Hoy me desperté cantando
“千百度”, de 许嵩. Después de
levantarme, pasé cinco horas y media escuchando música asiática en internet hasta
que descubrí cuál era la canción. Creo que mi reciente experiencia como
asistente de detective me dio herramientas que fueron fundamentales para
alcanzar el éxito en esa empresa. He desarrollado a tal punto la perspicacia
que, aunque en ningún momento se pronunciaron en ese sentido, cerca del final
de mi búsqueda me di cuenta de que tanto Samuel como mi primo Luján, de Luján,
estaban fastidiados por la maratón de música asiática a la que los estaba
sometiendo. Cuando terminé, comí algo, salí y manejé mi furgonetita hasta la
casa de mi viejo. No lo llamé para avisarle que iría, porque quería agarrarlo
desprevenido y preguntarle si la rubia con la que había estado dos días atrás en
la plaza Almagro era Gretchen Shutcrut, su esposa alemana, o si se trataba de
una nueva mujer en su vida.
Con la intención
de aumentar el efecto sorpresa de mi visita, aproveché que la puerta estaba sin
llave y entré sin tocar el timbre ni golpear. Supuse que la experiencia de la
mañana habría afectado mis sentidos, porque de fondo oía una típica melodía japonesa,
pero no, la música realmente estaba sonando. Lo comprobé cuando vi a mi padre,
descalzo y en cuero, sentado sobre uno de los almohadones en el piso de la
sala. Frente a él, de espaldas a mí, sentada sobre otro almohadón, había una
mujer. Mi viejo tenía los ojos cerrados y daba la impresión de que estaba
meditando. Me acerqué, caminé hasta quedar detrás de él y descubrí que la mujer
también tenía los ojos cerrados, pero, a pesar de no poder distinguir en
detalle la forma de sus cuencas, era evidente que era una mujer asiática. ¿Sería
la empleada de un nuevo supermercado que habría sumado al servicio de envío a
domicilio una sesión de meditación gratuita, o es que esa mujer era Chun Li, la
mujer japonesa de mi padre? ¿Estarían todas en Buenos Aires? ¿Las habría hecho
venir mi viejo con la idea de fundar un harén cosmopolita? De ser así, podía
proyectar todo lo que quisiera, pero que no se hiciera ilusiones con que mi
vieja accedería a ser partícipe de semejante locura.
La escena me
había perturbado y ya no me sentía en condiciones de enfrentar a mi padre. Debía,
antes de hacerlo, procesar las novedades, pensar con detenimiento, analizar las
distintas alternativas. Necesitaba de la calma oriental, pero, lamentablemente,
debería ir a buscarla a otra parte.
Pensando en no
hacer ruido, me quité las zapatillas de Jessica Cirio y caminé sobre mis
medias, en punta de pie, hasta la puerta de calle.
¡Uh! Justo ahora salen a relucir las zapatillas de Jessica Cirio. Bueno, ya estaban de antes, no podemos decir que seas un arribista.
ResponderEliminarNo, Fernando, las usé siempre desde el primer día y, si tenemos en cuenta el índice de piropos recibidos al pasar frente a obras de construcción, no puedo más que decir que funcionan.
EliminarSaludos!