Hoy me desperté cantando
“La verdad mentira”, de Chambao. Ayer, luego de atestiguar lo que realmente
hacía Óscar Casabache con los tres pesos de la propina que no dejaba en el bar “La
Perinola”, lo seguí hasta su casa, fuera de la cual me encontré con Luis
Miguel, que lucía como si recién hubiera acabado de bañarse. Ni bien me vio me
pidió que le contara la verdad de la milanesa.
―Y, mirá ―le
dije yo―, si la hacés frita te queda más rica que si la hacés al horno, pero
es, por lejos, mucho menos saludable. En cuanto al área comercial, hay sectores
de la sociedad empeñados en alimentar el mito de que ciertos carniceros
preparan sus milanesas con carne de gato, pero yo no creo que sea cierto.
¿Sabés lo difícil que es matar un gato? Además, ¿cuánta carne le podés sacar?
No te alcanza ni para dos milanesas. No, para mí eso es un mito urbano, similar
a aquel que relaciona el tráfico de drogas con cualquier negocio que permanezca
abierto las veinticuatro horas del día.
―¡No, boludo! Lo
que quiero que me digas es si Casabache dejó el vuelto como propina o si se lo
llevó y, en caso de ser esto último, si hizo algo con ese dinero ―me preguntó.
―¡Ah! ―le dije―,
hubieras empezado por ahí.
―¿Y? ¿Dejó
propina o no?
Aunque la
pregunta demandaba una respuesta sencilla, permanecí en silencio y pensativo
durante unos segundos, porque caí en la cuenta de que estaba ante un dilema. De
lo que yo dijera dependería la extinción o la continuación de los pocos
segundos de felicidad que el bueno de Óscar Casabache encontraba día a día cada
vez que montaba el caballo celeste de la calesita de la plaza Almagro. ¿Me daba
derecho a ponerle fin a su alegría el que su esposa controladora e infiel nos
hubiera contratado para espiarlo? ¿A quién perjudicaba el secreto de ese
hombre? ¿Quién era yo para ponerme en medio de esa comunión casi carnal entre
un hombre y un caballo de madera? Nadie, yo no era nadie, no tenía derecho, no
iba a hacerlo, no estaba en mí…
Harto de que no
le respondiera, Luis Miguel, que había repetido una veintena de veces mi nombre
de encubierto, dejó de decirme “Pablito” y gritó mi verdadero nombre.
―¡Natalio! ¿Dejó
o no dejó propina? ―me preguntó.
―Eh… Ah… Sí… Sí...
Dejó propina el hombre. Tres pesos, en monedas, dos de cincuenta centavos y una
de dos pesos.
―Elemental, mí
querido Pablito. Te felicito. ¿Podemos dar por concluido nuestro primer caso conjunto?
―Sí ―le dije―,
yo terminé, ¿vos acabaste?
―¿Eh…? ¿Cómo…?
¿Qué…? Caso cerrado.
Don Natalio, me sorprende gratamente saber que sos un experto en milanesas. ¿Acaso tenés algo que ver con el restorán "La Mila-Grosa", de Necochea?
ResponderEliminarNo sé si el hecho de no conocer ese restorán me desacredita como especialista. Si es necesario, estoy dispuesto a aceptar la revocación de mi licencia. Conocía, sí, el ya cerrado "Lomo Sapiens".
EliminarSaludos!