Hoy me desperté cantando
“La mujer del candidato”, de El dj en mi cabeza. Presumo que al muy turro ahora
se le dio por componer, o quizá consideró que este día trescientos ameritaba
una producción casera, porque en internet no hay un solo rastro de la
cumbiancha que desperté cantando. La letra no es ni muy pretenciosa ni muy
elevada. El estribillo dice así: Anda
siempre arreglada / nunca se le escapa un flato / cuídense porque ahí viene /
la mujer del candidato / Cuando dobla en una ochava / vuelve loco´ a lo´
muchacho´ / que se peinan porque ahí viene / la mujer del candidato.
Nunca, desde que me persigue
esta maldición de despertar cantando, sentí tanta vergüenza; ni siquiera en los
días en los que la rocola de mis infortunios selecciona una canción de Arjona. Faltan
nada más que sesenta y cinco días para cumplir los treinta y sé que si sigo por
este camino ni siquiera voy a estar cerca de desactivar la tan temida crisis.
Luego de una semana de
arduas investigaciones había decidido dedicar el domingo entero a la introspección
y el descanso, pero mi teléfono sonó insinuando que alguien tenía otros planes
para mi domingo. Era Luis Miguel.
―Pablito, tenemos trabajo ―me
dijo con la voz ronca de quien acaba de despertar.
―¿Hoy? ¿Domingo? ―le
pregunté.
―Sí, el fin de semana es el
momento de mayor trabajo para un detective privado ―me explicó.
―¿Qué tenemos que hacer? ―le
pregunté.
―Nos contrató un candidato a
Diputado Nacional de un partido político de la Ciudad para que investiguemos si su
mujer vota la lista en la que él está ―me dijo.
―¿Hoy hay que votar? ―pregunté
y abandoné la cama de un salto.
―Sí, Pablito. ¿En qué
planeta vivís? ¿No votaste todavía?
―No, todavía no, pero tengo
tiempo hasta las seis de la tarde. ¿O no?
―Sí ―me dijo―, pero no vayas
ahora. Escuchame bien, necesito que me pases a buscar.
―¿Por dónde? ¿Por tu casa o
por el semanario?
―Por ninguno de los dos.
Estoy en provincia gestionando otro trabajito.
―Pero yo tengo que votar. No
tengo tiempo para cumplir con mi obligación, ir a buscarte e investigar a la
mujer del candidato ―le dije en tono de reproche.
―No te preocupes por votar.
Te consigo un certificado médico. Vení a buscarme rápido. Te paso la dirección.
¿Tenés para anotar?
Mientras manejaba rumbo a
provincia para buscarlo a Luis Miguel me vino a la mente la pregunta acerca del
alcance de estas elecciones: ¿serían elecciones porteñas, nacionales o
mundiales? Porque si eran mundiales tal vez mi padre tendría que llevar a cada
una de sus mujeres a sus respectivas embajadas y ahí podría interceptarlo y
comprobar definitivamente si las tiene a todas en argentina o si las mujeres
con las que lo vi en estos últimos días son nuevas amantes, amigas o
compañeras. Mi instinto detectivesco me decía que el plan no era malo, pero,
lamentablemente, no contaba con el tiempo necesario para llevarlo a cabo.
Cerca del mediodía llegué a
la dirección que me había pasado Luis Miguel. Estacioné frente a una plaza que
parecía desierta, pero desde detrás de los árboles surgieron diez o doce
hombres que corrían en dirección a mi furgonetita. Traté de ponerla en marcha,
pero no hubo caso, los nervios me lo impidieron. Ya me había resignado a que
esa horda de provincianos me atacara y me desvalijara, pero su accionar se
limitó a abrir la puerta trasera de la furgonetita y sentarse en los asientos
que suelen ocupar los turistas en las excursiones del “Pasea Porros”. A mí el
miedo no se me iba y preferí mantenerme en silencio, sin siquiera preguntarles
por qué habían subido. A los pocos minutos, Luis Miguel salió de una casita
cercana, caminó hacia nosotros y ocupó el asiento del acompañante.
―Ellos son amigos. Los vamos
a llevar a votar ―dijo y giró la cabeza hacia la parte trasera― ¿Oyeron, no? Ahora
vamos a ir a votar. Ustedes meten el sobre que les di y cuando volvamos les
entrego la otra zapatilla.
―¿Qué está pasando acá? ―le
pregunté.
―Nada, nada. Trabajo
comunitario que hago en todas las elecciones llevando a votar a la gente que
vive lejos y no tiene manera de trasladarse. No me gusta hablar de eso. No soy
de hacer alarde, viste... Ahora, cuando lleguemos, yo me voy a quedar con ellos.
Vos andate hasta acá ―me dijo y me entregó la foto de una mujer con una
dirección escrita en el dorso― y fijate a quién vota esta mina. Es la mujer de José Saúl Wermus, que es dirigente del PO y candidato por el FIT, y quiere saber si lo vota a él o vota a otro. Cuando
termines, pasanos a buscar por donde nos vas a dejar.
―Y, pero, ¿cómo voy a hacer?
El voto es secreto, el sobre está cerrado…
―No te preocupes ―me dijo―,
yo ya adorné al presidente de mesa para que te facilite todo. Lo único que
tenés que hacer es pararte atrás de ella en la fila. Cuando te toque votar, en
lugar de darte tu sobre, te van a dar el sobre de ella. Una vez que estés en el
cuarto oscuro, te fijás qué boleta puso adentro, lo cerrás, lo metés en la urna
y te vas. Es importante que nada más interactúes con el presidente de mesa,
porque si le mostrás tu documento a cualquier otro te van a informar que no te
corresponde votar ahí y vas a tener que irte. ¿Se entendió?
―Creo que no.
―Bueno, no importa ―me dijo―,
acá nos bajamos nosotros. Andá y hacé lo que te dije. Ponete atrás de la mina
en la fila y dejate llevar. Lo demás se hace solo. ¡Vamos, muchachos, bajen que
no tenemos todo el día!
Un clásico puntero de barrio.
ResponderEliminar¿Quién? ¿Yo, el candidato o Luis Miguel?
EliminarSaludos!