuerzas para encarar la
investigación. Lo mejor sería alertar a mi madre acerca de la turbiedad de las
intenciones de mi padre. Pero mañana, mejor mañana, ahora necesitaba dormir.
Y, quién te dice que estudiar idiomas no sea la clave para desactivar la crisis de los 30.
ResponderEliminarA principio de año podría haber sido una buena idea, Fernando, pero ¿puedo confiar en esos cursos que te garantizan pasar del analfabetismo al bilingüismo en tan solo dos meses?
EliminarSaludos!