domingo, 27 de octubre de 2013

Día 300 - La mujer del candidato

Hoy me desperté cantando “La mujer del candidato”, de El dj en mi cabeza. Presumo que al muy turro ahora se le dio por componer, o quizá consideró que este día trescientos ameritaba una producción casera, porque en internet no hay un solo rastro de la cumbiancha que desperté cantando. La letra no es ni muy pretenciosa ni muy elevada. El estribillo dice así: Anda siempre arreglada / nunca se le escapa un flato / cuídense porque ahí viene / la mujer del candidato / Cuando dobla en una ochava / vuelve loco´ a lo´ muchacho´ / que se peinan porque ahí viene / la mujer del candidato.
Nunca, desde que me persigue esta maldición de despertar cantando, sentí tanta vergüenza; ni siquiera en los días en los que la rocola de mis infortunios selecciona una canción de Arjona. Faltan nada más que sesenta y cinco días para cumplir los treinta y sé que si sigo por este camino ni siquiera voy a estar cerca de desactivar la tan temida crisis.

Luego de una semana de arduas investigaciones había decidido dedicar el domingo entero a la introspección y el descanso, pero mi teléfono sonó insinuando que alguien tenía otros planes para mi domingo. Era Luis Miguel.
―Pablito, tenemos trabajo ―me dijo con la voz ronca de quien acaba de despertar.
―¿Hoy? ¿Domingo? ―le pregunté.
―Sí, el fin de semana es el momento de mayor trabajo para un detective privado ―me explicó.
―¿Qué tenemos que hacer? ―le pregunté.
―Nos contrató un candidato a Diputado Nacional de un partido político de la Ciudad para que investiguemos si su mujer vota la lista en la que él está ―me dijo.
―¿Hoy hay que votar? ―pregunté y abandoné la cama de un salto.
―Sí, Pablito. ¿En qué planeta vivís? ¿No votaste todavía?
―No, todavía no, pero tengo tiempo hasta las seis de la tarde. ¿O no?
―Sí ―me dijo―, pero no vayas ahora. Escuchame bien, necesito que me pases a buscar.
―¿Por dónde? ¿Por tu casa o por el semanario?
―Por ninguno de los dos. Estoy en provincia gestionando otro trabajito.
―Pero yo tengo que votar. No tengo tiempo para cumplir con mi obligación, ir a buscarte e investigar a la mujer del candidato ―le dije en tono de reproche.
―No te preocupes por votar. Te consigo un certificado médico. Vení a buscarme rápido. Te paso la dirección. ¿Tenés para anotar?
Mientras manejaba rumbo a provincia para buscarlo a Luis Miguel me vino a la mente la pregunta acerca del alcance de estas elecciones: ¿serían elecciones porteñas, nacionales o mundiales? Porque si eran mundiales tal vez mi padre tendría que llevar a cada una de sus mujeres a sus respectivas embajadas y ahí podría interceptarlo y comprobar definitivamente si las tiene a todas en argentina o si las mujeres con las que lo vi en estos últimos días son nuevas amantes, amigas o compañeras. Mi instinto detectivesco me decía que el plan no era malo, pero, lamentablemente, no contaba con el tiempo necesario para llevarlo a cabo.
Cerca del mediodía llegué a la dirección que me había pasado Luis Miguel. Estacioné frente a una plaza que parecía desierta, pero desde detrás de los árboles surgieron diez o doce hombres que corrían en dirección a mi furgonetita. Traté de ponerla en marcha, pero no hubo caso, los nervios me lo impidieron. Ya me había resignado a que esa horda de provincianos me atacara y me desvalijara, pero su accionar se limitó a abrir la puerta trasera de la furgonetita y sentarse en los asientos que suelen ocupar los turistas en las excursiones del “Pasea Porros”. A mí el miedo no se me iba y preferí mantenerme en silencio, sin siquiera preguntarles por qué habían subido. A los pocos minutos, Luis Miguel salió de una casita cercana, caminó hacia nosotros y ocupó el asiento del acompañante.
―Ellos son amigos. Los vamos a llevar a votar ―dijo y giró la cabeza hacia la parte trasera― ¿Oyeron, no? Ahora vamos a ir a votar. Ustedes meten el sobre que les di y cuando volvamos les entrego la otra zapatilla.
―¿Qué está pasando acá? ―le pregunté.
―Nada, nada. Trabajo comunitario que hago en todas las elecciones llevando a votar a la gente que vive lejos y no tiene manera de trasladarse. No me gusta hablar de eso. No soy de hacer alarde, viste... Ahora, cuando lleguemos, yo me voy a quedar con ellos. Vos andate hasta acá ―me dijo y me entregó la foto de una mujer con una dirección escrita en el dorso― y fijate a quién vota esta mina. Es la mujer de José Saúl Wermus, que es dirigente del PO y candidato por el FIT, y quiere saber si lo vota a él o vota a otro. Cuando termines, pasanos a buscar por donde nos vas a dejar.
―Y, pero, ¿cómo voy a hacer? El voto es secreto, el sobre está cerrado…
―No te preocupes ―me dijo―, yo ya adorné al presidente de mesa para que te facilite todo. Lo único que tenés que hacer es pararte atrás de ella en la fila. Cuando te toque votar, en lugar de darte tu sobre, te van a dar el sobre de ella. Una vez que estés en el cuarto oscuro, te fijás qué boleta puso adentro, lo cerrás, lo metés en la urna y te vas. Es importante que nada más interactúes con el presidente de mesa, porque si le mostrás tu documento a cualquier otro te van a informar que no te corresponde votar ahí y vas a tener que irte. ¿Se entendió?
―Creo que no.

―Bueno, no importa ―me dijo―, acá nos bajamos nosotros. Andá y hacé lo que te dije. Ponete atrás de la mina en la fila y dejate llevar. Lo demás se hace solo. ¡Vamos, muchachos, bajen que no tenemos todo el día!

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