Hoy me desperté cantando
“Se fue”, de Laura Pausini. Tenía pensado revelarle a mi madre todo lo que
había averiguado en relación a las verdaderas intenciones de mi padre. En realidad,
no tenía mucho más que un puñado de sospechas y presunciones, no sabía con
exactitud qué era lo que estaba tramando, pero supuse que informarle que las
demás mujeres de mi viejo estaban en la ciudad bastaría para que mi vieja
hiciera un escándalo.
Había decidido
esperar hasta las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en la que mamá
solía despertar de la siesta, pero no me aguanté y, ni bien terminé de
desayunar, a eso de las diez y media, marqué el número de su casa en mi
celular. Sonó una vez, sonó dos veces, estaba sonando una tercera cuando la
interrupción del tonó me indicó que alguien había levantado el tubo.
—¿Hola? ¿Mamá? —pregunté,
pero nadie respondía.
Colgué y volví a
llamar. Esta vez levantaron el tubo de inmediato, antes de que concluyera el
primer tono, pero, nuevamente, nadie me respondía. Me asusté. ¿Quién carajo
respiraba al otro lado del teléfono? ¿Por qué no contestaban? ¿Serían
secuestradores? Volví a colgar, volví a llamar, volvió a suceder lo mismo. Entonces
insulté, grité, lloré, supliqué que no le hicieran nada y, por si se les
ocurría pedir un rescate, les aclaré que no tenía trabajo.
Definitivamente,
tenía que ir hasta la casa de mi madre y averiguar qué era lo que estaba
pasando. Pensé en llamar a la policía, pero, si se trataba de un caso de
secuestro, era muy probable que estuvieran involucrados, y si no lo estaban, el
hecho de informarles pondría en peligro la vida de mi madre, porque no en vano
en todas las películas de secuestros les advierten a los familiares de las
víctimas que, si dan aviso a la policía, algo malo podría sucederle a la
persona cautiva. A Luis Miguel tampoco podía pedirle ayuda, porque si todavía
me estaba cobrando con trabajo forzoso los dos favores de mierda que me había
hecho, no quería imaginarme lo que me costaría uno en el que estuviera en juego
la vida de un familiar directo. Vicky, sí, supongo que olvidaría nuestras
diferencias, al menos mientras durara el intento de rescate, pero ¿qué
consideración tendría de mi hombría si la llamaba para que resolviera mis
problemas? Además, seguramente vendría con Arnoldo Jorge Negri, su amigote
inseparable. ¿Lucrecia, la falsa Lucrecia? No, esa ucraniana insensible que
jugaba a la rayuela en medio de una ciudad sitiada y para quien una lluvia no
era una verdadera lluvia si no incluía misiles, no iba a considerar que un
secuestro ameritara salir de su casa para asistirme. “Ya la van a soltarrr,
señorrr” me diría. “Y si no, ¿qué es lo peorrr que puede pasarrr? ¿Qué la
maten?”. No, estaba solo en el mundo. Ni siquiera podía contar con la ayuda de mi
primo Luján, de Luján, porque desde que se había convertido en un emisario de
la paz y el amor, no permitía que le contaran nada que involucrara algún acto
de violencia, y para un pacifista radical como era él, la simple acción de
hablar comportaba algún grado de violencia.
¿Estaba solo?
Sí, pero no por eso iba a amilanarme. ¿Iba a ir hasta allá? Sí, pero a la
noche. Conocía hasta el detalle la casa de mi infancia y no iba a darles a los
secuestradores de mi madre la ventaja de la luz del día.
Parece un buen plan, ir solo y de noche. No olvides ponerte ropa negra, y capucha.
ResponderEliminarEs un gran consejo, Fernando. Muchas gracias.
EliminarSaludos!