Hoy me desperté cantando “El sabio”, de Héctor Lavoe. Fue lindo, después de tantos días fuera, despertar en
el monoambiente. Mi primo Luján, de Luján, y Samuel no estaban en casa. No sé
si habrán vuelto de su aventura como mochileros en la localidad de Luján, pero
no me importó, porque necesitaba un tiempo en soledad. El retiro con mi padre y
el atracón final de quesos y salamines había producido el efecto deseado,
porque me sentía sabio, muy sabio. Tan sabio me sentía que decidí que, aunque
no había finalizado septiembre, debía hablar con Vicky para convencerla de que
volviera conmigo. La llamé por teléfono.
—¿Natalio? —preguntó.
—Sí, Vicky, Natalio.
—¿El mismo que no da señales
de vida desde hace casi un mes?
—Sí, mi vida, soy yo.
—¿El mismo que se negó a
hablar conmigo después de que se lo pedí encarecidamente?
—Sí, mi amor, soy yo.
—¿El mismo que no hizo nada
para recuperarme ni preguntó por mí ni vino a buscarme?
—Sí, corazón, ¡soy yo!
—¿Y todavía tenés el tupé de
llamarme?
—El que no tiene el tupé —le
dije entre risas— es Samuel. No tiene ni tu “p” ni mi “p” ni la “p” de nadie.
—Burlate todo lo que
quieras, pero, a diferencia de vos, él es un hombre de verdad, un caballero con
todas las letras.
—Con todas las letras no —le
respondí—, porque le falta la “p”.
—¡Ah, pero qué chistoso que
estás! ¿Te comiste un payaso?
—No, un payaso no, pero comí
un montón de arroz, que me debe haber dado sabiduría oriental, y también me
comí las tablas de los Diez Mandamientos.
—Decime una cosa, pelotudo, ¿vos
me llamaste por algo en especial o solamente para contarme todas estas
boludeces?
—Bueno, Vickynga, no te
enojes. ¿Te puedo decir Vickynga?
—Decime como quieras. De
cualquier manera, no tengo ganas de escucharte.
—Mirá, Vickynga, estuve
pensando y siento que nos debemos una charla. Una historia tan linda como la
nuestra no puede terminarse de una manera tan abrupta. Nos debemos la
oportunidad de tener una charla para definir cómo siguen nuestras vidas.
—Vos me debés algo más que
una charla, pero dale, veámonos, así terminamos con todo esto de una buena vez.
¿Cuándo?
—Mañana.
—¿A qué hora?
—Al mediodía.
—¿Adónde?
—Te paso a buscar.
—Ok. Pasame a buscar. No llegues
tarde —dijo y cortó.
Mañana tendré la primera oportunidad
para poner en práctica toda la sabiduría que me transfirió mi viejo.
Bueno, si no fuera que dejé de comerme las uñas hace mucho tiempo, sería este el momento de hacerlo. ¡Qué nervios!
ResponderEliminar¿Cómo? ¿Vos también te comías las uñas, Fernando? ¿Cómo hiciste para dejar? ¿Usabas guantes de cocina?
EliminarSaludos!
Por favor no cumplas ese mandamiento pelo... de llegar tarde que la embarras de entrada, please
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó, por el consejo, pero mi padre me dijo que para cuestionar primero debo entender, y la verdad es que todavía no entiendo el sentido de ninguno de sus mandamientos.
EliminarSaludos!