miércoles, 30 de octubre de 2013

Día 303 - Con ojos enamorados

Hoy me desperté cantando “Hoy te necesito”, de Manuel Wirzt. Firmado el preacuerdo, la pelea entre Vicky y la falsa Lucrecia era una realidad y yo, que no quería que se llevara a cabo, tenía además la sensación de estar del lado equivocado. Vicky y yo ya no teníamos ningún tipo de relación, pero por el recuerdo de lo nuestro, por la relación intensa que habíamos compartido, tenía más afinidad con ella que con la falsa Lucrecia. Por otro lado, tenía fundamentos para temer por su integridad física. A diferencia de mi ex amada, mi pupila era una boxeadora profesional y contaba con una vasta trayectoria, una agilidad incontrastable y una intensidad muy difícil de tolerar para sus rivales de turno.

La situación me había desbordado. Necesitaba recibir el consejo de mi padre. Con desesperación, corrí hasta la furgonetita y manejé hasta su casa. La puerta no tenía llave, pero golpeé de todos modos, porque la última vez que había entrado me había llevado una sorpresa no muy agradable. A los pocos minutos alguien abrió desde adentro. Era el mimo y, mediante un gesto de su mano derecha, me invitaba a pasar. En la sala me pidió que esperara unos minutos, que mi padre ya vendría, o al menos eso fue lo que interpreté a partir de sus gestos.
Para pasar el tiempo, me senté en uno de los almohadones que había en el piso. Poco a poco mis oídos fueron habituándose a los sonidos del ambiente y pude discernir al ruido del motor de la heladera, la vibración de la luz que tenía encima de mí, el ladrido de un perro en un patio lejano, la voz de mi padre conversando en inglés con dos mujeres.
Que mi viejo supiera hablar en otros idiomas tenía sentido, porque había vivido en distintos países durante varios años, pero que estuviera en su casa de Buenos Aires hablando con dos mujeres en una lengua que no era la suya no me cerraba por ningún lado. Creí que las voces provenían de la cocina, me acerqué lentamente, entreabrí la puerta y espié. Efectivamente, mi viejo estaba de pie y pronunciaba un discurso efusivo para dos mujeres cuyos rostros me resultaban familiares. Las había visto en las fotos que mi viejo guardaba en un cajón. Si no me equivocaba, eran Nicole Ridcliff y Celine Dilon, sus esposas neozelandesa y canadiense. ¿Qué les estaba diciendo? No lo sé, porque nunca aprendí idiomas, pero daba la impresión de que quería persuadirlas de algo. ¿De qué? No sé, pero ambas lo miraban con ojos enamorados.

Si esas mujeres eran quienes yo creía que eran, entonces todas las mujeres de mi viejo estaban viviendo en la ciudad. ¿Las había hecho venir él? ¿Lo habían perseguido hasta Buenos Aires? ¿Qué estaba planeando? No lo sabía, pero, a pesar de mi reciente experiencia como asistente de detective, no tenía fuerzas para encarar la investigación. Lo mejor sería alertar a mi madre acerca de la turbiedad de las intenciones de mi padre. Pero mañana, mejor mañana, ahora necesitaba dormir.

2 comentarios:

  1. Y, quién te dice que estudiar idiomas no sea la clave para desactivar la crisis de los 30.

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    1. A principio de año podría haber sido una buena idea, Fernando, pero ¿puedo confiar en esos cursos que te garantizan pasar del analfabetismo al bilingüismo en tan solo dos meses?
      Saludos!

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