Hoy me desperté cantando
“Elvis”, de Kapanga. Mis movimientos pélvicos despertaron los chiflidos y
gritos de vitoreo por parte de Samuel y Luján, mi primo rastafari de Luján. El comienzo
del día, festivo por demás, invitaba a ilusionarse con la idea de una jornada
sin contratiempos, pero a los pocos minutos el chillido del timbre resquebrajó
la esperanza de un día de tranquilidad.
—Lucrrrecia,
señorrr —dijo la voz al otro lado del portero eléctrico—. Rrrecuerrrde que hoy
tenemos que irrr a firrrmarrr el prrreacuerrrdo parrra la pelea de noviembrrre
contrrra su ex prrrometida.
—No era mi
prometida, Lucrecia. Era mi novia nada más. ¿Era hoy la firma? —le pregunté.
—Sí, señorrr —respondió
ella.
—Bueno, esperame
unos minutos que ya bajo.
Fuimos en la
furgonetita hasta un gimnasio de Pompeya. Ahí, en una piecita ubicada al fondo,
el promotor que nos había convocado para la pelea tenía una pequeña oficina. Cuando
llegamos, Vicky y Arnoldo Jorge Negri ya estaban ahí, ella sentada en una silla
y él parado detrás. No sé si nos movimos por imitación o si fue la inseguridad
lo que nos llevó a adoptar la misma posición que ellos. Pasamos varios minutos
en silencio, ellos intercambiando algún gesto entre ellos, nosotros haciendo lo
mismo entre nosotros, hasta que el promotor ingresó a la piecita cargando una
pila de papeles en las que había tres copias del preacuerdo. Luego de estrechar
las manos de los cuatro, le dio una copia a Arnoldo, otra a mí y conservó la
tercera. Tenía cerca de cien páginas, por lo que, en lugar de leerlo, nos hizo
un resumen de la información importante.
La pelea sería
el evento principal de una velada boxística que tendría lugar en la federación
de box el sábado dieciséis de noviembre. Sería a diez rounds, con regla de tres
caídas. La recaudación en concepto de entradas, derechos televisivos (en caso
de que los hubiere) y ventas de cantina se dividiría en dos partes iguales, una
para la organización, la otra a dividir, setenta por ciento para el equipo de
la ganadora, treinta por ciento para la perdedora.
Vicky, Arnoldo y
Lucrecia estuvieron de acuerdo y, aunque quería suspender la pelea por todos
los medios, no tuve más remedio que expresar mi conformidad. Firmamos las tres
copias del preacuerdo, nos dimos la mano y nos fuimos, cada uno por su lado,
como si fuéramos extraños.
¿Cada uno por su lado? ¡Que extraño!
ResponderEliminarSí, Fernando, había muchas puertas.
EliminarSaludos!