Hoy me desperté cantando “Traición”,
de Miranda. Afortunadamente, la experiencia que vivió Samuel viajando como
mochilero hizo que abandonara la práctica del rat, esa variante del rap que no
contempla el uso de palabras que contengan la letra “p” y que sólo le había
servido para exasperarme. Unos minutos después de las dos de la tarde sonó el
timbre. Sabía que era la falsa Lucrecia, que había venido para que tuviéramos
nuestro primer entrenamiento.
―¡Es para mí! ―dije y bajé
directamente para evitar que Samuel supiera con quién iba a estar, porque temía
que el rumor llegara a oídos de Vicky.
Como no tenía dinero para
pagar una jornada en algún club de box, la llevé al gimnasio de Arnoldo Jorge Negri,
donde me proponía pasar desapercibido para que el Gigante Musculoso no supiera
que estaba ahí, entrenando a una mujer que no era Vicky. Lucrecia estaba
desesperada por subir al cuadrilátero, pero la disuadí diciéndole que
trabajaríamos de acuerdo a mis métodos o no trabajaríamos. Al menos en nuestro
primer día, no quería que atrajera demasiada atención.
Las cosas no salieron como
yo esperaba, porque le indiqué que le pegara a la bolsa, y resultó ser tan veloz,
tan ágil y eléctrica en sus movimientos, que en seguida más de veinte personas
se reunieron en torno a ella nada más que para observarla. Era mi oportunidad
para vender mi trabajo como entrenador, para hacerle saber al mundo que la
boxeadora ucraniana que maravillava a todos los presentes era mi pupila. Me paré
junto a ella, le dije que había hecho suficiente bolsa por un día y le propuse
pasar al cuadrilátero para hacer guantes.
―¿Alguno se anima? ―pregunté
a los hombres que se habían acercado para verla, pero, intimidados por la
destreza de la falsa Lucresia, se dispersaron y retomaron sus ejercicios. Desde
lejos, mientras nos acercábamos al ring, vi lo que nunca imaginé que vería. Yo sintiéndome
que me carcomía el remordimiento por haberla traicionado y Vicky estaba ahí,
sobre el cuadrilátero del gimnasio, haciendo guantes con Arnoldo Jorge Negri. No
podía creer que mi amada me hubiera traicionado y hubiera retomado los
entrenamientos sin mi participación. Por un momento consideré la opción de
enfrentarlos y decirles todo lo que pensaba acerca de la canallada que estaban
cometiendo, pero concluí que lo mejor sería dejar que pasara el tiempo,
analizar la situación en la tranquilidad de mi monoambiente (que, dicho sea de
paso, era propiedad de Vicky) y recién entonces proceder.
Para irme de ahí tenía que convencer a la falsa
Lucrecia. Para hacerlo le dije que el cuadrilátero estaría ocupado por un largo
rato todavía y que lo mejor sería que aprovecháramos el tiempo yendo a hacer
ejercicios aeróbicos en la plaza más cercana.
Le tengo fé a la falsa Lucrecia.... puede ser una verdaderia reina del box.
ResponderEliminarEsperemos que así sea, Fernando. Me vendrían bien un poco de éxito y dinero.
EliminarSaludos!