martes, 8 de octubre de 2013

Día 281 - Las extensiones

Hoy me desperté cantando “El revelde”, de La Renga. Samuel y yo llevábamos un buen rato pensando en qué almorzaríamos cuando oímos el ruido de una llave en la cerradura. La puerta se abrió y ahí lo vimos. Mi primo Luján, de Luján, había regresado de su viaje como mochilero. Al principio nos costó reconocerlo, porque, además de estar fumando un cigarrillo, tenía el pelo largo, muy largo, y la barba muy crecida.
―¡Luján! ¿Sos vos? ―le pregunté.
―No, soy Teresa Parodi ―me dijo―. ¡Claro que soy yo! ¿Quién voy a ser si no?

―Es que el día que te fuiste eras lampiño, tenías el pelo corto, no fumabas… Yo entiendo… La barba puede haber comenzado a crecerte, también podés haber caído en un vicio, pero ¿cómo me explicás que en menos de veinte días el pelo te haya crecido desde los hombros hasta la cintura?
―Son extensiones ―me dijo y dio una nueva pitada al cigarrillo. Después continuó hablando mientras largaba el humo por su boca―. Me las puse porque me quiero hacer rastas y no quiero esperar hasta que crezca mi pelo.
Samuel lo miraba tímidamente desde el otro extremo del monoambiente. Tras dudarlo durante unos segundos, se acercó a nosotros y se saludaron mediante un apretón de manos.
―¿Qué hacés, Peperoni? ―le preguntó Luján.
―Acá ando, muy tranquilo, viviendo mi vida a lleno ―le respondió Samuel.
Se hablaban como lo harían dos no tan buenos amigos que volvían a verse después de mucho tiempo. De inmediato me ganó la sospecha de que algo grave había sucedido entre ellos, porque el incidente de Parque Patricios, el que Samuel se hubiera negado a regresar atravesando un barrio con letras “p” en su nombre, no alcanzaba para justificar la distancia que podía percibirse entre ellos, más si se tenía en cuenta que antes de emprender aquella aventura de mochileros se comportaban como algo más que dos grandes amigos.

Ni bien llegó, Luján dejó sus cosas tiradas en el medio del monoambiente y pasó al baño. La expresión de Samuel reflejó, entonces, una tristeza que nunca había visto en su rostro. Veinte minutos más tarde, Luján salió del baño y preguntó por el menú del almuerzo. Me ilusioné al oír la pregunta, porque pensé que, tal como solía hacer antes de marcharse, iba a cocinar lo que le pidiéramos, pero no, lejos de ponerse a cocinar, se dejó caer sobre los bultos que había dejado tirados en cualquier sitio y se puso a dormir no sin antes darnos la instrucción de que lo despertáramos una vez que estuviera lista la comida.

2 comentarios:

  1. Ahora sí que el pirmo Luján, de Luján se parece a Don Natalio

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    1. Es todo un halago. Muchas gracias, Fernando, en nombre de Luján.
      Saludos!

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