Hoy me desperté cantando “Día cero”, de La Ley. En realidad, me despertó mi viejo y, una vez que terminé de
cantar, me pidió que fuéramos a la sala y nos sentamos frente a frente sobre
los almohadones.
—Natalio —me dijo—, hoy es
el último día de este, nuestro primer retiro juntos. Ante todo quiero que sepas
que me produce un orgullo inmenso descubrir el hombre en el que te has
convertido. Espero que hayas disfrutado tanto como disfruté yo de esta hermosa
experiencia.
¿Orgullo? ¿Mi padre se sentía
orgulloso de mí? La emoción me desbordaba, pero, tratando de contener las
lágrimas, le pregunté por el Décimo y último Mandamiento.
—El último Mandamiento es:
No tendrás en cuenta el Primer Mandamiento.
—¿Cómo? ¿El que dice que
siempre que coma arroz tengo que comerlo con salsa rosa?
—Ese mismo.
—Y ¿por qué no tendría que
tenerlo en cuenta? —le pregunté.
—Porque lo inventé el primer
día. La verdad es que no estoy acostumbrado a cocinar. Preparé arroz, iba a hacer
una tacita, pero me pareció poco, hice cinco o seis tazas y, como no quería
tirarlo, inventé ese Mandamiento para poder darte arroz todos los días sin que
me cuestionaras. Vení, vamos a la cocina.
En la cocina, sobre la mesa,
había dos tablas de picada. En cada una de ellas, figuraban cinco Mandamientos escritos
con rodajas de salamín, pedazos de queso de distintas variedades, mortadela,
fetas de jamón crudo, anchoas, morrones, berenjenas, aceitunas y paté.
1-
Comerás arroz
sólo con salsa rosa.
2-
No trabajarás en
calles doble mano.
3-
Evitarás las
siestas.
4-
Llegarás tarde a
todos lados.
5-
No reirás.
6-
No usarás el
pantalón al que se le baja el cierre junto con el calzoncillo al que se le
desprenden los botones.
7-
No intentarás
estar con dos mujeres al mismo tiempo.
8-
No comprarás
bebidas gaseosas.
9-
No consumirás azúcar.
Sólo edulcorante.
10- No tendrás en cuenta el Primer Mandamiento.
Atormentado por el recuerdo
del arroz consumido durante las últimas dos semanas, comencé a comer con
desesperación. Mi padre me observaba con ojos pletóricos de ternura.
—¿No comés? —le pregunté
hablando con la boca llena.
—No. Es para que comas vos,
pero tenés que comerte todo, porque es un acto simbólico mediante el cual
estarías incorporando todos estos conocimientos de manera definitiva.
Le obedecí. No dejé nada.
Sólo espero que la exposición prolongada al arroz y este atracón de quesos no
le pasen factura a mi aparato digestivo.
¡Qué buena manera de incorporar conocimiento!
ResponderEliminarSí, Fernando, ¡esto sí es filosofía!
EliminarSaludos!
Se acabó lo que se daba, y ahora qué?
ResponderEliminar¿Qué de qué, Anó?
EliminarSaludos!