Hoy me desperté cantando “El revelde”, de La Renga. Samuel y yo llevábamos un buen rato pensando en qué
almorzaríamos cuando oímos el ruido de una llave en la cerradura. La puerta se
abrió y ahí lo vimos. Mi primo Luján, de Luján, había regresado de su viaje
como mochilero. Al principio nos costó reconocerlo, porque, además de estar
fumando un cigarrillo, tenía el pelo largo, muy largo, y la barba muy crecida.
―¡Luján! ¿Sos vos? ―le
pregunté.
―No, soy Teresa Parodi ―me
dijo―. ¡Claro que soy yo! ¿Quién voy a ser si no?
―Es que el día que te fuiste
eras lampiño, tenías el pelo corto, no fumabas… Yo entiendo… La barba puede
haber comenzado a crecerte, también podés haber caído en un vicio, pero ¿cómo
me explicás que en menos de veinte días el pelo te haya crecido desde los
hombros hasta la cintura?
―Son extensiones ―me dijo y
dio una nueva pitada al cigarrillo. Después continuó hablando mientras largaba
el humo por su boca―. Me las puse porque me quiero hacer rastas y no quiero
esperar hasta que crezca mi pelo.
Samuel lo miraba tímidamente
desde el otro extremo del monoambiente. Tras dudarlo durante unos segundos, se
acercó a nosotros y se saludaron mediante un apretón de manos.
―¿Qué hacés, Peperoni? ―le
preguntó Luján.
―Acá ando, muy tranquilo,
viviendo mi vida a lleno ―le respondió Samuel.
Se hablaban como lo harían
dos no tan buenos amigos que volvían a verse después de mucho tiempo. De inmediato
me ganó la sospecha de que algo grave había sucedido entre ellos, porque el
incidente de Parque Patricios, el que Samuel se hubiera negado a regresar
atravesando un barrio con letras “p” en su nombre, no alcanzaba para justificar
la distancia que podía percibirse entre ellos, más si se tenía en cuenta que
antes de emprender aquella aventura de mochileros se comportaban como algo más
que dos grandes amigos.
Ni bien llegó, Luján dejó
sus cosas tiradas en el medio del monoambiente y pasó al baño. La expresión de
Samuel reflejó, entonces, una tristeza que nunca había visto en su rostro. Veinte
minutos más tarde, Luján salió del baño y preguntó por el menú del almuerzo. Me
ilusioné al oír la pregunta, porque pensé que, tal como solía hacer antes de
marcharse, iba a cocinar lo que le pidiéramos, pero no, lejos de ponerse a
cocinar, se dejó caer sobre los bultos que había dejado tirados en cualquier
sitio y se puso a dormir no sin antes darnos la instrucción de que lo
despertáramos una vez que estuviera lista la comida.
Ahora sí que el pirmo Luján, de Luján se parece a Don Natalio
ResponderEliminarEs todo un halago. Muchas gracias, Fernando, en nombre de Luján.
EliminarSaludos!