sábado, 28 de septiembre de 2013

Día 271 - ¡Yo tengo el tupé!

Hoy me desperté cantando “El sabio”, de Héctor Lavoe. Fue lindo, después de tantos días fuera, despertar en el monoambiente. Mi primo Luján, de Luján, y Samuel no estaban en casa. No sé si habrán vuelto de su aventura como mochileros en la localidad de Luján, pero no me importó, porque necesitaba un tiempo en soledad. El retiro con mi padre y el atracón final de quesos y salamines había producido el efecto deseado, porque me sentía sabio, muy sabio. Tan sabio me sentía que decidí que, aunque no había finalizado septiembre, debía hablar con Vicky para convencerla de que volviera conmigo. La llamé por teléfono.
—¿Natalio? —preguntó.
—Sí, Vicky, Natalio.
—¿El mismo que no da señales de vida desde hace casi un mes?
—Sí, mi vida, soy yo.

—¿El mismo que se negó a hablar conmigo después de que se lo pedí encarecidamente?
—Sí, mi amor, soy yo.
—¿El mismo que no hizo nada para recuperarme ni preguntó por mí ni vino a buscarme?
—Sí, corazón, ¡soy yo!
—¿Y todavía tenés el tupé de llamarme?
—El que no tiene el tupé —le dije entre risas— es Samuel. No tiene ni tu “p” ni mi “p” ni la “p” de nadie.
—Burlate todo lo que quieras, pero, a diferencia de vos, él es un hombre de verdad, un caballero con todas las letras.
—Con todas las letras no —le respondí—, porque le falta la “p”.
—¡Ah, pero qué chistoso que estás! ¿Te comiste un payaso?
—No, un payaso no, pero comí un montón de arroz, que me debe haber dado sabiduría oriental, y también me comí las tablas de los Diez Mandamientos.
—Decime una cosa, pelotudo, ¿vos me llamaste por algo en especial o solamente para contarme todas estas boludeces?
—Bueno, Vickynga, no te enojes. ¿Te puedo decir Vickynga?
—Decime como quieras. De cualquier manera, no tengo ganas de escucharte.
—Mirá, Vickynga, estuve pensando y siento que nos debemos una charla. Una historia tan linda como la nuestra no puede terminarse de una manera tan abrupta. Nos debemos la oportunidad de tener una charla para definir cómo siguen nuestras vidas.
—Vos me debés algo más que una charla, pero dale, veámonos, así terminamos con todo esto de una buena vez. ¿Cuándo?
—Mañana.
—¿A qué hora?
—Al mediodía.
—¿Adónde?
—Te paso a buscar.
—Ok. Pasame a buscar. No llegues tarde —dijo y cortó.

Mañana tendré la primera oportunidad para poner en práctica toda la sabiduría que me transfirió mi viejo.

4 comentarios:

  1. Bueno, si no fuera que dejé de comerme las uñas hace mucho tiempo, sería este el momento de hacerlo. ¡Qué nervios!

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    1. ¿Cómo? ¿Vos también te comías las uñas, Fernando? ¿Cómo hiciste para dejar? ¿Usabas guantes de cocina?
      Saludos!

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  2. Por favor no cumplas ese mandamiento pelo... de llegar tarde que la embarras de entrada, please

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    1. Muchas gracias, Anó, por el consejo, pero mi padre me dijo que para cuestionar primero debo entender, y la verdad es que todavía no entiendo el sentido de ninguno de sus mandamientos.
      Saludos!

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